– Como muchos de ustedes ya saben, Sandra consiguió el puesto de reportera… em…
– Tirándoselo -aportó Kevin con una sonrisa de oreja a oreja.
– Acostándose con el jefe de redacción -corrigió Brent.
– ¿El jefe de redacción? ¿Quieres decir Ed Kramer? -Keshia observó con desprecio-. Cielos, debe de haber estado desesperada por conseguir ese puesto. Ese hombre es desagradable.
– Tal vez -dijo Connie-. Pero se trataba de la presentadora de la noche con un mercado enorme.
– Es cierto -concedió Keshia-, pero aun así, es desagradable.
– Pues, aparentemente -dijo Brent-, Sandra también lo creía, pues mientras complacía a Kramer, se entretenía también con uno de los camarógrafos.
– Ustedes los camarógrafos son los que más se divierten -Keshia le sopló un beso a Jorge que lo hizo sonrojar.
– Entonces, ¿qué pasó? -preguntó Kevin con avidez-. ¿Los atraparon desnudos?
– En realidad… -Brent sintió el cuello enrojecer de vergüenza. ¿Qué le había hecho pensar que salir con Laura y sus compañeros de trabajo sería una buena idea? Seguramente, ella no querría tener nada que ver con él después de conocer a estos idiotas. Debió haber reducido el grupo a Keshia, Franklin, Laura y él mismo. Pero eso se hubiera parecido demasiado a una cita. Y esto no era una cita. Definitivamente no era una cita.
Brent se obligó a concentrarse en la historia que deseó jamás haber comenzado.
– No fue que los atraparan desnudos directamente. Pues, verán, Sandra y el camarógrafo practicaban algunos juegos pervertidos que incluían la filmación que él hacía de ella, mientras jugaba con una interesante selección de… este… juguetes.
– ¿Una filmación? -Jorge se enderezó en su asiento-, ¿quieres decir como un encuentro personal?
Brent sacudió la cabeza, riéndose a pesar de la vergüenza:
– Quiero decir como un encuentro muy personal.
– ¡Genial! -asintió Kevin.
– ¿Y cómo lo sabes tú? -preguntó Keshia a Brent-. ¿El consabido alarde machista?
– No -Brent arrastró la palabra para crear suspenso-. Lo sé porque el idiota del camarógrafo utilizó equipos del canal y se olvidó de quitar la cinta luego de una de esas maratones sexuales.
– ¡No digas! -gritó Keshia.
– ¡Anota dos puntos para el camarógrafo! -gritó Jorge.
Brent echó un vistazo a Laura y halló que tenía la mano en la boca y los ojos llenos de risa. Era realmente un contraste fascinante en su vestido sexy color rojo con aquel tinte rosado que le sentaba tan bien, en las mejillas.
– Cuéntales el resto -dijo Connie por encima del bullicio.
– ¿Hay más? -Kevin se inclinó hacia delante.
– Sí -Brent se rió -. Los muchachos en la sala de control hallaron la cinta e hicieron copias, que enviaron a amigos en estaciones de todo el país.
– ¡Fabuloso! -Kevin movió la cabeza siguiendo una melodía que sólo él podía oír-. ¡Qué genial!
– Cielos -bufó Keshia-. Con razón fueron despedidos.
– En realidad, creo que el camarógrafo sigue trabajando allí.
– ¿Qué? -el tono de Keshia se volvió militante-. ¿Envían a Sandra a una estación de morondanga en las afueras de Siberia pero conservan al camarógrafo? Nunca oí algo tan descaradamente machista.
– Es cierto, pero vivimos en un mundo machista, Keshia -señaló Brent-. Es mejor que te acostumbres a ello.
– Brent Michaels, si creyera por un instante que realmente piensas así, te daría una patada debajo de la mesa.
– Lo siento, cariño -Brent sonrió-. No me dedico a juegos pervertidos.
– Sí, claro, y apuesto a que no estabas allí en la sala de control con el resto de los hombres, babeándose con la película porno de Sandra.
– Oigan… -levantó las manos-, ¡soy inocente!
– Como si me lo creyera. Son unos cerdos machistas -farfulló, y luego se volvió hacia su novio-. ¿Y tú, de qué te ríes?
– Da nada, nena -Franklin levantó las manos tal como lo había hecho Brent-. No estoy diciendo nada.
– Es mejor que no digas nada, si sabes lo que te conviene.
Franklin se inclinó y besó el cuello de Keshia:
– Supongo que esto significa que no le pediremos la cámara a Jorge esta noche.
– Ni aunque lo sueñes -dijo Keshia bruscamente-. Y no me busques con esa mano bajo la mesa, Franklin Prescott. ¡Franklin!
Keshia gritó y se retorció al tiempo que Franklin le hacía cosquillas sin piedad.
Brent echó un vistazo a Laura, riendo entre dientes. Ella también se estaba riendo mientras observaba a la pareja, pero cuando sus ojos se encontraron con los de él, dejó de reír. Podía sentir con claridad su muslo que presionaba contra el suyo mientras su mirada la recorría desde el delgado cuello, pasando por la curva de sus hombros desnudos. En la base de su garganta, el pulso le latía. Anhelaba inclinarse hacia delante y besarla allí, sentir los latidos del corazón contra sus labios. Como si estuviera leyéndole la mente, ella se sonrojó. Él observó su garganta moverse mientras tragaba.
Arrastrando los ojos hacia arriba, vio el deseo brillar en su mirada. No quería que lo mirara con un deseo tan manifiesto, como si recordara todas las formas en que se habían explorado sus cuerpos. Como si quisiera que se exploraran así una vez más.
No, no quería que ella lo mirara así, aunque nada lo había excitado tanto en su vida. Pero si se entregaba al deseo que ardía entre ambos, ¿lo seguiría mirando ella así dentro de un mes? ¿Dentro de un año? ¿O se apartaría furiosa al darse cuenta de que él podía satisfacer su cuerpo pero no su corazón?
Las mujeres como Laura merecían lo mejor de un hombre. Y lo mejor que él podía dar jamás sería suficiente, sin importar cuánto lo deseara él. Conocía sus limitaciones, aceptaba sus defectos.
Desafortunadamente, ello no impedía que su cuerpo deseara el de ella.
Capítulo 19
Después de una larga mirada ardiente, Brent se volvió hacia sus amigos y procedió a ignorar a Laura durante el resto de la noche. Ella se sentó a su lado, dando pequeños sorbos a su margarita, sin saber qué hacer. Su plan había sido venir a coquetear con él, no de manera descarada, pero lo suficiente como para que él admitiera que las chispas entre ambos iban más allá de la amistad. ¿Pero cómo podía flirtear con un hombre que se pasaba toda la noche intercambiando noticias con sus colegas del trabajo?
Echó un vistazo a Franklin, el único como ella que no era periodista en el grupo. Por desgracia, Franklin estaba sentado en el otro extremo del asiento con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Por la manera sutil en que Keshia se movía en su asiento, Laura imaginó que el intercambio que estaba teniendo lugar debajo de la mesa era tan animado como la conversación, arriba.
Si sólo tuviera el valor para “hablar” con Brent de esa manera, para decirle que lo deseaba acariciando su muslo; para preguntarle si él también la deseaba empujando su rodilla con la suya. ¿Respondería que sí con la presión de su propia pierna contra la suya? ¿O se movería para alejarse de ella?
Suspirando, bebió otro trago del espumoso cóctel de tequila y jugo de lima. Había tenido muchas expectativas para esta noche, pero nada estaba saliendo según sus planes. Miró fijo su vaso casi vacío, e imaginó la vida que tenía por delante, como si estuviera sola en medio de una fiesta, mientras que todos se divertían a su alrededor. Claro, pero si esa misma gente necesitaba a una trabajadora eficiente para organizar una reunión a beneficio, sería a la pequeña Laura Beth a quien llamarían primero.
No fue sino cuando le trajeron la segunda margarita que se preguntó por qué toleraba que la hicieran a un lado tan desvergonzadamente. ¿Y por qué diablos estaba allí sentada dejando que se arruinaran sus planes tan bien concebidos? Había logrado atraer a Brent cuando entró por la puerta. ¿Estaba dispuesta a rendirse ante el primer obstáculo? Jamás se había dado por vencida ante la primera señal de rechazo cuando recaudaba fondos. Había aprendido, cuando buscaba donaciones, que jamás debía aceptar el primer “no”, porque el “sí” podía estar a una palabra de distancia. Y si era capaz de seguir adelante sorteando situaciones incómodas en beneficio de otra gente, ¿por qué no podía hacer lo mismo en beneficio propio?