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Echó una ojeada al perfil de Brent mientras él y Keshia discutían acerca del criterio de un reportero que había dado una noticia sin confirmar su autenticidad con una segunda fuente. Amaba a este hombre. Y si no hacía algo, se pasaría el resto de la vida preguntándose si podría haber habido algo más que una breve y maravillosa noche de pasión, si tan sólo le hubiera dado un empujoncito más fuerte.

Esta era su oportunidad de hacerlo. Tal vez la única que tendría. Hazlo, se dijo a sí misma.

Aunque respiró hondo para fortalecer su voluntad, mover la mano de su propio regazo al suyo fue lo más difícil que había hecho en su vida. Detuvo la mano en el aire, con dedos temblorosos. Sintió como si toda su vida dependiera de esta única acción, o, más bien, de la respuesta a ella. Si él se alejaba, jamás tendría el valor para volver a intentarlo. Seguramente, tampoco tendría el coraje para volver a mirarlo, pero si no lo intentaba, jamás lo sabría.

Antes de poder cambiar de opinión, apoyó su mano sobre su muslo. Los músculos de él se tensaron bajo su palma y la parte inferior de su cuerpo se quedó inmóvil. Aunque su conversación con Keshia no sufrió variación alguna, ella sintió que volvía a advertir su presencia. Pasó una eternidad mientras aguardaba que la mirara. Entonces obtendría su respuesta, una sonrisa que la animara a continuar o un gesto de enojo.

Sólo que no se volvió. Ni siquiera la miró.

Avergonzada, comenzó a levantar la mano, pero la pierna de él se movió y se apoyó contra la suya. Ella contuvo el aliento, preguntándose si de verdad se había movido. Cuando permaneció inmóvil, la pierna de él se volvió a mover, con una presión lenta y sostenida. Quería desfallecer de emoción y gritar de alegría. Pero se quedó quieta, fingiendo escuchar recatadamente como lo había estado haciendo la última media hora, mientras que debajo de la mesa enroscaba los dedos para apretar el muslo de él.

Brent saltó al sentir la presión de sus dedos, y una descarga eléctrica en la entrepierna. ¿Acaso no sabía esta mujer lo sensible que era la parte interna de los muslos de un hombre?

– ¡Qué! -preguntó Keshia-. No me digas que estás en desacuerdo.

– ¿Eh? -Brent hizo un esfuerzo por recordar el tema de conversación. Oh, sí, confirmar las fuentes-. Por supuesto que no estoy en desacuerdo.

– ¿Entonces por qué estás frunciendo el entrecejo? -preguntó Keshia.

– No estoy frunciendo el entrecejo. -¿Lo estaba haciendo?-. Estaba pensando -pensando en que le gustaría tomar la mano de Laura y moverla un centímetro más arriba y a la izquierda. Eso o arrastrarla afuera y obligarla a que explicara qué se proponía. Estaba comportándose de una manera completamente extraña. Tal vez se tratara del estrés de la mudanza o de la discusión con su padre. Debía apartarse de ella antes de que la situación se saliera de control. En cambio, apartó las rodillas para darle un acceso más fácil a su muslo. Como si le hubiera trazado un mapa, los dedos de ella se dirigieron directamente a la zona erógena que se hallaba a mitad de camino entre su entrepierna y su rodilla.

Su cuerpo se sacudió tan bruscamente, que pensó que todos se darían vuelta para mirarlo, conscientes de lo que sucedía debajo de la mesa. Tomó su bebida para disimular el violento movimiento. Y también para extinguir la hoguera que se desparramaba por todo su cuerpo. Maldición, cada vez hacía más calor en el salón. Posó el vaso, y le dirigió una mirada interrogante a Laura, exigiendo una explicación. Para su sorpresa, ella le sonrió a su vez como si no sucediera nada.

Está bien, le dijo con los ojos, yo también puedo jugar este juego. Ya veremos quién se rinde primero.

Volviéndose hacia Keshia, retomó la discusión donde había quedado, al tiempo que deslizaba su mano bajo la mesa. Recorrió con su palma el largo del muslo de Laura. Ella se retorció cuando él apoyó la mano sobre su rodilla desnuda. La satinada suavidad de su piel azuzó las puntas de sus dedos, cuando levantó el ruedo de su vestido hacia arriba para realizar pequeños círculos sobre su carne. Por el rabillo del ojo, él observó que comenzaba a jadear. Quiso sonreír cuando ella estiró el brazo para tomar su trago y beber un rápido sorbo. Pero su sonrisa titubeó, cuando su otra mano se desplazó hacia abajo sobre su propia rodilla, y nuevamente hacia arriba. Ella repitió el camino una y otra vez, subiendo un poquito más cada vez.

El sudor cubrió la parte posterior de su cuello, aunque sabía que ella jamás, por nada en el mundo, treparía hasta la parte superior de su muslo, al bulto que pugnaba por salir del pantalón. Movió las piernas para acomodar la presión que crecía y rogó que ella no lo interpretara como una invitación. Si ella lo llegaba a tocar allí, no sería responsable de las consecuencias.

Para su alivio, ella cambió la dirección de su acoso a la parte superior de su muslo, y él se aflojó ligeramente; no mucho, sino lo suficiente para reclinarse sobre el respaldo del asiento y disfrutar del juego. Tal vez estuviera extrañamente atrevida, pero seguía siendo una novata, y él se haría cargo de que terminara implorándole que se detuviera, en cualquier momento.

Desgraciadamente, él tampoco era un experto en estas lides, ya que había focalizado la mayor parte de su vida en el trabajo más que en las mujeres. De hecho, tocar el muslo de ella, sentir los tersos músculos bajo su mano, parecía estar afectándolo más a él que a ella. Se alegró cuando Franklin retomó el debate con Keshia, ya que su propio cerebro era incapaz de hilvanar dos ideas de forma coherente.

Laura, por otra parte, se había vuelto hacia Connie y conversaba animadamente sobre Beason’s Ferry y la historia de su familia. Durante todo este tiempo, realizaba círculos martirizadores con la yema de sus dedos, trazando dibujos al azar que lo hacían contener el aliento cada vez que ascendía hacia la coyuntura de sus muslos. En un momento dejó de temer que lo tocara allí y comenzó a desear que lo ahuecara con la mano. No pasó mucho tiempo para que el deseo se hiciera tan intenso, que le dolieron las encías.

Lo que había comenzado como un inocente flirteo se transformó en una batalla de los sexos. Su ego masculino reclamaba que fuera ella quien se detuviera primero. Tan sólo esperó que se rindiera pronto, porque si las yemas de sus dedos rozaban una vez más ese lugar en su muslo, comenzaría a gemir.

La mano de él se cerró alrededor del muslo de ella. Cielos, tenía piernas increíbles. Quería deslizarse bajo la mesa y besar cada centímetro de ellas durante una hora entera, desde los delgados tobillos hasta la ardiente cavidad que sabía lo aguardaba en la cúspide.

En un último esfuerzo desesperado para ganarle la partida, se inclinó hacia ella, advirtiendo la fragancia de especias de un perfume nuevo.

– Sabes, Laura -susurró-, si seguimos así, podrías terminar humillándote.

– ¿Ah, sí? -se volvió hacia él, parpadeando con inocencia, pero sus ojos estaban dilatados por el deseo. Estaba a punto de salir victorioso. Ella estaba demasiado jugada, y pronto lo admitiría.

– Eso es -le susurró en el oído-. ¿O te has olvidado de aquella noche en mi auto? ¿De cómo te hice gritar? ¿Deseas que lo haga? ¿Qué te haga gritar de placer en frente de toda esta gente?

Por un instante, ella lo miró fijo como si estuviera demasiado convulsionada o aterrada para hablar. Luego, para su alivio, ella apartó la mano con rapidez. Aunque había querido que dejara de tocarlo, casi lanzó un gemido cuando ella se alejó de él. Buscando su bebida, le susurró unas palabras de consuelo: