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– Sí. Usted es el ttti… -el niño se esforzó por un momento como si tuviera la lengua pegada al paladar-… tipo… que hace las no no noticias.

– En realidad, yo sólo informo las noticias. Otra gente las hace -Brent esbozó una sonrisa, pero aparentemente el niño no había comprendido el chiste-. ¿Te gusta mirar las noticias?

El niño sonrió y sacudió la cabeza con suficiente fuerza como para que rebotara de un lado a otro.

– Me gustan los dibujos animados.

– Oh -a esa edad, Brent también prefería los dibujos animados a las noticias-. Los dibujos animados tienen buena onda.

El niño soltó una risita, y Brent halló que el sonido era extrañamente contagioso. Siempre había considerado a los niños como algo que debía ser evitado, pero éste no estaba tan mal. Incluso era simpático, y tenía el aspecto de una ardillita, con ojos bizcos color marrón y grandes paletas delanteras. Su negro cabello corto y parado contribuía a su aspecto curioso.

– Así que, eh, ¿viniste a ver al doctor? -preguntó Brent.

El niño asintió con un movimiento espasmódico y endeble.

– Ssssí -dijo con el sonido nasal de alguien que está resfriado.

– ¿Estás resfriado?

– ¡No! -el niño estalló en carcajadas como si la pregunta fuera comiquísima-. Parsis cerbral.

¿Parsis cerbral? Brent frunció el entrecejo. En ese momento, volvió a mirar al niño, advirtiendo los ojos bizcos, los movimientos espásticos, y el constante movimiento de la cabeza.

– ¿Quieres decir que tienes parálisis cerebral?

El niño asintió, aún sonriendo.

Brent sintió como si le faltara el aire, mientras observaba el rostro delante de él. Era la cara de cualquier niño normal y saludable en edad escolar, y al mismo tiempo era diferente. Este niño jamás sería completamente normal y saludable como el resto de sus compañeros. Siempre sería diferente, discriminado sin que tuviera culpa alguna.

– ¿Así que essstas aqqquí para ver al doccctor? -preguntó el niño.

– No. No, estoy aquí para ver a Laura Morgan.

– ¿Ah, sí? -los ojos del niño se iluminaron-. Es muy sssexy.

– ¿Qué? -Brent parpadeó, sin saber si había entendido bien.

– La ssseñorita Mmmorgan. Muy sssexy.

Brent no sabía qué esperar de un niño con parálisis cerebral, pero seguro que no era el humor. No pudo evitar sonreír.

– Sí, supongo que tengo que admitir que tienes razón.

– ¿Es ttttu nnnovia?

– Algo así.

– Diablos -el niño hizo una mueca.

– ¡Oye! -Brent fingió que se enojaba-. ¿Andas detrás de mi chica?

– Ella cccree que ssssoy lindo.

– Ah, eso es lo que cree, ¿no? Pues tendré que hablar con ella al respecto.

El niño soltó una risita y se tambaleó, al tiempo que Brent se contuvo para no ayudarlo.

– Robby -llamó la joven. Cuando Brent miró hacia arriba, vio que ella misma era también una niña, con una trenza de cabello oscuro que le colgaba hasta la cintura de su uniforme de criada de poliéster color durazno-. Ven, hijo.

– Sí, mammma -el niño intentó enderezarse, y Brent advirtió que llevaba aparatos ortopédicos en ambas piernas. Caminando espásticamente, se abrió paso hasta el otro lado de la sala, para tomar la mano de su madre. Una vez en la puerta, giró y saludó a Brent con la mano.

– Nos vemmmos.

– Sí, nos vemos -Brent saludó a su vez al tiempo que el niño y su madre se marchaban. Una extraña sensación se apoderó de su pecho, como si algo se estuviera derritiendo allí. Incluso después de que la puerta se cerrara, se quedó sentado con la mirada fija en donde había estado Robby. ¿Cómo podía alguien con un cuerpo sano quejarse sobre su suerte en la vida?

La culpa atenazó su conciencia al recordar todas las veces que se había lamentado de sus propios vicisitudes. Tal vez su vida había sido dura en algunos aspectos, pero también había sido generosa regalándole un cuerpo saludable y un rostro que le había abierto muchas puertas.

– Perdón por hacerte esperar -dijo Laura al entrar rápidamente en la sala de espera-, aunque veo que estuviste entretenido -añadió, advirtiendo el libro de Dr. Seuss. Una mirada extraña se apoderó de su rostro, más tierna que divertida.

– Sí, eh, apasionante -puso el libro a un lado y se levantó para besarla brevemente, como siempre hacían cuando la venía a buscar para almorzar.

– ¿Qué te parece si vamos a Ol’Bayou para comer comida cajún? -preguntó-. Salvo que prefieras huevos verdes con jamón.

– Lo que sea -respondió distraído, pensando aún en el niño.

– Oye -ella ladeó la cabeza para atrapar su mirada-. ¿Estás bien?

– ¿Hmmm? Oh, claro, el Ol’Bayou suena bien.

La sonrisa que iluminó su rostro finalmente captó su atención.

– Anoche te extrañé -susurró ella.

– Yo también te extrañé -murmuró él a su vez. La dulzura en su interior se licuó y fluyó hacia afuera, al verla parada a su lado. Algunas veces se preguntaba si ser feliz afectaba el cerebro de una persona. Parecía pasar mucho tiempo mirando a Laura sin un solo pensamiento en la cabeza. Pero como ella parecía padecer de un mal semejante, decidió que no se preocuparía demasiado por ello. Sólo lo disfrutaría… mientras durara.

Laura saboreó un bocado del espeso estofado mientras observaba a Brent. Parecía indiferente al pintoresco entorno del restaurante cajún, con su extraña colección de ollas de cobre, carteles de cerveza antiguos, y redes de pescar que cubrían las toscas paredes.

– Entonces -preguntó, más curiosa que irritada-, ¿vas a mirar la comida o a comerla?

– ¿Qué? Oh, lo siento -se rió, avergonzado-. ¿De qué hablábamos?

– De organizar una fiesta para tus compañeros de trabajo -había estado animándolo suavemente a invitar a un grupo de amigos. Tenía una casa hermosa que merecía lucirse, como también merecía los elogios y la aceptación de sus amigos. Sólo que nunca tendría amigos si los mantenía a todos a raya-. Si la idea de recibir en tu casa te molesta tanto, dejaré de ponerte presión.

– No, no es eso -sacudió la cabeza-, y no fue mi intención no escucharte. Es sólo que tengo otras cosas en la cabeza en este momento.

– ¿Como cuáles? -preguntó, interesada en saber qué excusa inventaría ahora para posponer la fiesta.

– Nada importante -encogió los hombros.

– Dime cuáles.

– Nada… -insistió. Ante su mirada de exasperación, suspiró-. Sólo me preguntaba si alguien había descubierto una cura para la parálisis cerebral.

– ¿La parálisis cerebral? -lo miró fijo un instante antes de comprender-. Ah, conociste a Robby.

– Entró en la recepción mientras te esperaba.

– Es un niño muy dulce, ¿no?

– Tengo que admitir que es simpático -asintió Brent.

– Muy simpático -ella sonrió, como hacía a menudo cuando pensaba en Roberto González. Pero la sonrisa siempre desaparecía rápidamente, ahuyentada por la realidad de la situación-. Desgraciadamente, la respuesta a tu pregunta es no, no existe una cura para la parálisis cerebral. Es un tipo de daño cerebral, no una enfermedad. Aunque Robby es uno de los afortunados, si se puede hablar de fortuna en estos casos.

– ¿A qué te refieres? -finalmente manifestó interés por el tema de conversación.

– No tiene retraso mental, y sus habilidades motrices y sentido del equilibrio son bastante buenos. Incluso podría aprender a caminar con un modo de andar relativamente normal si… -respiró hondo, frustrada-… si tan sólo pudiéramos conseguirle la terapia física que necesita.

– ¿Cuál es el problema? -preguntó Brent, alargando la mano para tomar un pedazo de pan de maíz-. Aunque no tenga una obra social privada, ¿no debería cubrirlo el seguro médico estatal?

– Oh, lo cubren -resopló-. Sólo que el seguro del Estado ha adherido al nuevo sistema de administradores de seguros de salud. ¿Tienes idea de la cantidad de obstáculos que hay que sortear para obtener una derivación médica para un paciente?