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– ¡Oh, Dios! -dijo Laura jadeando, mientras se apuraba por bajarse de la mesada.

– Está bien; tranquila -Brent se metió la camisa en el pantalón y se abrochó los pantalones.

– Tal vez debas atender la puerta y demorarlos -sugirió, y alargó la mano para recoger la bombacha y el short que se encontraban sobre el suelo.

Él se apuró por agarrar la bombacha primero.

– Ni lo pienses, ésta es mía.

– ¡Brent! -hizo un intento por atraparla, pero él se la metió en el bolsillo del pantalón.

– Te la devolveré… más tarde -ella comenzó a protestar, pero él le entregó el short-. Será mejor que te apures.

Farfullando para sí, Laura agarró el short mientras Brent fue a la pileta a lavarse las manos. A pesar de estar furiosa, había una parte de ella que sintió euforia ante lo que acababa de suceder. ¿Había estado Brent a punto de decir lo que ella creía? Por la forma de mirarla a los ojos, ella advirtió lo que anhelaba ver hace tanto tiempo. La amaba. La amaba de verdad. Más que eso, parecía preparado para decirlo. Si el timbre no hubiera sonado, ¿habría finalmente escuchado las tres palabras más preciosas de toda lengua? Su corazón cobijó la ilusión, mientras se acomodaba la ropa y se alisaba el cabello.

Una vez que estuvieran presentables, abrieron la puerta y hallaron a Keshia y Franklin. La sonrisa eufórica de Laura mutó por una cálida de bienvenida.

– Estoy tan contenta de que pudieran venir -lo dijo con entusiasmo genuino. A lo largo del verano, habían cultivado una amistad casual, y se encontraban después del trabajo para beber unas copas.

– Qué hermosa casa -exclamó Keshia, observando el recibidor.

– Es cierto -añadió Franklin-. Por como la describiste Brent, esperaba encontrarme con una obra con pisos destrozados y paredes a medio pintar.

– Pues, sigue necesitando algunos retoques todavía -insistió Brent.

– No le hagan caso -se rió Laura-. Pasen, y les haremos el tour guiado.

Después de pasearlos por el piso de abajo, Laura y Keshia se dirigieron a la cocina para picar las cebollas y rayar el queso para las fajitas.

– Allá van -se rió Franklin entre dientes-. Para hablar acerca de nosotros a nuestras espaldas.

– Oh, cállate -Keshia sacudió una mano en frente de él-. Ustedes hagan algo viril, como prender el fuego.

Inmediatamente después de cerrar la puerta de la cocina, Keshia se volvió hacia Laura.

– ¿Y? -preguntó, con un brillo de conspiración en la mirada-. ¿Hará algún anuncio importante Brent esta noche?

Laura parpadeó, completamente confundida.

– Oh, lo sé -dijo Keshia, dirigiéndose a la tabla de cocina en la isla-. No debo contárselo a nadie, ¿verdad? Pero tú no eres nadie. Me refiero a que te lo debe de haber contado, aunque sea un poco reservado con todos los demás.

Laura sintió que el piso se movía bajo sus pies. Keshia había mencionado la palabra anuncio. Por lo que sabía Laura, había tres anuncios básicos en la vida de una persona: el nacimiento, la muerte y el matrimonio. ¿Era eso lo que había estado a punto de decirle Brent al sonar el timbre? No sólo “Laura, te amo”, sino “¿Deseas casarte conmigo?”

– Cccomo… -tragó saliva-. ¿Cómo lo sabías?

Keshia se encogió de hombros y eligió una cebolla, arrojándola al aire como una pelota de tenis.

– Lo sorprendí hablando por teléfono ayer cuando pensó que nadie lo estaba escuchando.

Los pensamientos agolparon la mente de Laura mientras rayaba el queso. ¿Con quién podía estar hablando Brent para que Keshia se enterara de lo que tramaba? ¿Con un joyero, tal vez? ¿Estaría Brent preparando una propuesta matrimonial tradicional con anillo de compromiso y todo?

– Oye, Laura -Frank asomó la cabeza por la puerta-. Creo que estamos listos para la carne.

– Oh, claro -aturdida, abrió la heladera y sacó un contenedor de plástico.

Franklin levantó la tapa y la miró confundido.

– No es que no me gusten las sobras de lasaña, pero pensé que esta noche comeríamos fajitas.

Laura se rió cuando vio lo que le había entregado.

– Lo siento -sacudió la cabeza y cambió la lasaña por la carne marinada que sería puesta sobre la parrilla, cortada en tiras, y servida envuelta en tortillas de harina. Con la carne haciendo equilibrio sobre la hielera con bebidas frías, Franklin volvió al patio. Sonó el timbre, y Keshia avisó que iría a abrir.

Laura se halló sola en la cocina. Del otro lado de la puerta, oyó un grupo de gente que llegaba. Brent los llamó desde el patio, invitándolos a pasar. Parecía seguro de sí y animado, el anfitrión perfecto.

Cerró los ojos y saboreó el momento, cada sonido, cada aroma, cada sensación que recorría su piel. El sueño que había pensado que estaba más allá de su alcance estaba a punto de hacerse realidad. Ella y Brent se casarían, formarían una familia, y envejecerían juntos uno en brazos del otro.

El resto de la noche pasó como un torbellino. Se rió y conversó con todos los amigos que había hecho del canal. Pero estaba ajena a todo… a la música y al ánimo festivo. Se sentía como si estuviera flotando por encima de una escena ideal.

Las luces del jardín daban a los canteros alegres en flor el aspecto de un cuento de hadas. El entramado de gente que conformaba el personal de KSET se reían y conversaban unos con otros, mientras se devoraban el festín de comida tex mex. Brent circulaba entre ellos confiado, como si hubiera sido anfitrión en cientos de fiestas. Ella observó mientras aceptaba las felicitaciones por su informe con gracia y humor.

Desde el otro lado del jardín, su mirada se conectó con la suya. Te amo, Brent Michael Zartlich, le dijo con los ojos. Con todo mi corazón. Como si escuchara sus palabras, sus rasgos se suavizaron, y ella sintió la respuesta como si la hubiera pronunciado en voz alta. Cobijó ese sentimiento dentro de sí y lo mantuvo un largo tiempo después de que cada uno se volviera para atender a sus invitados.

No fue hasta la medianoche que el último de los invitados se marchó finalmente. Laura acompañó a Brent en la puerta de entrada, mientras se despedía de ellos. Con un último “gracias por venir y manejen con cuidado”, cerró la puerta. El silencio se instaló en la casa. Apoyándose contra la puerta, la miró y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro.

– Gracias a Dios -dijo-. Pensé que jamás se marcharían.

– Y yo que pensé que te estabas divirtiendo -bromeó ella, aunque también hubiera echado a los más rezagados una hora antes-. ¿Te das cuenta de que tu primera reunión fue un éxito total?

– Gracias a ti -dio un paso hacia ella, la levantó en sus brazos y la hizo girar varias veces en el aire-. Y gracias por animarme a hacerla. Me divertí.

Riéndose, ella se aferró a su cuello mientras la boca de él descendía sobre la suya para besarla largamente. Ella suspiró cuando él levantó la cabeza.

– ¿Eso significa que darás otra? ¿Por ejemplo, para Navidad?

– Tal vez -la volvió a apoyar sobre el suelo y le dirigió una mirada tan exuberante que sintió que levitaba-. Pero no hablemos más de fiestas. ¡Tengo una noticia maravillosa!

Con el corazón en la garganta, preguntó:

– No, no aquí -sus ojos brillaron, al tiempo que daba un paso hacia atrás-. Espérame en el cuarto de estar. Vuelvo enseguida.

Intentó calmar sus nervios, y fue a esperar en el sofá. Deseó haber llevado algo más que el conjunto informal que vestía. Una mujer debía lucir especial el día en que su esposo le proponía matrimonio. Cuando las puertas de la cocina se abrieron de par en par, ella se sobresaltó, y luego se tomó las manos sobre el regazo para evitar que temblaran. Una sonrisa se extendió por su rostro cuando vio que él llevaba una botella de champaña en una mano y dos copas aflautadas en la otra.