– ¿Champaña? -ella apoyó una mano sobre el corazón-. Debe de ser realmente una ocasión muy especial.
Sentándose al lado de ella, descorchó la botella, llenó ambas copas, y le entregó una. Sus ojos bailaban al levantar la copa en alto. Oh, cielos, ahora viene, pensó.
– ¿Qué dices -dijo lentamente-, si te invitó a brindar por el reportero político más reciente de la cadena en Washington, D. C?
Ella parpadeó intentando comprender sus palabras.
– ¿Disculpa?
Su sonrisa se amplió:
– Recibí un llamado de mi agente ayer. Me ofrecieron un empleo como reportero político para la cadena, Laura. ¡Para la cadena!
– No entiendo -¿qué tenía que ver esto con el casamiento?-, pensé que ser reportero era dar un paso atrás respecto de ser un presentador.
– A nivel local, sí. Pero en este caso es a nivel nacional. Es exactamente lo que he estado soñando. Volver al llano, hacer informes de investigación. ¡Oh, cielos! -sacudió la cabeza, riéndose-. ¡No puedo creer que esto esté sucediendo! Aunque me he esforzado por conseguirlo, aún no puedo creer que finalmente suceda.
Sintió un frío recorrer su espalda.
– Entonces… ¿aceptarás el puesto?
– Apenas termine mi agente de negociar un contrato -chocó su copa con la suya y bebió un largo trago.
– Entiendo -sus dedos se entumecieron. Temiendo soltar el vaso, lo apoyó sobre la mesa de centro sin beber un solo trago. Este era el anuncio al que se había referido Keshia. No tenía nada que ver con el matrimonio o la familia, o una vida colmada de amor y de la risa de los niños. Todo lo que había fantaseado durante las últimas horas volvió a aparecer para mofarse de ella.
– ¿Qué sucede? -preguntó él, aparentemente notando un cambio en su estado de ánimo.
– Nada. Me alegra por ti, de verdad -intentó sonreír, pero sus labios temblaron-. Si esto es lo que quieres, me alegro -temiendo llorar, volvió el rostro hacia el otro lado.
– Oye -tomó su mentón y le hizo girar el rostro para que lo mirara a los ojos. Ella tragó saliva al tiempo que las lágrimas se agolparon en sus ojos. Si se había equivocado respecto de la propuesta matrimonial, ¿también se había equivocado respecto de que él la amaba?
– ¿Laura? -dejó la copa a un lado y tomó sus manos entre las suyas-. Estás helada. ¿Qué sucede? ¿Es la idea de mudarte a Washington? Te prometo que te encantará. Es una ciudad fantástica. Estoy seguro de que podrás conseguir un trabajo. Fíjate en lo bien que te fue aquí.
Ella indagó sus ojos buscando un signo de que estaba equivocada, de que sí la amaba y que tenía intenciones de casarse con ella.
– Brent, exactamente, ¿qué me estás pidiendo?
– Maldición -se derrumbó-. Supongo que lo hice todo al revés. -Respiró hondo, y fijó la mirada en sus manos unidas. Ella sintió que el corazón le volvía a latir esperanzado.
– Laura, en estas últimas semanas, he estado pensando acerca de… muchas cosas. Jamás me imaginé metido en una relación a largo plazo, pero las cosas están marchando tan bien entre nosotros. Me refiero a que nos llevamos muy bien y tú pareces feliz. Así que creo que por eso imaginé que… -por fin la miró a los ojos-. Quiero que vengas a Washington conmigo.
Quiero que vengas a Washington conmigo. No “Laura, te amo, por favor, cásate conmigo”, sino “Ven a Washington conmigo”. Ella se puso de pie y caminó hacia las ventanas. El escenario de ensueño con las luces y flores de patio parecía triste y abandonado.
– ¿Laura? -se acercó detrás de ella. Vio su reflejo en el vidrio cuando alargó la mano para tocarla, y luego dudó-. ¿Qué tienes?
– Dijiste que fuera contigo a Washington -su voz sonó tan tranquila-. ¿En calidad de qué quieres que te acompañe, exactamente?
– No te entiendo.
– ¿Quieres que te acompañe como tu amante?
Su reflejo se tornó rígido, como si lo hubiera insultado.
– Si así lo quieres llamar.
– Así se lo llama, Brent -paralizada, se volvió para mirarlo-. Cuando dos personas se acuestan y no están casadas son amantes.
– Laura… -con un suspiro, alargó la mano para apartarle un mechón de la frente-. ¿Qué importa cómo lo llame la gente? Te necesito. Y también quiero estar contigo.
– ¿Durante cuánto tiempo?
Él parpadeó.
– ¿A qué te refieres con durante cuánto tiempo?
– Me refiero a que ¿cuánto tiempo más vas a querer “estar” conmigo?
– No lo sé -se echó hacia atrás-. ¿Cómo es posible saber algo así?
– Está bien, entonces quieres que deje todo lo que estoy haciendo, me mude a Washington, y encuentre un trabajo nuevo y un lugar nuevo para vivir, para que podamos seguir siendo amantes. ¿Es así?
– En realidad -bajó la mirada-, estaba esperando que reconsideraras venir a vivir conmigo. Debes admitir que sería más práctico. Especialmente teniendo en cuenta el valor de las propiedades en Washington.
– Oh -dijo, cruzándose de brazos-. Entonces quieres que sea más que tu amante. Quieres que sea tu concubina.
– ¿Por qué estás haciendo una montaña de un grano de arena? -se alejó de ella, e hizo un gesto de desdén con la mano-. Todo el mundo cohabita. Nadie se lo cuestiona.
– Tal vez sea un poco quisquillosa, pero quiero aclarar algunos puntos antes de tomar una decisión.
– Como quieras -metió con fuerza las manos en los bolsillos y la miró desde el otro lado de la habitación-. ¿Qué quieres aclarar?
– Cuando salgamos con amigos, ¿cómo me presentarás? ¿”Oigan todos, me gustaría presentarles a mi hermosa concubina, Laura Morgan”?
– ¿Por qué haces esto? -fijó la mirada en ella como si estuviera intentando ser difícil deliberadamente. A ella no le importó. Se estaba muriendo por dentro, y sólo podía pensar: “¿Por qué?” ¿Por qué siempre fracasaba en alcanzar el parámetro deseado? ¿Qué le faltaba para ser amada de verdad?
– ¿Y qué piensas de los hijos, Brent? -preguntó, aguantando las lágrimas-. ¿Les presentas a nuestros hijos como Joey y Suzi, nuestros adorables bastardos?
– Basta, Laura. ¡Te digo que basta! -se pasó ambas manos por el cabello-. Cielos -farfulló-, ya te dije que no tengo intención alguna de tener hijos.
– Los accidentes son frecuentes -ella apretó los brazos alrededor de su cintura-. ¿Qué harás si me quedo accidentalmente embarazada? ¿Me dejarás para no tener que volver a sufrir indirectamente el dolor de ser un niño ilegítimo?
– Cielos, no es que sea un estigma tan grande -insistió-. La gente tiene hijos fuera del matrimonio todo el tiempo.
– ¿Entonces haber nacido bastardo no te afecta? -él no respondió, y su paciencia se terminó de evaporar-. Mírame a los ojos, Brent Zartlich, y dime que no te importó ser un niño bastardo.
– No voy a hablar de esto -se volvió como si fuera a marcharse de la habitación.
– Y yo no dejaré que mis hijos se críen sin un hogar como Dios manda y sin padres que los amen.
Él giró de nuevo, con los ojos centelleando furiosos.
– Un certificado matrimonial es lo que menos lo garantiza.
Laura simplemente lo miró, observándolo retomar el control de sí mismo, volviendo a encerrar los demonios en su interior en donde podía fingir que no existían.
– Por el amor de Dios -suspiró él-, ¿acaso no te dije que te necesitaba? No es que te abandonaré ante la primera discusión que tengamos. Pero debes comprender que no puedo casarme contigo.
– ¿Por qué? -su voz tembló confundida y dolida.
– ¡Sencillamente, no puedo! -contrajo la mandíbula, y apareció una fisura en su férreo autocontrol-. No es algo que pueda explicar. Simplemente, no puedo.
– Brent, yo… sé que la idea de ser esposo y padre te atemoriza, pero…
– ¡No me estás escuchando! -gritó, y luego respiró hondo cuando ella retrocedió.