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– No, no estoy enojada -dijo sin inflexión alguna en la voz. Para decir verdad, no sabía lo que sentía, fuera de estupor-. Si me disculpan, creo que iré a mi habitación.

Gracias a Dios, ninguno de los dos intentó detenerla cuando cruzó el salón y desapareció a través de la cocina y dentro de su habitación. Cerró la puerta y se apoyó contra ella. Primero fue la risa, seguida por las lágrimas… lágrimas silenciosas y desgarradoras que convulsionaron todo su cuerpo.

Pasó un largo momento antes de sentir un suave golpe a la puerta, y advirtió que lo había estado esperando. Enderezándose, se limpió las mejillas y abrió la puerta. Greg estaba allí de pie, vestido esta vez, con la cabeza ligeramente inclinada.

– ¿Puedo entrar?

– Por supuesto -dio un paso atrás.

Él demoró un largo instante para cerrar la puerta, y luego se quedó parado, mirando fijo el picaporte.

– Laura… yo… no sé qué decir.

– No necesitas decir nada.

– Aunque fuiste clara que lo nuestro había terminado, mi comportamiento de esta noche fue imperdonable.

– ¿Por qué? -preguntó-. ¿Porque piensas tal vez que podemos volver a estar juntos? -cuando no respondió, supo que había dado en la tecla-. Entonces por eso me ofreciste ser socios en la farmacia. Como una manera de recuperarme.

– ¡No! -finalmente la miró-. Por supuesto que no. Bueno, al menos no por completo -como si advirtiera que había protestado con demasiado énfasis, suspiró derrotado-. Está bien, tal vez era parte del motivo. Aunque realmente estaba convencido de que seríamos buenos socios comerciales.

– ¿Seríamos? -enarcó una ceja.

Casi pudo ver el vaivén de sus pensamientos reflejados en su rostro, mientras buscaba una manera cortés de salir de la incómoda situación.

– Sí, bueno, eh, Melody señaló que tal vez tú y yo no funcionemos tan bien como socios; ambos tenemos una tendencia a ser demasiado analíticos. Ella, eh, sugirió que podría, buscar a alguien más creativo, que sepa de marketing y nuevas tendencias en productos de bienestar, y posiblemente una sección de regalos… y, este, cosas por el estilo -sus palabras menguaron con una mirada desesperada de disculpas.

A pesar de todo, Laura tuvo que morderse el labio para evitar sonreír.

– ¿Y me imagino que no tiene a nadie en mente para el trabajo?

Él le dirigió una mirada avergonzada, que le trajo a la memoria el hombre tímido del que casi se había enamorado cinco años atrás, carraspeó.

– Melody sabe bastante sobre el tema de la medicina holística. De hecho -añadió, como si le sorprendieran sus propias ideas-, es una mujer asombrosa, una vez que accedes a lo que tiene debajo de toda esa vestimenta extraña que lleva… me refiero… -su rostro se tornó carmesí.

– No te preocupes -Laura levantó la mano.

– Me refiero intelectualmente -se apuró por explicar.

– Sé a lo que te refieres, y estoy de acuerdo. Melody es una persona muy inteligente y maravillosamente auténtica.

– Sí, lo es, ¿no? -su vergüenza cedió al orgullo.

Laura parpadeó, preguntándose si él había sentido alguna vez esa fascinación por ella.

– Te gusta en serio, ¿no?

Él encogió los hombros, evasivo.

– Es que es tan diferente de toda la gente que conozco. Es frustrante, irritante y completamente exasperante, pero no puedo dejar de pensar en ella. Y ella lo sabe. Desde el primero momento en que la conocí, aquel día en el Tour de las Mansiones, me miró de un modo arrogante y burlón, como si me pudiera leer la mente y supiera lo atraído que me siento por ella, aunque no me lo propusiera. Me tienes que creer, jamás quise verla de ese modo.

– Greg, no te preocupes. No significa que me hayas engañado ni nada por el estilo.

Su mirada bajó a sus pies.

– Sólo quiero que sepas que no quise que… sucediera lo de esta noche. Ni siquiera sé cómo sucedió. De un momento a otro pasamos de estar gritándonos… aunque yo jamás grito; sabes que nunca grito, a arrancarnos la ropa como un par de adolescentes incontinentes.

– Greg, por favor, no tienes que explicar nada -volvió a levantar la mano-. De hecho, me encantaría que no lo hicieses.

– Lo siento -la observó un momento, y luego ladeó la cabeza sorprendido-. No estás enojada.

– No. Sorprendida, aturdida, tal vez, pero no enojada. Es sólo que jamás te imaginé con Melody…

– Yo sí -sonrió mostrando los dientes-. Me lo imaginé, quiero decir. Demasiado a menudo. Supongo que por algún motivo me imaginé cómo sería. Me saca de quicio, pero al mismo tiempo, esta noche me sentí más vital de lo que jamás me sentí en mi vida. Jamás. Con nadie -advirtiendo lo que acababa de decir, se apuró por agregar-. No es que no haya sido bueno contigo…

Laura sacudió la cabeza.

– No te preocupes. Me alegro por ti, Greg. Lo digo en serio. Y creo que, sea lo que fuere que existe entre tú y Melody, debes darle una oportunidad.

– ¿Lo crees realmente? ¿No crees que es raro que estemos juntos, quiero decir siendo yo más joven que ella?

– ¿Te molesta ser más joven? -le preguntó.

Lo pensó un instante, y luego sonrió.

– En realidad, no. En lo más mínimo.

– Entonces, no. No creo que sea raro.

– Gracias -suspiró-. Sabes, has sido una buena amiga. Espero que conservemos eso, al menos.

– Yo también.

Se quedaron parados un momento, mirándose. Luego, soltando una carcajada, dieron un paso al frente y se abrazaron. El abrazo era amistoso y tenía la calidez de tiernos recuerdos.

– Cuídate mucho -le susurró ella.

– Oye, no es que no nos vamos a ver nunca más. Tengo la impresión de que nos vamos a ver muy seguido si las cosas funcionan con Melody.

– Eso espero. Pero de cualquier manera, cuídate mucho -dijo-. Eres una persona muy especial.

– Tú también.

Con un último movimiento de cabeza, se volvió y salió. Apenas se cerró la puerta tras él, ella se hundió sobre la cama, dejó caer la cabeza entre las manos y lloró. No sentía dolor por el hecho de tener que aceptar que su relación con él había acabado, o que había hallado algo especial con Melody. Sintió pena de saber que esa puerta de su vida estaba final e irrevocablemente cerrada. Aunque era lo que deseaba, seguía siendo un final, y todo final… aunque fuera deseado… dejaba una sensación de vacío.

Pasaron unos minutos antes de que Melody golpeara suavemente a la puerta, y asomara la cabeza:

– Hola.

– Hola -consiguió esbozar una tibia sonrisa.

Melody frunció el entrecejo:

– ¿Te pasa algo?

Ella comenzó a decir que sí, pero cuando abrió la puerta, se le escapó un pequeño sollozo:

– No.

– Oh, cariño -corriendo hacia ella, Melody la rodeó con sus brazos. Las lágrimas fluyeron tórridas y abundantes, al tiempo que Melody la acunaba-. Lo siento. Te juro que no sabía que seguías sintiendo algo por él. Por favor, debes creerme: jamás hubiera dejado que sucediera algo así por más atracción que sintiera. Te juro que pensé que no te importaría.

– No me importa.

– ¿No? -Melody se apartó para mirarla-. Entonces, ¿por qué estás llorando a moco tendido?

Ella encogió los hombros:

– Supongo que no todas las noches sucede que una mujer sea abandonada por dos hombres.

– ¿Dos hombres?

– Brent y yo… -respiró hondo y se forzó a decirlo, a aceptarlo-: Brent y yo rompimos.

– ¡No! -el rostro de Melody se mostró incrédulo, y luego apenado-. Oh, cariño, ¿qué pasó?

Laura le describió los sucesos de esa noche. Mientras hablaba, comenzó a presentir con cada vez más fuerza que, tal vez, si no hubiera tenido tanta prisa en suponer que Brent le iba a proponer matrimonio a comienzos de la velada, tal vez habría reaccionado de forma diferente de la propuesta que sí había hecho. Por la expresión en el rostro de Melody, su amiga estaba pensando lo mismo.