– ¿Qué? -preguntó, esperando estar equivocada-. ¿Qué sucede?
– Nada -insistió Melody rápidamente.
Laura se puso de pie rápidamente; necesitaba moverse. ¿Habría terminado diferente la noche si no hubiera tenido semejante ataque de valores tradicionales de su parte? Pero maldita sea, esos valores no estaban errados. Echó una ojeada a Melody y advirtió la compasión en su mirada.
– Tú crees que fui poco razonable, ¿no es cierto?
– No dije eso.
– Pero lo pensaste.
– No, yo… -los hombros de Melody se derrumbaron-. No estoy diciendo que esté mal pensar como tú, pero…
– Crees que reaccioné en forma exagerada.
– Sólo digo que dar un ultimátum no es la mejor forma de lidiar con la gente, y menos con los hombres.
– No le di un ultimátum.
Melody enarcó una ceja.
– Jamás le dije “si no me haces una propuesta matrimonial me voy” -pero tampoco lo había negado cuando fue Brent quien se lo dijo. Sintiéndose cohibida bajo la intensa mirada de su amiga, ordenó los objetos sobre el tocador-. Sólo describí los hechos tal como yo los veía. No me ama, no en serio, entonces ¿qué sentido tiene que me mude a Washington con él? -pero la idea de quedarse era como un puñal en el corazón-. Si fuera con él, sólo sería peor, Melody. ¿Acaso no lo ves? Desde el punto de vista emocional, me moriría en cómodas cuotas esperando que me arrojara algunas migajas de compromiso. No puedo vivir así, entonces, mejor terminar ahora. -Echó una mirada por encima del hombro, suplicándole a su amiga que comprendiera-. ¿No lo crees?
Melody la miró un largo momento.
– ¿Cuáles son los hechos según lo ve Brent?
Hundió los hombros.
– Que le mentí, que lo engañé, que le tendí una trampa.
– Dudo de que lo haya expresado en términos tan duros -dijo Melody-. Y aunque lo hiciera, probablemente estaba defendiéndose porque lo habías lastimado.
Laura se tensó al escucharla.
– Él también me lastimó. ¿Acaso yo no cuento?
– Oh, claro que sí -Melody se paró de la cama para unir la mano de Laura con la suya. Con la otra, le apartó el cabello de la frente-. Tienes todo el derecho de estar triste. De hecho, haz lo que hago yo, y tómate un tiempo para recuperarte. Luego, mañana por la mañana, cuando se hayan calmado los dos, puedes llamarlo para hablar como dos adultos maduros que se quieren.
– De ninguna manera -Laura se alejó de las manos consoladoras de Melody. La sola idea de llamar a Brent le provocó oleadas de pánico. Ya había quedado como una idiota. Lo último que quería era seguir exponiéndose para que la lastimaran aún más, persiguiéndolo.
¿Pero estoy dispuesta a renunciar a lo que tengo solamente porque no puedo tener todo lo que deseo?, se preguntó. La tentación de ceder a un anhelo tan desesperado, a sacrificar su sueño de una familia para estar con Brent, le dolía tanto como la idea de perderlo. ¿Pero llamarlo y pedir perdón?
– No -dijo, intentando sonar convincente-. No llamaré. Si quiere hablar, que me llame él. Estoy harta de hacer sacrificios. Si Brent quiere estar conmigo, es hora de que sea él quien renuncie a algo.
Melody suspiró, pero Laura se negó a mirarla. Había adoptado una postura, y si se echaba atrás ahora, perdería lo único que le quedaba: su dignidad.
– Laura -dijo su amiga por fin-. Sé que estás enojada. Pero si hay una cosa que aprendí de estar casada con un militar, es que tienes que ofrecerle al enemigo una manera de rendirse, guardando las apariencias.
Laura se volvió, horrorizada de tratar a Brent como el enemigo.
– No le estoy pidiendo que se rinda. Simplemente me gustaría que fuera otra persona la que cediera de vez en cuando y no yo.
– ¿Sabes qué, Laura? He notado algo sobre ti -dijo Melody-. No eres ni por asomo tan flexible como lo creen todos. Oh, el noventa por ciento de las veces lo eres, pero luego está ese diez por ciento en que te plantas y no te mueves por nada en el mundo. Como con tu padre. ¿Acaso no crees que sabe que se equivocó por la forma en que se comportó contigo?
Laura frunció el entrecejo, pero no respondió.
– Lo dijiste tú misma, debe de estar carcomido por la culpa -prosiguió Melody-. Sabiéndolo, ¿no crees que él iría a tu encuentro si dieras el primer paso? Algunas veces debes dar ese primer paso, aunque tengas razón, para que el que no tiene razón pueda salvaguardar un poco de dignidad.
– ¿Y qué hay con mi dignidad?
– ¿Te importa más tu dignidad que tu relación con Brent?
Laura hizo un gesto de enfado. ¿Y si daba ese primer paso hacia Brent, para hallar que había cambiado de opinión y ya no quisiera que ella se mudara con él a Washington? ¿Y qué sucedía si se mudaba a Washington, con la secreta ilusión de que algún día la amara lo suficiente como para querer casarse con ella? ¿Estaría siendo justa con él… o con sí misma?
– No lo llamaré -esta vez, lo dijo en voz más baja, pero sin menos convicción. Envolviéndose con sus brazos, se resistió a encontrarse con la mirada triste de Melody-. Si Brent quiere hacer las paces conmigo, que me llame. Y no se diga más.
– Oh, Laura -con un suspiro, Melody sacudió la cabeza-. Quisiera que no hubieras dicho eso.
– ¿Por qué? ¿Dije algo malo?
– No, en cuestiones de amor, no hay bueno y malo. Pero ten cuidado de no quedar en una posición de la que no puedas salir decorosamente, o de verdad tendrás que sacrificar tu dignidad.
La sinceridad de esas palabras la hicieron volverse.
– ¿Acaso no entiendes, Melody? -dijo suavemente-. No es sólo una cuestión de dignidad.
– ¿Entonces qué es?
– Es una cuestión de enfrentar la realidad -Laura cerró los ojos, sintiéndose de repente agotada-. Brent siempre fue mi amor imposible. Por un tiempo, me olvidé de que los sueños no duran. Pero llega un momento en que tienes que despertar -se mordió el labio para que no temblara-. Y eso debo hacer ahora: despertarme y seguir con mi vida.
Capítulo 25
– Soy Brent Michaels, informando desde la capital de la nación -las palabras salieron mecánicamente de su boca, como tantas palabras, últimamente. De pie sobre los escalones del edificio del Capitolio, se sentía extrañamente distanciado… como si estuviera observando desde afuera a un periodista exitoso que concluía un informe en vivo. Ni siquiera registraba el frío cortante de noviembre que atravesaba su sobretodo.
– Buen trabajo, Brent -la voz de su productora a través del interruptor de retroalimentación llegó a sus oídos. La mujer era joven, competente y agresiva, pero había momentos en que su vital entusiasmo lo sacaba de quicio.
Extrañaba el humor insolente de Connie, y los rápidos retruques de Keshia, que a menudo hacían que fuera imposible conservar la cara seria cuando estaba en el aire. Cuando el camarógrafo tomó su micrófono y cargó la camioneta, se dio cuenta de cuánto extrañaba la rara mezcla de astucia callejera e ingenuidad de Jorge. Extrañaba salir a disfrutar de la comida mejicana con el equipo a medianoche. Incluso extrañaba los malditos Rottweilers que lo baboseaban cada vez que entraba en su casa.
Y extrañaba a Laura.
Cielos, la extrañaba tanto que sentía como si alguien le hubiera cortado un agujero en el pecho. ¿Cómo era posible que algo doliera tanto y no sangrara?
Creyó que el espantoso dolor se mitigaría con el tiempo. Pero después de dos meses y medio, aún no podía respirar hondo sin sentir que algo estaba a punto de explotar. Su instinto de supervivencia le alertaba que debía mantener sus emociones a raya. Porque una vez que aflorara el dolor, se lo devoraría entero.
– Señor Michaels -llamó el camarógrafo-. Ya terminé de cargar, si está listo para irse.
Miró el rostro energético del muchacho, lleno de vida con el frío otoñal. Si tenía que subirse a esa camioneta y escuchar la cháchara alegre hasta la estación, perdería el control.