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Mientras caminaba, apretó los botones del número de su casa, pero sólo atendió el contestador telefónico de Melody. Da igual, decidió. Para algo así, tenía que hablar con ella cara a cara, no por teléfono. Se detuvo e hizo otra llamada antes de descender en la estación de metro subterránea. La voz de su productor apareció en la línea.

– Oye, Margie, necesito salir de la ciudad inesperadamente. Es una emergencia familiar. ¿Me puede cubrir alguien durante unos días?

– Pues, claro, supongo, si es una emergencia -la voz de la mujer se tiñó de preocupación-. ¿No ha fallecido nadie, no?

– No -dijo-. Pero podría suceder -añadió en voz baja. Le rompería todos los huesos a Greg antes de permitir que otro hombre se casara con Laura-. Necesito un pasaje para Houston en seguida. ¿Con qué agencia de viajes trabajamos?

Ella buscó la información en su fichero y se la dio. Cuando se pudo comunicar con la agente de viajes unos instantes después, perdió el poco control que le quedaba.

– ¡Cómo puede ser que no haya un vuelo hasta el lunes!

– Lo siento, señor Michaels, pero es el fin de semana del Día de Acción de Gracias.

– ¡El Día de Acción de Gracias! ¿A quién le importa el Día de Acción de Gracias? -intentó de nuevo y no pudo controlar la furia-. Usted no entiende. Tengo que llegar a Houston -luego de unos minutos más de discutir inútilmente, colgó y entró airadamente a la estación de subte para dirigirse al hotel donde alquilaba una habitación por semana. Incluso después de dos meses, no soportaba la idea de buscar una casa sin Laura. Cada vez que veía un lugar que necesitaba ser restaurado, recordaba los fines de semana que habían pasado juntos arreglando su casa en Houston.

¡Maldición! Tenía que haber una manera de llegar a Houston que no fuera esperar en el aeropuerto en lista de espera. Si los vuelos estaban todos vendidos como decía el agente de viajes, no podía arriesgarse. Necesitaba ver a Laura. Ya.

Cuando llegó a la habitación del hotel, había urdido un plan. Tenía tres días para llegar de Washington a Texas. Su Porsche tendría que reemplazar el avión. Buscó una valija y empacó en tiempo récord.

Treinta minutos más tarde, se subió a la autopista a ciento setenta kilómetros por hora. Revisó el detector de radares y se acomodó para el viaje. Si no sufría complicaciones, vería a Laura con tiempo suficiente como para detener el casamiento.

* * *

Capítulo 26

Laura hizo una pausa en la puerta de entrada sin saber si tocar el timbre o abrir la puerta. Parada sobre el escalón de entrada a la casa en donde había vivido toda su vida, le pareció una decisión extraña. ¿Se abriría la puerta si intentaba girar el pomo? Recordó demasiado vívidamente la última vez que había regresado a su casa y había hallado que estaba cerrada con llave para evitar su ingreso.

Cuadró sus hombros y decidió intentar con el pomo de la puerta. Si cedía, entraría. Y si no… Si no, tocaría el timbre y seguiría tocando hasta que abriera su padre. Melody tenía razón. Este disparate ya había durado demasiado tiempo. Se suponía que el Día de Acción de Gracias era para compartir en familia. Y ella lo compartiría con el único miembro familiar que tenía, tanto si la invitaba como si no.

Para su alivio, el pomo cedió. Abriendo la puerta lentamente, traspasó el umbral con paso vacilante. El momento en que le cerró la puerta al frío viento del otoño, la quietud de la casa la envolvió como un viejo amigo rodeándola en un cálido abrazo. Los objetos y olores familiares colmaron sus sentidos. Respiró hondo y sonrió ante el aroma de aceite de limón y cera de piso… y otra cosa más. ¿Sería el olor a pavo recién horneado y panecillos caseros?

Debió saber que su padre no permanecería sentado en la oscuridad, muriéndose de hambre por su propia terquedad. En Beason’s Ferry, los vecinos se cuidaban entre sí, aunque el que necesitara de cuidados fuera el viudo más obstinado del pueblo.

El sonido de un partido de fútbol por televisión la atrajo a la sala de estar. Caminó lentamente, advirtiendo la limpieza de la sala principal. La luz filtrada del Sol brillaba sobre la mesa de centro de madera de cerezo, con sus estatuas de porcelana colocadas en los lugares indicados. Al menos su padre había conservado a Clarice durante todos esos meses. Incluso si rara vez intercambiaban una palabra, la sola presencia de otro ser humano en la casa resultaba un consuelo. Lo sabía muy bien, ya que la soledad había aparecido de improviso en su vida en el instante en que Greg había venido a Houston para llevarse a Melody de vacaciones a la casa de sus padres en un pueblo vecino.

No es que envidara la felicidad de Melody y Greg; pero se sorprendió por la calidez que los padres ultraconservadores de Greg prodigaron a Melody. Aparentemente, los Smith tenían a su futura nuera en gran estima por su talento artístico. Asimismo, la gente de Beason’s Ferry se había encariñado con la novia del farmacéutico, especialmente el comité de recaudación de fondos, que ya había comprometido a Melody para organizar la muestra de arte para el siguiente Tour de las Mansiones.

Aun así, Laura se había sentido un tanto abandonada cuando su amiga se marchó. Eso, además de la imagen persistente de su padre en iguales circunstancias, hicieron que finalmente diera ese paso largamente postergado hacia la reconciliación.

Una ovación y un anunciador que gritaba “touchdown” la atrajeron los últimos pasos hacia la sala de estar en donde ella y su padre habían pasado tantas noches juntos. Estaba distendido sobre su sillón reclinable, delante de la televisión. Una tibia quietud la embargó al apoyarse contra el marco de la puerta y disfrutó viéndolo. Jamás había sido muy aficionado a los deportes por televisión, y prefería una buena película de John Wayne en una tarde tranquila. Pero no ver los Longhorns y los Aggies el Día de Acción de Gracias era casi un sacrilegio en Texas. Y el doctor Walter Morgan estaba orgulloso de ser un ex alumno de UT como lo estaba de ser un Hijo de la República.

Su padre era un hombre apegado a la tradición; un hombre que se aferraba a los principios de la fortaleza, el honor y la integridad. Por encima de todo, creía que el papel del hombre en el mundo era proteger y proveer. Proveer jamás había sido un problema para él. Pero se estremeció al recordar que se veía como un fracaso en el otro aspecto. No había podido salvar a su esposa de su propia autodestrucción, ni salvaguardar a su hija del sufrimiento de crecer.

Las lágrimas humedecieron sus ojos inesperadamente. Inhaló para atajarlas. Ante el sonido, su padre miró hacia atrás, y se sobresaltó en su silla. Las emociones se cruzaron por su rostro, desde la sorpresa pasando por el gozo y algo más que se parecía a la culpa, antes de que la máscara volviera a caer con firmeza en su lugar.

– Hola, papá -dijo con una triste sonrisa. Sabía que esto no sería fácil, pero no había esperado sentirse tan incómoda. Él no hizo gesto ni movimiento alguno, y ella hizo lo posible por no moverse nerviosamente-. Debí llamar antes, pero…

Pero tenía miedo de que me dijeras que no viniera. Quería gritar “¡Soy tu hija! ¡Y yo también estoy sufriendo!”. En cambio, suspiró resignada, suplicándole que comprendiera.

– Papá, es el Día de Acción de Gracias. Y aunque no lo quieras, seguimos siendo una familia. Y no veo por qué tú o yo debemos pasar este día solos.

– Yo, este… -sus ojos se dirigieron rápidamente hacia la cocina, y para su sorpresa, un tinte rosado le tiñó el cuello-. No estoy exactamente solo.

– ¿Walter querido? -se oyó una voz femenina desde la cocina-. ¿Quieres crema batida sobre tu pastel de pecanas?