Los ojos de Laura se agrandaron. Conocía esa voz. Sabía que la conocía, salvo que no lo podía creer. Posó la mirada sobre su padre para confirmarlo, pero él se mantuvo erecto en su lugar, con el mentón en alto al tiempo que sus mejillas se encendían con un brillo rosado.
– ¿Walter? -la voz de la mujer se oyó más fuerte al aparecer a la puerta en frente de Laura, con un delantal en la cintura, y un plato con pastel en una mano. Se paró en seco cuando la vio.
– ¿Señorita Miller?
– Cierra la boca, querida -dijo la señorita Miller-. Es poco digno mirar fijo a una persona.
– Sí, señorita -dijo Laura. La mujer lucía tan prolija como siempre en un vestido camisero.
– ¿Y, Walter? -la maestra le dirigió al padre de Walter una mirada deliberada.
– ¿Y qué, Ellie? -farfulló.
La señorita Miller apoyó la mano sobre su delgada cadera.
– ¿Te vas a quedar parado allí todo el día, o vas a invitar a tu hija a comer pastel con nosotros?
Los labios de su padre se adelgazaron, como un niño obstinado.
– Gracias, de todas formas -se apuró en decir Laura-. Pero no tengo hambre… por ahora. ¿Tal vez más tarde? -añadió esto último con voz esperanzada, echando un vistazo a su padre. Sus ojos se suavizaron, aunque su postura continuaba rígida.
– Oh, ¡por todos los cielos! -la señorita Miller entró con paso firme en la habitación como el general Patton en tacos de cinco centímetros-. Siéntate, Walter -señaló su sillón reclinable. Para sorpresa de Laura, su padre se hundió obedientemente en el sillón-. Ahora, come tu pastel y charla con tu hija mientras yo termino de lavar los platos.
– No tengo hambre -dijo.
– ¡Como quieras! -la señorita Miller apoyó con fuerza el plato al lado de la silla de su padre, tomó el control remoto, y apretó el botón de silencio-. Así no tendrás la boca llena cuando le digas a tu hija lo contento que estás de verla. Laura Beth -la mujer se volvió con los ojos entornados-. Toma asiento y cuéntale a tu padre cómo has estado estos últimos meses. Estuvo carcomido por la preocupación, aunque no lo quiera admitir.
Laura se sentó en el sillón.
La señorita Miller se volvió para salir pero hizo una pausa en la puerta. Mirando al padre de Laura, sus rasgos se suavizaron de una manera que la hicieron casi bonita.
– Walter Morgan, eres la persona más fantástica que he conocido en mi vida, pero guárdeme Dios, si sigues castigando a esa niña por los pecados de su madre, te juro que no me detengo hasta marcharme de esta casa.
Su padre se puso rígido en su asiento.
– Jamás he castigado a Laura por lo que hizo su madre.
La señorita Miller sacudió la cabeza, suplicándole con los ojos.
– Olvídalo, Walter. Jamás quedarás librado de esa mujer y del dolor que te provocó si no intentas olvidar.
Apenas se marchó la señorita Miller, el silencio se instaló en la sala. Laura esperó. Ahora que había dado el primer paso en venir, estaba decidida a que su padre diera el siguiente. Del rabillo del ojo, lo vio moverse nerviosamente y frunció el entrecejo. Había visto a su padre enojado, estoico y orgulloso; incluso lo había visto emocionalmente deshecho. Pero no podía recordar haberlo visto jamás nervioso.
– Yo… -carraspeó-. Me enteré de que estás trabajando para un pediatra.
– Sí, el doctor Velásquez -Laura se cruzó de brazos, y los descruzó y se alisó los pliegues de sus pantalones.
– Me dijeron que es muy bueno -su padre tamborileó los dedos sobre el apoyabrazos de su sillón-. ¿Te gusta trabajar con él?
– Sí, mucho. Aunque estoy pensando en postularme para un puesto de directora en la Administración de Seguro Social de KIND [5], Niños con Necesidad de Médicos. Es una organización nacional que recauda fondos para ayudar a los niños a recibir tratamiento médico.
– ¿Ah, sí? -se mostró interesado.
Laura unió las manos por delante, y deseó no haber sacado el tema. Se había enterado del puesto de trabajo a través de una amiga que había conocido mientras ayudaba a Brent con su informe especial. La fundación tenía su sede en Washington, D. C, y le habían dicho que el empleo era suyo con tan sólo postularse. Pero se trataba de una decisión que no estaba preparada para enfrentar. Al menos, no hoy.
– Sí, bueno, aún no me he decidido, pero creo que me gustará.
No estaba segura, pero creyó ver una sonrisa de orgullo que le asomaba en los labios.
– Sí, siempre te gustó ayudar a los demás.
– Supongo que lo heredé de ti -manifestó-. Eres una de las personas más generosas que conozco. Siempre admiré eso de ti.
Él volvió su cabeza, y ella vio un movimiento en su garganta, como si estuviera intentando tragar un nudo de dolor.
Respirando hondo, pensó en un tema diferente:
– Supongo que te enteraste de que se casa Greg Smith.
– Sí, me enteré -tenía la voz demasiado tensa para su modo casual-. Me sorprendió bastante que de repente decidiera casarse con la amiga de su ex novia. Por acá, todas las viejas chismosas estuvieron cotorreando durante días; las jóvenes, también.
– Me imagino que sí -apartó la mirada, sabiendo que si se había enterado de dónde trabajaba y acerca de Greg y Melody, también sabía que había puesto fin a su relación con Brent. En los pueblos pequeños, los chismes volaban. Rezó para que no sacara el tema. Aún no. Tal vez más tarde, después de superar este primer encuentro. Si lo superaban.
– ¿Te cayó bien? -preguntó-. ¿Que Greg se casara con tu amiga?
– No hay nada que me alegre más -su sonrisa fue genuina aunque fugaz-. De hecho, seré la dama de honor de Melody. La ceremonia es este sábado, en la Primera Iglesia Metodista.
– Así me dijeron.
– ¿Te gustaría… este… -alisó los frunces del pantalón-… venir?
Hubo un breve silencio.
– Tal vez -sus dedos tamborilearon el apoyabrazos-. Si no crees que a los novios les importe.
– Estarán encantados.
– ¿Crees que les importe si llevo a… una amiga?
Sus ojos se abrieron sorprendidos:
– Creo que no habría ningún problema con que lleves a una amiga. De hecho, creo que sería maravilloso.
– ¿En serio? -su mirada finalmente se encontró con la suya.
Los ojos de Laura se llenaron de lágrimas:
– Sí, papá, en serio.
– ¿Entonces no te molesta que salga con Ellie?
– ¡No por supuesto que no! ¿Creíste que me molestaría?
– No, lo sé -se lo veía frustrado y confundido-. A veces, los hijos nos sorprenden frente a este tipo de situaciones. Y yo… -se interrumpió abruptamente, al tiempo que su rostro se desmoronaba.
En un instante, ella cruzó la habitación y se arrodilló delante de él. Los brazos de su padre la apretaron con fuerza. Sintió que le besaba la parte superior de la cabeza mientras le acariciaba el cabello.
– Oh, cielos, Laura Beth, te extrañé. Te extrañé tanto, pero después de todas las cosas que te dije, sabía que estabas dolida, y no sabía cómo arreglarlo. No podía enfrentarte, aunque estuve muy preocupado. Sé que no he sido un buen padre. Y lo siento. Perdóname.
– ¿Quién dice que no fuiste un buen padre? -se apartó para mirarlo a los ojos-. Fuiste el mejor padre que pudo tener una niña, a pesar de todo lo que sufriste. Criar a una hija solo sería difícil para cualquier hombre. Pero tú siempre estuviste presente, y jamás cuestioné el amor que sentías por mí.
– Fuiste tú quien cuidaste de mí -ahuecó su rostro y le sonrió con tristeza-. Jamás supe exactamente qué hacer contigo. Aun de niña, eras tan tranquila y solemne, como un adulto en miniatura. Al menos cuando tu madre vivía, sabía cómo hacerte reír y jugar como los otros niños. Luego, de repente… -una lágrima se deslizó por su mejilla.
Ella alargó su mano y tomó la suya, estrechándola.