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Acomodó las manos sobre el volante, y pegó un volantazo en la salida a la ciudad. Las sirenas se prendieron al tiempo que el patrullero cerró la brecha entre ambos. Brent miró en el espejo y reconoció al sheriff Baines al volante. Justo lo que necesitaba, pensó. Seguramente sería arrestado. Resuelto a no dejarse vencer, dobló en First Street con un chirrido de ruedas. De un modo u otro, llegaría a la iglesia.

“Amados hermanos, nos reunimos hoy en presencia del Señor para unir a esta mujer y a este hombre en santo matrimonio…”

Los ojos de Laura se llenaron de lágrimas mientras observaba a Melody y Greg juntos, frente al altar. A pesar de la apariencia de calma durante las últimas semanas, Melody temblaba tanto que su vestido se sacudía.

– El matrimonio no es un estado para tomar a la ligera -prosiguió el pastor en un tono de reverencia que resonaba hasta las vigas lustrosas de roble. Arriesgándose a mirar de costado, Laura halló que Greg, que había estado nervioso durante varios días, ahora estaba erguido y tranquilo, sin ningún nerviosismo. Cuando miró a su novia, sus ojos se llenaron con tal certeza y orgullo, que Laura supo que no podría resistir toda la ceremonia sin derramar lágrimas.

No, el matrimonio no era un estado para tomar a la ligera, o para forzar a alguien a contraerlo antes de estar preparado. Pero cuando el momento era propicio, nada era más maravilloso de contemplar.

La soledad la envolvió como un manto desgastado, y se preguntó si alguna vez experimentaría esta felicidad de primera mano. Recordó lo que Melody le había dicho. ¿Podía realmente volver a estar con Brent? ¿Sería necesario solamente que diera el primer paso y confiara en sí misma?

La confianza, advirtió, era lo más difícil. Jamás se había considerado como una mujer que inspirara grandes pasiones. Pero el matrimonio era más una cuestión de devoción que de deseo. Era la profundidad del amor lo que hacía que perdurara, no la intensidad o el tamaño de su pasión.

Pero no debía pensar en todo ello ahora. En este momento debía concentrarse en la ceremonia y gozar del resplandor de las velas, el aroma de las flores. Si tan sólo no sonara con tanta estridencia esa sirena en el fondo. Aparentemente el resto de la congregación la oyó también, pues un murmullo de especulación se oyó en el fondo de la iglesia. Cualquiera creería que el sheriff tendría la sensatez de no pasar delante de una iglesia durante un casamiento con las sirenas prendidas.

Para gran consternación de todos los presentes, el patrullero frenó chirriando las ruedas justo afuera de la iglesia. El pastor intentó valerosamente levantar la voz para ser escuchado por encima de las puertas que se cerraban con fuerza y los gritos de los hombres.

Luego una figura oscura irrumpió a través de las puertas al fondo de la iglesia.

– ¡Laura! ¡No sigas!

Laura se dio vuelta al instante, con los ojos desorbitados. Sólo advirtió una silueta enmarcada por la luz del día que se derramaba a través de la puerta, pero el pulso se le aceleró al reconocer la voz. ¿Brent?

Sorprendida, de sus ojos brotaron lágrimas de júbilo. Se tapó la boca para no gritar. Brent estaba acá. Había venido por ella. Por qué o cómo, no lo sabía. No le importaba. ¡Había venido por ella!

La cabeza de Brent le dio vueltas, confundido, al quedar paralizado en el pasillo. El cuadro delante de él era el mismo que el de sus pesadillas… la novia y el novio tomados de la mano y a punto de decir: “¡Sí, quiero!”… sólo que la novia era pelirroja. El novio era definitivamente Greg, pero Melody, no Laura, estaba a su lado.

¿Dónde diablos estaba Laura?

Y entonces la vio, de pie junto a Melody. El alivio casi lo hace caer de rodillas. Con una mano aferraba un ramillete de flores contra el pecho, y con la otra se tapaba la boca. Cuando sus ojos se encontraron con los suyos, vio que las lágrimas brillaban a la luz de las velas.

Luego, lentamente, advirtió las hileras e hileras de rostros que lo miraban embobados. Karl Adderson, junto a su esposa rolliza y sus tres hijos, estaba sentado a su derecha. Una hilera detrás de él, estaba la señorita Miller con una mirada de asombro pero extrañamente también de aprobación en el rostro. A su lado, el doctor Morgan observaba a Brent con una expresión indescifrable.

Alguien le dio una palmada a Brent en la espalda, y advirtió que el sheriff lo había seguido a la iglesia.

– Pero, hijo, ¿cómo no me dijiste que te estabas apurando para detener un casamiento? -le dijo el sheriff Baines arrastrando las palabras-. ¿Aunque no deberías entrar por la puerta llamando a la novia por su nombre?

La humillación golpeó a Brent en el pecho mientras miraba a su alrededor.

– Yo… -dio un paso atrás, sin poder mirar a nadie-. Lo siento. Esperaré afuera. -Afuera. Como lo había estado siempre en este pueblo. Sólo que esta vez temía que Laura no lo acompañara, aunque siempre había estado allí a pesar de lo que pensaran los demás. Ni siquiera pudo mirarla mientras se volvía hacia la puerta.

– ¡No, espera! -gritó una mujer tan fuerte, que toda la congregación se sobresaltó. Miró hacia atrás y vio que Melody le tendía la mano, con una expresión de pánico en el rostro. Su mirada osciló entre Laura y éclass="underline"

– Brent Michaels, no te atrevas a salir por esa puerta.

– Melody -dijo Greg, luciendo tan mortificado como se sentía Brent.

– Greg, por favor -Melody le dirigió al novio una mirada cargada de sentido, y luego se volvió de nuevo hacia Brent-. Dado que has interrumpido mi casamiento, lo menos que puedes hacer es decirnos por qué.

– Yo, este… -Brent miró a su alrededor, al océano de caras conocidas. No lograba reunir el coraje para mirar directamente a Laura-. Me enteré de que Greg Smith se casaba -comenzó, en un tono que resultó ser una imitación de su voz bien entrenada-. Y pensé… -cerró los ojos, reviviendo la angustia que había sentido cuando pensó que Laura se casaba con otro hombre. Había atravesado la mitad del país para detenerla, para decirle que la amaba, para rogarle que se casara con él. Ahora que estaba aquí, ¿se iba a escabullir para alimentar su vergüenza? ¿O haría lo que había venido a hacer: conquistar de nuevo a Laura… a cualquier precio?

Levantó la cabeza y la miró directamente a los ojos. Sólo podía ver sus ojos por encima de la mano que cubría su boca.

– Pensé que te ibas a casar con otro hombre -dijo con una voz estentórea que se oyó en toda la iglesia-. No podía dejar que lo hicieras.

Ella parpadeó rápidamente pero no hizo gesto alguno para animarlo a seguir. Armándose de coraje, caminó lentamente y con paso firme por la nave principal.

– No podía dejar que lo hicieras, Laura, porque resulta que estoy enamorado de ti.

Ella emitió un minúsculo sonido que él rogó fuese de júbilo mientras las lágrimas se derramaban por sus mejillas. Alargó el brazo y tendió una mano, pues necesitaba ver todo su rostro, al tiempo que necesitaba tocarla. Ella deslizó su mano en la suya, y él vio, aliviado, que estaba sonriendo. Una deslumbrante sonrisa de felicidad.

Cuando la vio, sintió una enorme sensación de alivio. Hace tres días que agonizaba respecto de lo que le diría, pero ahora que estaba delante de ella, el temor al rechazo casi obstruye su garganta.

– Laura… -su voz se quebró, y tragó saliva-. Laura, estas últimas semanas sin ti han sido las peores de mi vida. Te necesito demasiado como para seguir solo. No te puedo prometer qué tipo de esposo seré, pero te puedo prometer lo siguiente: si te casas conmigo, si decides ser mi esposa, te prometo honrarte y amarte, y guardarte en mi corazón por el resto de nuestras vidas.

Por un momento, ella sólo lo miró mientras las lágrimas seguían rodando por sus mejillas. Sólo una tremenda convicción hizo que pudiera pronunciar las últimas palabras:

– Te amo, Laura Beth Morgan… ¿Te casarás conmigo?

– ¡Sí! -se rió en medio de las lágrimas mientras se abalanzaba hacia sus brazos, aferrándose a su cuello, mientras él la hacía girar-. ¡Me casaré contigo, y te amo, y te honraré, y todo el resto para siempre! Te amo, Brent Michael Zartlich. Te amo con todo mi corazón.