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– Bueno, alcalde, le diré, cuando se trata de dulces, un hombre no puede negarse jamás a las galletas recién salidas del horno. Tendré que elegir a la concursante número dos.

Laura quedó boquiabierta mientras el público aplaudía. No. No podía haberla elegido a ella. ¡Era imposible!

Stacey al menos fue lo suficientemente honesta como para lucir decepcionada, y manifestó su espíritu deportivo abrazando a Laura. Janet, por su parte, intentó comportarse como si no le importara de una u otra forma. Laura sólo podía pensar: Ha habido un error. Prometió que no me elegiría tan repentinamente.

Del otro lado del tabique, Brent logró mantener la sonrisa intacta mientras el alcalde Davis le pasaba un brazo por los hombros. Ahora que había finalizado el show, tenía ganas de estar a solas con Laura. Al menos con ella, podía relajarse y dejar las apariencias de lado.

– Has elegido muy bien, hijo. Una elección muy buena. Ahora, ¿qué te parece si te presentamos a las damas que no elegiste?

– Me parece bien -dijo Brent.

– Concursante número tres, sal de allí y ven a conocer a Brent Michaels.

Una mujer alta y desgarbada con el cabello marrón lacio y vestimenta de vaquera salió de atrás del tabique.

– Stacey es una excelente corredora de barriles, cuando no está trabajando de cajera en el Banco.

Brent le dio un beso formal a la mujer en la mejilla, mientras el alcalde le agradecía por su participación.

– Ahora -dijo el alcalde-, si bien es posible que no hayas reconocido esta voz, estoy seguro de que el rostro te traerá a la memoria recuerdos imborrables. La concursante número uno era la porrista principal de los Bulldogs de Beason’s Ferry. Janet, ven aquí y dale la bienvenida a Brent.

Janet apareció, con el cuerpo despampanante que había tenido en la escuela secundaria, si no mejor pertrechada ahora que estaba más curvilínea. Sacudiendo el cabello hacia atrás, cruzó el escenario hacia Brent, con el paso menos vivaz que de costumbre. Sus ojos normalmente luminosos se estrecharon hasta ser hendiduras del grosor de una daga, cuando Brent besó su mejilla.

– Entonces, ¿estás listo para conocer a la chica de tus sueños? -preguntó el alcalde mientras Janet dejaba el estrado.

Brent asintió y respiró tranquilamente por primera vez desde que había comenzado el show.

– Esta muchacha que sigue es alguien que seguramente no has olvidado. Estaba tres años más abajo que tú en la escuela, pero, tal como lo recuerdo, solías cortarle el césped a su papá. La chica de tus sueños es la pequeñita adorada por todos: la señorita Laura Beth Morgan. Ven aquí, Laura Beth, y deja que este muchacho te pueda ver.

Una mujer apareció desde el otro lado del tabique, delgada y con gracia, enfundada en pantalones beige y una blusa color crema. Brent echó un vistazo detrás de ella, buscando a Laura. Luego la volvió a mirar y sus ojos se agrandaron:

– ¿Laura?

Una sonrisa suavizó su rostro, un rostro que le resultaba familiar y nuevo a la vez. Habían desaparecido los anteojos y la cola de caballo. En su lugar, el cabello rubio caía en suaves ondas sobre sus hombros, enmarcando los rasgos delicados de una mujer. No una mujer despampanante, pero sí dueña de una desenvoltura que jamás habría imaginado.

Su atuendo conservador le prestaba un aire de elegancia mientras se acercaba a él. Cuando la rodeó en sus brazos para el abrazo obligatorio, sus sentidos quedaron subyugados por el aroma familiar a madreselva y a talco de bebé. La fragancia poco común disparó una oleada de placer por todo su cuerpo.

Cuando se apartó, ella levantó la mirada y le sonrió. Él sostuvo las manos unidas a los costados y la miró incrédulo.

– Dios mío, chiquita, cómo creciste.

Su respuesta fue la misma risa sencilla que recordaba de su juventud. Sólo que ahora tenía un timbre gutural que podía hundirse en la sangre de un hombre y ahogarlo en el deseo. Pero ésta era Laura. La pequeña Laura. La muchacha que inspiraba sentimientos fraternales.

Poniéndose en puntas de pie, ella le besó la mejilla:

– Bienvenido a casa, Brent.

* * *

Capítulo 4

– Debías al menos considerar a las otras concursantes -Laura le dirigió a Brent una mirada de reojo mientras se marchaban del teatro y cruzaban la calle. Tuvo la esperanza que si él advertía sus mejillas encarnadas, lo atribuyera al calor de la tarde y no a su cercanía.

– Las consideré -insistió. Ella sacudió la cabeza, riendo-. ¿Qué? -preguntó, fingiendo ser inocente-. ¿Crees que sólo te elegí porque reconocí tu voz?

– Sí -al llegar a la plaza cubierta de césped, se detuvo debajo de un árbol de magnolia para escaparle al sol. La multitud se había dispersado, y una brisa refrescante agitó su blusa-. No creo que haya sido por mis respuestas insinuantes.

– En realidad, fue por las respuestas insinuantes que no diste -se lo veía completamente disgustado y tan maravillosamente masculino, que sintió que se derretía junto a él-. ¿Acaso las mujeres piensan que todo lo que tienen que hacer para conseguir a un hombre es ofrecerle su cuerpo?

– Supongo que algunas sí -frunció el entrecejo, esperando que no advirtiera el pulso que le latía en la garganta.

– Pues, están equivocadas. En su gran mayoría. Me refiero a que… olvídalo -sacudió la cabeza, más divertido que irritado. Ella se maravilló de su sencillez, y advirtió que había desaparecido la oscura melancolía que tanto la conmovía cuando era adolescente. No es que el Brent maduro presentara menos misterios.

Esperando disimular su atracción con las bromas que se solían gastar, se inclinó hacia delante y dibujó círculos sobre su pecho con la punta del dedo:

– ¿Te refieres a que me elegiste a mí porque me hice la difícil?

Se sobresaltó cuando ella lo tocó y se echó atrás con una risa nerviosa.

– Disculpa -dijo-, no estoy acostumbrado a que parezcas tan… -su mirada la recorrió rápidamente de arriba abajo, y luego se apartó velozmente-. ¿A qué hora quieres que te recoja?

– Me imagino que a las siete -frunció el entrecejo, y se preguntó si su actitud se debía a su repentino distanciamiento-. El club de campo nos espera a las siete y media. Después de cenar, habrá música en vivo y baile en el salón.

– Seguramente Lawrence Welk -echó un vistazo a su reloj como si estuviera impaciente por alejarse de ella-. No veo la hora de ir.

– Oye, Brent -cruzó los brazos-, me doy cuenta de que fue un día incómodo… para los dos.

– En realidad, no fue tan terrible.

– ¿No? -preguntó.

Él sacudió la cabeza, y se rió:

– Debiste ver al alcalde Davis cuando se tiraba de la corbata cada vez que Janet respondía una pregunta. Jamás vi a un adulto tan avergonzado.

– Pues, seguramente no estaba más avergonzado que yo -se rió, y la tensión se aflojó-. ¡Te das cuenta de las cosas que dijeron ella y Stacey! Casi me muero cuando ofrecieron lamer tus labios y servirte desnudas.

Él también se rió, y el sonido sensual sacudió algo en su interior.

– Ese comentario fue bastante, em… provocativo.

Dejó de reír mientras lo observaba, advirtiendo pequeños detalles sobre sus ojos que la pantalla de la televisión no mostraba, como las diminutas líneas a ambos lados, las pestañas oscuras y en punta, y el azul profundo, salpicado de diminutas partículas plateadas.

– ¿Qué? -preguntó él a la defensiva.

– Nada -ella apartó la mirada-, sólo quiero darte las gracias por tu buena disposición.

– De nada -durante un instante, él también la observó. Luego una sonrisa iluminó su rostro-. Aunque espero ser bien recompensado.

– ¿Disculpa? -lo miró parpadeando, al tiempo que imágenes eróticas de ambos se le cruzaban por la mente.

– Me refiero a la cena -sonrió, reprochándole lo que se le había ocurrido… algo que seguramente había buscado conseguir, el desgraciado. ¿Cómo era posible que un hombre fuera tan exasperante y tan adorable a la vez?