Finalmente logró acordarse; exactamente había sido en la fiesta en que Slater le presentó a Sara. La coincidencia divirtió a Graham.
Una vaharada de olor a zapatos nuevos le invadió desde otro local cercano mientras contemplaba el viejo reloj detenido cuyas dos esferas sobresalían sobre el pavimento desde la primera planta del taller, sus manecillas congeladas en las dos y veinte (echó una ojeada a su reloj y comprobó que en realidad eran las 15:49). Sonriendo para sus adentros, Graham rememoró aquella noche, en que escuchaba otra de las historias de Slater que jamás sería vertida al papel.
—Pues bien. Se trata de ciencia ficción. Resulta que hay un…
—Oh no —dijo Graham. Ambos se hallaban de pie junto a la repisa de la chimenea en la sala de estar de la gran casa que poseía Martin Hunter en Gospel Oak. El señor Hunter —Martin para sus estudiantes— era uno de los catedráticos de la Escuela de Arte, y ofrecía su acostumbrada y tardía fiesta de Navidad en el mes de enero. Slater había sido invitado, y persuadió a Graham de que si le acompañaba no iba a ser considerado un intruso. Habían traído entre los dos un barril de vino y estaban bebiendo el vin de table tinto en vasos de plástico medianos. Aparte de un poco de pan de ajo salado, ninguno había probado bocado desde hacía varias horas; por lo tanto, y a pesar del hecho de que la fiesta aún no se hubiera animado del todo, ambos sentían ya los efectos de la bebida.
En el comedor habían quitado las alfombras para que la gente pudiera bailar, y ahora la música sonaba a todo volumen. En la sala de estar la mayoría de los invitados se hallaban sentados en canapés o almohadones. Los cuadros pintados por Martin Hunter, grandes y chillones lienzos que parecían primeros planos de minestrón vistos bajo los efectos de una poderosa droga alucinatoria, adornaban las paredes.
—Presta atención. Resulta que hay un grupo de extraterrestres llamados los Sproati que deciden invadir la Tierra…
—Me parece que eso ya se ha hecho —dijo Graham, bebiendo un sorbo de su vaso. Slater comenzó a exasperarse.
—¿Quieres dejarme acabar? —dijo. Llevaba puestos un par de zapatos grises, pantalones abolsados blancos y algo que parecía ser un esmoquin de color rojo. Después de haber bebido, continuó diciendo—: Pues bien, así que invaden la Tierra, pero lo hacen para evadir impuestos, por lo que…
—¿Para evadir impuestos? —dijo Graham, echándose hacia atrás y mirando a Slater a los ojos. Slater se rio tontamente.
—Sí, tienen que pasar gran parte del año galáctico fuera de la Vía Láctea o si no la federación tributaria galáctica les persigue con los gigancréditos, pero en vez de pagar unos costosos viajes intergalácticos acampan en algún apartado planeta, siempre dentro de la galaxia, y allí se esconden, ¿comprendes? Pero: algo les sale mal. Los extraterrestres vienen en una nave espacial camuflada de Boeing 747 para no despertar las sospechas de los nativos, pero cuando aterrizan en el aeropuerto Heathrow de Londres pierden todo su equipaje; todo su armamento pesado va a parar a Miami y se mezcla con los efectos personales de unos psiquiatras que asisten a un simposio internacional sobre fijación anal después de la muerte, y: los freudianos se apoderan del mundo con las armas high-tec incautadas. Las autoridades inmigratorias británicas encierran a todos los Sproati; debido a una lectura errónea del espectrógrafo al planear la operación habían ingerido demasiadas píldoras de tanino y se tornaron casi negros. Por lo general su color es azul claro. Uno…
—¿Cuál es su aspecto? —le interrumpió Graham. Slater pareció desconcertado, y a continuación agitó su mano libre con displicencia.
—No lo sé. Supongo que vagamente humano. De todas formas, uno de ellos logra escaparse y se instala en un lavadero de coches abandonado en Hayes, Middlesex, mientras que el resto muere de hambre en las celdas de internación.
—Para tratarse de toda una especie, no parece que hubiera muchos de ellos… —refunfuñó Graham mirando su vaso.
—Es que son muy tímidos —siseó Slater—. ¿No podrías estarte un poco callado? Este Sproati —a quien llamaremos Gloppo—…
Un par de chicas hicieron su entrada en la sala desde el recibidor. Graham las conocía de la Escuela de Arte; venían hablando y riéndose. Las observó para ver si se fijaban en él y en Slater, pero no lo hicieron. Aquella noche estrenaba sus nuevos pantalones negros de pana (eran un regalo de navidad de su madre. Tuvo que explicarle cómo los quería; ¡ella hubiera sido capaz de comprarle unos tejanos acampanados!), y creía estar muy bien con su camisa blanca como la nieve, la chaqueta negra, las zapatillas blancas y su cabello obscuro ligeramente rubio.
—Mira, deja de mirar a esas hembras y presta atención; ¿sigues el hilo del argumento, no es así? —Slater acercó su cara a la de Graham, que se hallaba reclinado sobre la repisa de la chimenea.
Graham se alzó de hombros, miró su vaso con vino tinto y dijo:
—Más que seguir algo me siento como si me estuvieran persiguiendo.
—Oh, très gracioso. —Slater sonrió de un modo afectado—. De cualquier forma, Gloppo instala un cerebro en el lavadero de coches para así poder satisfacer sus deseos sexuales con él —ya sabes, todos esos cepillos, rodillos, espuma y demás cosas—, mientras que en Florida los Freudianos trabajan intensamente; prohíben todos los símbolos fálicos incluyendo las palancas de mando, los Jumbo jet, submarinos, cohetes y misiles. Las motocicletas deben conducirse montándose a sentadillas y la servidumbre queda excluida; los paraguas enrollados, los tejanos ajustados y las medias de tejido de punto también son prohibidas, castigando a los infractores a llevar permanentemente pegados al cráneo un walkman Sony con una cinta continua de los Grandes Éxitos de Barry Manilow… exceptuando a los admiradores de Barry Manilow, que reciben en cambio una de John Cage.
—¿Y qué les pasa —dijo Graham, apuntando con un dedo a Slater, que frunció los labios y comenzó a golpear impacientemente con su pie los contornos de la chimenea— a aquellos que les gusta tanto Barry Manilow como John Cage?
Slater hizo girar sus ojos.
—Esto es Ciencia Ficción, Graham, no Monty Python[8]. De todas formas, Gloppo descubre que en su ausencia el lavadero de coches le ha sido infiel con un Trans Am azul metálico…
—Creía que eso era una línea aérea.
—Es un coche. Ahora cállate. Gloppo descubre que el Trans Am ha estado follándose al lavadero de coches…
—Y que el lavadero de coches se ha montado al Trans Am —dijo Graham con una risa tonta.
—¡Cállate! Gloppo desconecta el lavadero de coches. A continuación…
Ahora en la sala había más personas; grupos de hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, de aproximadamente su edad, conversaban de pie, bebían y reían. Las dos chicas que había visto anteriormente se hallaban hablando con otras chicas. Graham esperó que los demás se dieran cuenta de que por el hecho de estar hablando con Slater eso no quería decir que él también era gay. Asintiendo con énfasis, Graham volvió a prestarle atención a Slater quien, hablando apresuradamente, gesticulando con las manos, y los ojos brillantes, parecía acercarse al final de su relato.
—… cagado de miedo porque está a punto de ser desintegrado en partículas mucho más pequeñas y radiactivas que el cerebro de Ronald Reagan, debe ir urgentemente al excusado; por pura coincidencia sus excrementos se solidifican en el intenso frío del espacio exterior y la nave espacial que le persigue a la mitad de la velocidad de la luz choca contra ellos y es completamente destruida.
8