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—¿Debo suponer que ésta es la verdad, no es así? —dijo Graham, todavía con la voz medio contagiada por la risa, mientras con el dedo continuaba rascando la mesa.

—¿Acaso no me crees? —preguntó ella, haciendo hincapié en la primera palabra.

—Creo que sí. ¿Por qué no habría de hacerlo? ¿Para qué te tomarías la molestia de decírmelo si no fuera verdad?

Sara no le respondió. Graham sonrió vacuamente mientras observaba su dedo, aun tratando de despegar de la negra superficie de la mesa aquella obstinada gota seca de pintura blanca.

La figura de negro giró la manija de admisión tratando de poner en marcha el motor de su moto, pero éste tartamudeó, chirrió y casi pareció ahogarse. Durante unos segundos siguió funcionando uniformemente aunque no de un modo perfecto, luego volvió a vacilar, perdiendo potencia. El hombre le propinó un puntapié a la moto, luego montó a horcajadas sobre ella acelerando el motor. Miró detrás suyo en busca de un hueco en el tráfico. Embragó en primera velocidad y la moto dio un tirón hacia adelante; el motor volvía a ahogarse. Avanzó irregularmente por la calle mientras detrás de él los coches y camiones hacían sonar sus bocinas; le dio más gasolina, pero cada vez que el motor trataba de acelerar algo le hacía tartamudear y la moto disminuía su velocidad.

—¡Mierda! —exclamó el hombre dentro de su casco—. Oh, Dios. —Con sus pies arrimó nuevamente la moto al borde de la acera. Se bajó de un salto. ¿Tendría que ir a la calle de la Media Luna caminando o corriendo?

—Pues entonces, te espero —había dicho ella. Él se rio. Habían estado planeando el modo de quitar a Graham de en medio de su relación.

—Allí estaré —le aseguró él—, no te preocupes.

Besándole, ella le dijo:

—Si te retrasas quizá recurra al plan B. —Él le había preguntado que qué era eso.

—Primero le doy lo que busca —dijo ella—, y luego le digo que desaparezca… —Con lo cual él se había reído, recordaba ahora, sin demasiado entusiasmo.

Arrodillándose sobre el pavimento, se quitó rápidamente los guantes y los arrojó a un costado, y abriendo uno de los guardainfantes en la parte trasera de la moto extrajo el juego de herramientas.

—Vamos, Stock —se dijo a sí mismo—, tú puedes hacerlo, muchacho… —Luego cogió el destornillador pequeño. Maldita moto. ¡No había podido elegir mejor momento para dejarme colgado!

A él le preocupaba, mayormente por la seguridad de ella, que Sara no fuese demasiado dura con Graham antes de su llegada; se suponía que le diría que había decidido seguir con Stock, no que le hiriese demasiado —lo cual era peligroso— con la verdad acerca del modo en que ellos le utilizaron.

—¿Me prometes que no le humillarás demasiado? —dijo él. Ella le había mirado en calma durante algunos momentos y luego le dijo suavemente—:

—Le decepcionaré poco a poco.

Por encima de la moto vio venir a lo lejos por la acera a un muchacho de cabello rubio. Durante unos segundos el corazón le latió rápidamente pensando que se trataba de Graham Park, pero luego se dio cuenta de que no era él. Al posar de nuevo su mirada en la moto, avistó algo extraño en la parte de arriba del pulido depósito de gasolina de color negro. Volvió a echar otra ojeada, esta vez más de cerca. Alrededor del cromado tapón de llenado había unos rasguños recientes y restos de gránulos blancos. El tapón se abrió con facilidad, pero no se lo podía trabar. Los gránulos blancos era pegajosos al tacto.

—Oh mierda —dijo, inspirando.

—Pobre Graham —dijo Sara ffitch, sonriendo entrecortadamente y torciendo la cabeza hacia un lado como si tratara de llamar su atención.

—¿Y por qué yo? —dijo Graham (y a pesar de todo deseó reírse, de la absoluta ridiculez de sus palabras, de la falsedad de aquella situación, de la manera en que, porque se trataba de un juego y de la clase de escena que sin duda ambos habían visto retratados miles de veces en la cultura popular que les rodeaba, él era incapaz de decir ciertas cosas, de dar tan sólo ciertas respuestas viables).

—¿Por qué no? —dijo Sara—. Había oído hablar de ti a… Slater. Creí que serías la persona idónea a quien yo podría cautivar, ¿sabes?

Graham asintió con un movimiento de cabeza.

—Lo sé —dijo. Un pequeño fragmento de pintura blanca se había despegado de la mesa negra, alojándose debajo de su uña.

—En realidad no pensaba que irías a enamorarte de mí, pero supongo que en cierto modo eso facilitó un poco las cosas. Sin embargo, lo siento por ti. Me refiero a que no creo que podamos seguir viéndonos después de esto, ¿comprendes?

—Claro. Claro. Creo que tienes razón. Naturalmente.

Graham volvió a sacudir la cabeza, pero sin mirarla.

—No parece… preocuparte demasiado.

—No —dijo él alzándose de hombros, luego movió su cabeza. El fragmento restante de pintura blanca pegado a la mesa no saldría. Retirando su mano, Graham miró a Sara, luego se cruzó de brazos y juntó sus pies a la altura de los tobillos, como si de repente tuviera frío—. Por lo tanto, ¿has estado fingiendo durante todo este tiempo? —le preguntó.

—En realidad no, Graham —dijo ella. Graham estaba mirando la superficie de la mesa, pero creyó ver que Sara sacudía su cabeza—. No tuve necesidad de fingir demasiado. Te dije algunas mentiras, pero jamás prometí gran cosa. No tenía que esforzarme mucho. Tú me gustas. Ciertamente no estoy enamorada de ti, pero eres bastante atractivo, bastante… encantador.

Graham lanzó una breve y apagada carcajada ante aquella última palabra, sin duda un tímido elogio. Y aquel «ciertamente»; ¿acaso tenía necesidad de decirlo, como si a través de cada palabra y de cada matiz buscase herirle? ¿Qué clase de reacción esperaba ella de él?

—Y yo que te amaba, pensé que eras tan… —no pudo terminar la frase. Sabía que si continuaba se pondría a llorar. Sacudió su cabeza, desviando la mirada para que ella no pudiera ver sus ojos humedecidos.

—Sí, lo sé —dijo Sara, suspirando artificialmente—, fue algo sucio, lo sé. Terriblemente injusto. Pero por otro lado, cada uno consigue lo que se merece, ¿no?

—Eres una zorra —le dijo él, mirándola a los ojos a través de un velo de lágrimas—, una jodida ramera.

Algo se modificó en el rostro de ella, como si finalmente el juego se hubiese puesto más interesante; tal vez sus cejas se habían arqueado insignificantemente o había reaparecido la leve sonrisa, ese torcido gesto en las comisuras de su boca, pero cualquier cosa que hubiera sido, a Graham le impactó con la fuerza de un golpe físico. No se enorgullecía de sus palabras, sabía cómo habían sonado, cuál era su significado y trasfondo, pero no lo había podido evitar; eran la única arma que tenía contra ella.

—Vaya —dijo ella lentamente—, creo que eso es más de…

Graham se puso de pie, respirando espasmódicamente, con los ojos ya secos pero irritados, fijos en los de ella. Sara permaneció en su sitio mirándole irónicamente, sus facciones, hasta ahora serenas, recorridas por alguna que otra expresión de interés, incluso de temor.

—¿Qué diablos te he hecho yo? —le dijo mirándola—. ¿Con qué derecho me haces esto a mí? —El corazón le latía con fuerza; Graham sintió deseos de vomitar, temblaba de rabia, pero todavía, todavía, aquello no le afectaba, mientras una pequeña parte de él veía su inusual acceso de furia, escuchaba sus palabras, divertidamente, con una especie de valoración crítica, algo no muy distinto de lo que podía observar en los ojos de ella y leer en su rostro.

Sara, sin dejar de mirarle, se alzó de hombros y tragó saliva.