Todo iba viento en popa, pero no era suficiente; no era tan importante que descubriesen que Sarah estuviese engañando a su marido como que averiguasen, por lo menos hasta hace poco tiempo, con quién. Aparte del hecho de que lo que hacemos es razonablemente ilegal, hubiera causado grandes disgustos a nuestros padres. Como verás, querido papá era miembro del Parlamento del Partido Conservador por la región de Salop West. Incluso quizá hayas oído hablar de él; un padre de familia modélico, honrado, y todas esas cosas; es defensor del Festival de la Luz, la Asociación Nacional de Espectadores y Oyentes (la chusma de Mary Whitehouse), y de la Sociedad para la Prevención del Aborto. Naturalmente, también está a favor de la ejecución en la horca.
Enterarse de que sus dos hijos no tienen ningún problema en follar juntos hubiese supuesto para el viejo, cuya reputación está basada en un disparatado moralismo reaccionario, el fin de todo; ésta era una de las causas principales, pero cuando Magie la Bruja anunció las elecciones, las cosas se tornaron un poco más delicadas. De todos modos, volviendo a tu aparición en escena, supongo que reconocerás la gravedad de la situación y nuestra necesidad de buscar alguna otra salida para que yo no fuese reconocido. Precisábamos a otra persona para que distrajera al sujeto que espiaba a Sarah. Te elegimos a ti. Perdón; te elegí yo.
Seguro que te preguntarás que por qué razón no podíamos dejar de vernos. Lo intentamos. No fue posible. Sarah se casó para tratar de alejarse de todo esto y yo me vine a vivir aquí, pero no dejábamos de pensar el uno en el otro; no nos podíamos olvidar. Supongo que estamos predestinados el uno para el otro.
Creo que estabas un poco enamorado de Sarah (aunque contigo era casi imposible saberlo; podrías ir de cabeza por la chica pero no demostrar nada; jugando como siempre al hombre frío) y si mi puñetera moto no me hubiese fallado (creo que algún bastardo puso azúcar dentro del depósito de gasolina) te habríamos dejado caer no tan duramente; yo tendría que haber aparecido con mi moto mientras Sarah te estaría explicando en el apartamento que tú le gustabas demasiado para enrollarse contigo ya que ella era básicamente una mala pécora y no se merecía nada mejor que a alguien como Stock… bien, la idea en sí no era mala; tú te apresurabas a salir por la puerta trasera mientras Sarah actuaba presa del pánico; no correspondido pero limpio, sabiendo que Tú Eras Demasiado Bueno Para Ella, y ella, una despreciable zorra, sólo merecedora de aquel mal sujeto. Perfecto.
De todas formas, como quizá te habrás enterado, las elecciones ya han pasado, y nuestro padre resultó ser uno de los dos Tories que perdieron sus escaños en la aplastante victoria de los Conservadores (se lo quitó un Liberal; qué gracioso), por lo que se va a retirar de la política. Hasta donde yo sé, a Sarah ya no la espían más, por lo que ya no hay razón alguna para un subterfugio… lo siento.
¿Por qué ese interés por proteger al viejo fascista?
¿Qué puedo decir? Quizá sea cierto aquello de carne de su carne, pero si mi relación con Sarah hubiera salido a la luz no sólo hubiéramos arruinado a nuestro padre sino que también habríamos mandado a la tumba a nuestra madre, que no es una mala persona. (Joder; ambos aún la queremos.)
En otras palabras, lealtad familiar. Supongo que será eso.
Espero que sepas apreciar nuestra minuciosidad; hasta hicimos posible que tú vieras a «Stock» conmigo (¿en el pub; recuerdas?); ésa era Sarah, rellenada con tejanos y camisas y caminando de puntillas con varias docenas de mis medias apiñadas en la parte de atrás de mis botas.
No sé cómo…
Sarah regresó con dos vasos de zumo de naranja y un gran plato con trozos de pan untados de paté, queso y miel.
—Aquí tienes —dijo, depositando el plato y uno de los vasos sobre el pequeño tocador junto a la cama—. ¿Qué estás escribiendo?
—Una carta a Graham, contándole toda la verdad. Sin omisiones. Nada más que la verdad —dijo Slater. Sarah le miró sin decir nada y bebió un trago de su vaso.
Slater contempló la carta, leyendo las líneas de garabatos que él mismo había escrito con el ceño fruncido.
—Sabes —le dijo a su hermana—, me gustaría mucho poder enviarle esta carta.
—Si has escrito, como dices, toda la verdad, no creo que puedas.
—Hmm. Lo sé. Pero necesitaba escribirla igualmente. Para mí. —Slater miró a Sarah—. Me siento todavía un poco tenso.
Ella se acercó un poco más a la cama, observándole.
—¿Aún estás preocupado por lo de aquel choque? —dijo.
Slater dejó la pluma y la hoja de papel encima del tocador. Torneó sus ojos y luego se llevó las manos a la cara.
—¡Sí, sí! —dijo, entrelazando los dedos en su cabello y con la mirada en el cielo raso, mientras Sarah continuaba observándole en calma—. ¡Oh Dios! ¡Espero que no hayan apuntado el número!
—¿Cuál, el de la moto? —dijo ella, bebiendo su zumo de naranja.
—¡Por supuesto! —Slater sacudió su cabeza y apoyándose de nuevo sobre uno de sus codos, releyó la carta que Graham jamás leería. ¿Qué más decir? ¿Cómo terminarla? Sarah le observó durante unos instantes y luego se puso a cepillarse el pelo. Al cabo de un rato, oyó el crujir de un papel, la pluma golpeando encima de la superficie del tocador. Se giró para mirarle.
—¿Mejor? —le preguntó, dejando a un lado el cepillo. Slater yacía sobre la cama, con la hoja de papel arrugada en su mano extendida. Sacudió su cabeza, sin dejar de mirar el cielo raso, y luego dejó que la bola de papel rodase de su mano. Al mismo tiempo profirió en voz ronca—: ¡Capullo! —La bola de papel rodó por el suelo. Sonriendo, Sarah pateó el papel con una de sus zapatillas rosadas en dirección a la papelera.
Luego se giró y comenzó a inspeccionarse en el espejo, tocando suavemente sus morados.
—¿Se te ha cruzado alguna vez por la cabeza —dijo Slater— la idea de que podríamos estar endemoniados? Quiero decir que a pesar del hecho de que tú seas hermosa y yo esté en mi sano juicio… sin embargo, por alguna horrible razón, quizás por cuestiones genéticas, o de clase, nosotros…
—Jamás he considerado siquiera alguna otra explicación —dijo Sarah, sonriendo, sin dejar de observarse en el espejo. Slater lanzó una carcajada.
Realmente la amaba. Era todo lo que se suponía que una relación entre hermano y hermana debía ser, todo lo que quería decir la gente cuando se refería a que amaba a alguien como a un hermano o a una hermana… era simplemente eso, aunque no lo único. Él la deseaba. Al menos a veces, cuando no se odiaba a sí mismo por desearla del modo en que lo hacía.
No obstante, tal vez era posible. Tal vez podría llegar a amarla única y convencionalmente como a una hermana. Después de todo, eso solo de por sí ya era un privilegio. El sexo no era más que eso, ciertamente, si bien con ella más intenso… más peligrosa la sensación que con otras; pero no mejor. De hecho, peor, a causa del sentimiento de culpabilidad y aversión. Debería hacer un esfuerzo; dejar que lo que le había sucedido a Graham, lo que ellos le habían hecho fuese un acontecimiento trágico, casi una razón… por lo menos no dejar que se desperdiciase…
Sarah fue hasta el viejo tocadiscos mono que se encontraba sobre una mesita en un extremo del dormitorio. Eligiendo su disco favorito de Bowie, puso el principio del tema que más le gustaba, Let's Dance, canción que daba título al álbum. La aguja cayó precisamente entre los dos surcos. El viejo altavoz crepitó ligeramente; Sarah subió el volumen y puso el mecanismo del tocadiscos en repetición.