Decidió leer primero aquel libro innominado. En todo caso, quizá le ayudara a tranquilizarse, a olvidarse de ciertas cosas…
Sí, pensó, mientras se dirigía hacia su taburete, primero leería éste y luego los demás. Esperaba que Quiss se encontrara bien. Aún tenían que dar una última respuesta.
Ajayi se sentó.
Comenzó a leer.
Después de todo, ¿qué otra cosa podía hacer?
La historia comenzaba así:
Avanzó por los corredores blancos…
SEXTA PARTE
La verdad y sus consecuencias
Los árboles se alzaban al costado del canal allí donde éste volvía a aparecer después de pasar por el túnel, situado debajo de la colina que él acababa de cruzar. Graham atravesó un pequeño portal, y por un sendero rodeado de césped y flores llegó hasta el viejo camino de sirga. Una lejana parte de su mente parecía susurrarle que él había seguido el curso del túnel por arriba de la colina, que había caminado desde la casa de la calle de la Media Luna, la cual se encontraba encima del túnel, hasta aquí, su desembocadura.
Un repentino dolor puramente físico hizo que sus entrañas se encogiesen mientras recordaba el día en que había estado hablando con ella desde la calle sobre el pasaje secreto que comunicaba con el túnel… sacudió su cabeza para tratar de expulsar aquel pensamiento.
Se dio cuenta de que tenía que respirar profundamente, mucho más de lo que lo había estado haciendo, para aclarar su mente y controlar su estómago. Se hallaba de pie en una de las márgenes del canal, mirando el césped que crecía al otro lado de las tranquilas aguas. Oyó a lo lejos el ruido del tráfico; la sirena de una ambulancia, quizá se tratara de la misma que él había visto. Buscó un lugar para sentarse, por lo que se puso a caminar a lo largo de la senda hasta que llegó a un sitio en donde encontró alquitrán esparcido por el suelo y unas manchas negras que parecían sangre seca en la polvorienta superficie del camino; a su alrededor zumbaban las moscas.
Sobre el césped vio tirada una revista rasgada. Al mirarla más de cerca, pudo ver las nalgas de una mujer encima de un par de rodillas peludas. El trasero de la mujer se hallaba ligeramente enrojecido; también aparecía una mano posada, muy obviamente posada, no en movimiento, sobre ella. Mientras la contemplaba una leve brisa pasó las páginas de la revista por él, tan forzadamente como cualquier máquina de viento arrancando las hojas del calendario en alguna película de Hollywood. Las otras fotografías de la revista eran casi todas similares.
Graham se giró, disgustado por algo más que el patético aunque relativamente inofensivo fetiche de la revista, y vio una aglomeración de moscas remolineando en el aire sobre algo oscuro que se hallaba entre la hierba; parecía la pata de un animal.
Cerró sus ojos, deseando llorar, una antigua parte suya dándose por vencida, deseando entregarse a un instinto animal que hasta ahora había reprimido, pero ninguna lágrima apareció, tan sólo una especie de resignada y desagradable amargura, una amplia aversión por todo lo que le rodeaba, por todas las personas y sus artificios y pensamientos, por todas sus estúpidas e inútiles aspiraciones. Graham abrió sus ojos irritados, parpadeando con enfado.
Aquí estaba; esto era lo que realmente importaba; aquí estaba nuestra civilización, nuestros mil millones de años de evolución, aquí mismo; una sucia y manoseada revista pornográfica y un animal doméstico descuartizado. Sexo y violencia, ocupaciones mezquinas como todas nuestras vulgares fantasías.
El dolor de vientre que había padecido antes le volvió a aparecer, áspero y cortante como una cuchilla oxidada.
A continuación comenzó a expandirse, como una especie de cáncer relámpago; era una veloz repugnancia, un síndrome alérgico total dirigido hacia todo lo que le rodeaba; hacia la mugrienta y destripada mundanidad de todas las cosas, la pasmosa humillación de la existencia; todas las mentiras y los sufrimientos, el asesinato legalizado, el robo privilegiado, los genocidios, los odios y las asombrosas crueldades humanas, toda la famélica belleza de los florecientes pobres y de los lisiados en cuerpo e inteligencia, todos los vagabundos que se enfrentan a la vida en las ciudades y en el campo, los excitados fanáticos de los credos y de cualquier fe, todo el torturado ingenio y el cuidadosamente civilizado salvajismo de la tecnología del dolor y de las estructuras de la avaricia; todas las ampulosas, rimbombantes, mierdosas palabras utilizadas para justificar y explicar la profunda y tremenda desgracia de nuestra propia crueldad y estupidez; todo se amontonó sobre él, dentro de él, como un peso en la atmósfera, una enorme masa de aire encima incapaz de ser equilibrada por la presión interna, de manera tal que se sintió de inmediato aplastado, destrozado por dentro, aunque también dilatado; reventando a causa de la nauseabunda carga de una vulgar y pomposa revelación.
Se giró hacia el canal, sintiendo el vientre como si estuviera repleto de plomo. Tenía la lengua hinchada; la garganta la sentía áspera, y su lengua, ese instrumento de la articulación, como un gran saco envenenado, una especie de glándula llena de desechos corporales, turgente de podredumbres, carnosa como un cadáver abultado. Reprimió su deseo de vomitar, tratando de ignorar sus temblorosas entrañas. Cogió su portafolios y a la orilla del canal extrajo las largas hojas de papel.
Eran los dibujos del rostro de ella, hechos con cientos de pequeños trazos que conformaban entre ellos una trama, cuidadosamente dibujados con tinta china negra. Graham pensó, incluso ahora, después de lo sucedido, que sin duda eran los mejores trabajos que jamás había realizado.
Graham los contempló, balanceándose sobre sus piernas, sintiéndose enfermo, enfermo del estómago, del cerebro, comenzando a arrojar luego los dibujos uno por uno en las calmas y límpidas aguas del oscuro canal. Se deslizaron por el aire, algunos cayendo juntos, otros aterrizando por sí mismos, algunos con la cara hacia arriba y otros con la cara hacia abajo, algunos obscurecidos por los demás. Graham observó cómo el agua penetraba en ellos, haciendo que se corriera la tinta negra a través de las muchas versiones de su rostro, mientras la lenta corriente del canal se los llevaba gradualmente, alejándolos de él en dirección a la desembocadura del túnel, nuevamente por debajo de la colina, las casas y el lejano tráfico.
Graham contempló esta marcha sintiéndose un poco mejor, pero aún con el dolor de vientre, incapaz de llorar, y a continuación volvió a cerrar su portafolio. Cuando estaba a punto de partir, cambió de opinión; regresó a la orilla del canal y recogiendo la revista pornográfica también la arrojó al canal, luego espantó con una mano a las moscas del ensangrentado fragmento de pata blanca y negra, y cogiéndola por una uña saliente la lanzó hacia las aguas.
Observó cómo todas las cosas flotaban en dirección a la boca del túnel; los grandes rectángulos de papel, parecidos a hojas salpicadas de negro caídas de algún extraño árbol de invierno; la revista, imitando a un pájaro muerto, con el espinazo hundido, las páginas como alas desplegadas; el fragmento de pata apenas manteniéndose a flote, con algunas moscas obstinadas aún revoloteando sobre ella.
Después pateó la polvorienta superficie del camino en donde había aquellas manchas de sangre, enviándolas al canal con algunas piedras y cubriendo de polvo el agua. Y mientras el polvo flotaba en el aire y en el agua, y volvía a asentarse nuevamente sobre el sendero, Graham se alejó caminando; a lo largo del canal, en dirección al pequeño portal, nuevamente hacia la ciudad.