– Estás empezando a irritarme de verdad, Gina -le advirtió él, tensando la mandíbula.
– Bien -dijo ella, sonriéndole. Si lo estaba irritando, estaba atravesando sus defensas-. Me alegra saber que puedo hacerte sentir algo.
Se daba la vuelta para alejarse cuando él agarró su brazo y la hizo girar. Antes de que pudiera protestar, la besó. Capturó su boca con un beso hambriento que la dejó temblando. Después la soltó y dio un paso atrás como si le sorprendiera lo que había hecho.
– Ten cuidado con lo que deseas, Gina. No todos lo sentimientos son bonitos.
Ella se llevó una mano a la boca, se frotó los labios y alzó la vista hacia él.
– Incluso ésos son mejor que no sentir nada.
– Ahora eres tú quien se equivoca -dijo él. Señaló el remolque con la cabeza; el conductor acababa de bajar de la cabina-. Ve a acomodar a tus caballos.
Le dio la espalda y se alejó sin volver a mirarla.
Adam fue hacia la parte trasera del establo, donde había construido una pequeña oficina en lo que antes había sido un cubículo más. Se sentó tras el arañado escritorio que solía utilizar su capataz. Se alegró de que Sam no estuviera allí.
Travis apareció en el umbral, apoyó un hombro en la jamba y lo miró.
– ¿Disfrutas comportándote como un asno?
– Lárgate -Adam apoyó un bota en la esquina del escritorio y cruzó las manos sobre el estómago.
Aún sentía el sabor de Gina y eso no era bueno. No había pretendido besarla. Pero lo había pinchado hasta que fue incapaz de controlar la necesidad de tocarla.
Desde que habían vuelto de Las Vegas, había hecho lo posible por no pasar tiempo con ella. Si se mantenía lo bastante ocupado y seguía su rutina habitual, casi podía imaginar que no vivía allí, que nada había cambiado en su vida.
Pero cada tarde, su mente empezaba a centrarse en ella. Su cuerpo empezaba a anhelarla. Y todas las noches la buscaba como un hombre en llamas.
No había contado con eso. No había esperado que la presencia de Gina lo afectara. Se trataba de un negocio; un trato más entre muchos.
Sin embargo, ella estaba introduciéndose en sus pensamientos y en su vida con una fuerza que lo inquietaba en gran medida.
– Gina se merece que la traten mucho mejor.
Adam entornó los ojos y le lanzó a Travis una mirada que debería haberlo frito como un rayo. Por supuesto, Travis ni se inmutó.
– Lo que hay entre Gina y yo es privado, entre ella y yo -afirmó Adam.
Travis entró en el despacho y quitó el pie de Adam del escritorio de un manotazo antes de sentarse. Arqueó una ceja y esbozó media sonrisa.
– Te está afectando.
– No -mintió Adam-. Ella no me afecta.
– Podría, si se lo permitieras.
– ¿Por qué iba a hacer eso? -los dedos de Adam se tensaron hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
– Deja que conteste con otra pregunta. ¿De verdad te gusta vivir como un maldito monje? -exigió Travis-. ¿Disfrutas encerrándote en este rancho? ¿Alejando a todo el mundo menos a Jackson y a mí?
– No me encierro -dijo Adam, controlando un destello de ira-. Estoy trabajando. El rancho exige mucho tiempo y…
– Eso cuéntaselo a otro -interrumpió Travis-. Yo también crecí aquí. Sé cuánto tiempo requiere. ¿Acaso no vi a papá dirigirlo año tras año?
– Papá no tenía los planes que tengo yo.
– No -aceptó Travis con amabilidad-. Papá además tenía una vida.
– Yo tengo una vida.
– Después de ver ese beso, adivino que al menos tienes la oportunidad de tenerla -Travis sonrió-. Si no la fastidias.
– ¿Hay alguna razón para que hayas venido aquí hoy? -Adam lo taladró con la mirada-. ¿O sólo pretendes ser la proverbial espina?
– Admito que lo de ser la espina me atrae, pero sí he venido por una razón -Travis se puso de pie y metió las manos en los bolsillos del pantalón negro-. Voy a llevarme uno de los jets de la familia a Napa durante un par de semanas.
– Buen viaje -Adam se levantó-. Pero, ¿qué tiene eso que ver conmigo?
– Sólo quería que lo supieras. Hay una bodega que está haciendo cosas interesantes con cabernet. Voy a ver qué averiguo sobre su proceso.
– ¿Y por qué cuando tú trabajas para el viñedo está bien, pero cuando yo me concentro en el rancho soy un recluso?
– Porque… -Travis sonrió- yo tengo tiempo para las damas. No vivo y muero por las uvas, Adam. Ahora que has vuelto a casarte, quizá sea hora de que recuerdes que la vida no se reduce a este maldito rancho.
– Conoces el por qué de mi matrimonio. No le des más importancia de la que tiene.
– Eso no implica que no pueda funcionar. Para los dos.
– No me interesa.
– Sólo porque Monica y tú… -calló al ver que Adam enrojecía de ira-. Vale. No hablaremos de eso. Aunque deberías…
– No necesito que me psicoanalicen.
– Yo no estaría tan seguro de eso -comentó Travis-. Adelante, Adam. Entierra tu futuro por culpa de tu pasado -dio medio giro para señalar el corral que había ante el establo-. Pero ésa de ahí fuera es una buena mujer. Demasiado buena para que la utilices y la descartes. Se merece más -al ver que su hermano no contestaba, Travis siguió-. Diablos, Adam, tú te mereces más.
– ¿No tienes ninguna vinicultura a quien seducir? -dijo Adam, para cerrar el tema.
– Desde luego que sí -Travis fue hacia la puerta y se detuvo en el umbral-. ¿Podrías hacerme un favor mientras estoy fuera?
– Depende.
– Intenta no ser tan zopenco a todas horas. Dale una oportunidad a Gina. Date a ti mismo un respiro, ¿vale?
Adam se quedó inquieto tras la marcha de Travis. Paseó por el pequeño despacho, escuchando los sonidos que llegaban de fuera. El ruido de cascos de caballo sobre metal, relinchos nerviosos y la risa jubilosa de Gina. Se quedó quieto, concentrándose en su musicalidad.
Pensó que, sintiera lo que sintiera por Gina, cuando se quedara embarazada pondría fin al trato. Fin al matrimonio. Ella se iría y él seguiría con su vida. A pesar de lo que parecía pensar Travis, no había esperanza de futuro. Adam ya se había demostrado a sí mismo que no era de los que servían para casarse.
Capítulo 8
Gina dejó a Adam durmiendo en la enorme cama. Agarró su bata de la silla, se la puso y se ató el cinturón antes de salir del dormitorio. Era incapaz de quedarse dormida, por más que lo intentaba. Decidió levantarse, hacer un té y comer algunas de las galletas caseras de Esperanza.
En el umbral, se volvió para mirar a su marido y sintió un pinchazo en el corazón. Incluso dormido, Adam parecía poderoso y distante. Era como si sus emociones estuvieran tan encerradas que ni siquiera afloraban a la superficie cuando no las protegía conscientemente. Por lo visto, también iba a tener que batallar con su subconsciente.
Suspiró, cerró la puerta con cuidado y caminó hacia la escalera. La casa estaba en silencio, recogida para la noche, descansando tras un largo día. Gina deseó poder descansar también, pero su mente estaba demasiado activa. No podía dejar de pensar en Adam, en la discusión que habían tenido antes y en cómo la había observado desde la distancia mientras ella acomodaba a los Gypsy en su nuevo hogar.
No sabía por qué había creído que conseguiría llegar a él, sabiendo que llevaba cinco años aislándose del mundo. Tal vez no pudiera doblegar su voluntad. Cabía la posibilidad de que Adam sospechara si no se quedaba embarazada pronto. Llegó a la escalera sintiendo el principio de un dolor de cabeza.
Las luces estaban apagadas, pero los rayos de luna que entraban por las claraboyas daban a todo un leve resplandor plateado. Descalza, bajó los peldaños mientras miraba las fotos enmarcadas que decoraban la pared.
Fotos de los hermanos King desde su infancia hasta el momento actual. Jackson sonriente, con un ojo morado, entre sus dos hermanos. Travis alzando el trofeo del campeonato de fútbol del instituto. Incluso había una foto de una merienda de un Cuatro de Julio, hacía veinte años. Los King aparecían en ella, pero también Gina y sus hermanos. Adam era el más alto y estaba de pie detrás de Gina, que entonces tenía diez años. Como si incluso ya entonces hubiera encontrado la forma de estar cerca de él. Se preguntó si Adam se habría dado cuenta. Sonriendo, siguió mirando las fotos y comprendió que no había ninguna de Monica, la esposa fallecida de Adam. Ni del hijo de ambos, Jeremy.