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– No te equivoques con respecto a lo que está ocurriendo aquí, Gina.

– ¿Qué se supone que quiere decir eso? -Gina no iba a permitir que la intimidara. No le tenía ningún miedo, por más que quisiera asustarla.

– Sabes exactamente qué quiere decir -aflojó las manos un poco y sus ojos se oscurecieron hasta volverse casi negros-. Te estás engañando, Gina. ¿Crees que no lo veo, que no lo noto?

– Adam…

– El trato es lo único que compartimos -le aseguró él-. Ambos queremos algo del otro, y cuando el trato se complete, llegará a su fin. No te acomodes aquí. No esperes de mí más de lo que puedo dar. Y, por Dios santo, deja de mirarme con esos ojos dorados, suaves y húmedos.

– Yo no…

– Sí, tú sí. Ya es hora de parar, Gina. Por tu propio bien, si no por otra cosa. No existe un nosotros. Nunca existirá.

A ella le dolió el corazón. Intensamente.

Se le revolvió el estómago y luchó contra las lágrimas que le quemaban los ojos. Sabía que él hablaba muy en serio, pero seguía creyendo que entre ellos había más de lo que él quería o podía admitir. Tal vez realmente ella se estuviera engañando, y caería en picado cuando su tiempo juntos llegara a su fin. Quizá esperara encontrar al chico que había conocido dentro de un hombre que había cambiado demasiado para recordarse a sí mismo.

– Existe el ahora -alzó los brazos y apoyó las palmas de las manos en su pecho. Él inhaló, pero no protestó-. Y por ahora, Adam, existe un nosotros.

– Gina… -movió la cabeza y resopló con frustración-. Estás haciendo esto más difícil de lo que debería ser.

– Puede -admitió ella-. Y puede que tú lo estés haciendo mucho menos divertido de lo que podría ser.

Cerró la distancia que los separaba y deslizó las manos por su pecho, explorando, acariciando sus pezones, hasta que él contuvo el aliento, intentando no rendirse.

Pero ella quería su rendición y estaba dispuesta a luchar para obtenerla.

– Estás jugando con fuego, Gina -agarró sus muñecas y las sujetó, mirándola como un hombre que se encontraba en terreno desconocido.

– No soy frágil, Adam. Puedo soportar una quemadura o dos.

– Este fuego es de los que consumen.

– ¿Y eso es malo? -le sonrió, a pesar de la dureza de su rostro y la amargura de su mirada. Lo admitiera o no, el Adam de quien se había enamorado seguía ahí, escondido en su interior, y ella quería liberarlo. Quería recordarle que el amor, la vida y la risa merecían la pena. Que eran un tesoro-. Estamos casados, Adam. Mucha gente sueña con encontrar el fuego que compartimos.

– Los fuegos suelen apagarse muy deprisa.

– A veces -admitió ella-. Pero son fascinantes mientras están ardiendo.

– ¿No vas a hacer caso de lo que nadie te diga?

– No -admitió ella.

– Gracias a Dios.

Soltó sus muñecas y, sin decir una palabra, llevó la mano al cinturón de su bata. Lo soltó y abrió la bata para admirar su cuerpo desnudo.

Gina se estremeció cuando el aire nocturno besó su piel, pero el frío se disipó bajo la mirada ardiente de Adam. Sus pezones se tensaron, anhelando el roce de sus labios, de su boca. Él deslizó las manos por su cuerpo; la erótica fricción de las callosidades de sus dedos le abrasó la piel, encendiendo su deseo.

Ella dejó caer la cabeza hacia atrás, apoyándola en el poste de la valla. Adam la acarició desde el pecho a la entrepierna.

– Tu piel resplandece bajo la luna -dijo, inclinándose para capturar uno de sus pezones con la boca.

Ella gimió, se arqueó hacia él y puso una mano en su nuca. Él mordisqueó suavemente, rozando el pezón con los dientes. Gina contuvo el aliento mientras él succionaba, provocando oleadas de placer. Con cada movimiento, Gina sentía aún mayor ternura por ese hombre que intentaba mantenerla a distancia por su bien.

Contempló cómo su boca tentaba y atormentaba, alargando su placer como si estuviera dispuesto a saborearla toda la noche. Percibía su conexión con ella, a pesar de sus advertencias. Manos, labios, lengua y aliento la acariciaban con ternura, transmitiendo sentimientos.

Llevó las manos a sus hombros, disfrutando de su fuerza, de su cálida solidez. Cuando él levantó la cabeza, deseó llorar por la pérdida.

– Necesito tomarte -susurró él.

Gina se estremeció de pies a cabeza.

– Estás tomándome -dijo con una risa apagada.

Él sonrió y a ella se le desbocó el corazón. Esas sonrisas eran tan escasas, tan devastadoras, que la atraían más que nada.

– Quiero más -dijo él, bajando la cabeza por el resto de su cuerpo, apoyándola contra el poste. Ella rezó para no derribarlo con su peso.

– Sí, Adam -dos palabras quedas, casi perdidas en la oscuridad que los rodeaba y acunaba.

Él se arrodilló ante ella, abrió sus muslos y posó la boca en el mismo centro de su placer.

Gina gimió y se aferró a sus hombros, clavándole las uñas en la piel para estabilizarse. Pero mientras intentaba mantener el equilibrio, el mundo giraba locamente a su alrededor. Él lamió el húmedo y ardiente botón, quitándole el aliento.

«Increíble», pensó. Allí. Afuera. En el jardín, desnuda y dejando que Adam hiciera su voluntad con ella. Y deseando más, anhelando que la hiciera suya. La excitación de estar con él bajo las estrellas sólo incrementaba sus sensaciones.

Él la lamió una y otra vez, torturándola con las dulces e íntimas caricias que provocaban descargas eléctricas en su interior. Después alzó una de sus piernas y la puso sobre sus hombros. Gina tuvo que echar los brazos hacia atrás y agarrarse a la valla. Apenas podía respirar. Su mundo se había encogido y se reducía a Adam, ella y lo que él era capaz de hacerle sentir.

Sólo se oían sus gemidos y los movimientos de los caballos tras ellos. Gina alzó la vista hacia las estrellas, concentrándose en las sensaciones que experimentaba. La noche era amable y la magia de lo que Adam le estaba haciendo era casi más de lo que podía soportar.

Mientras sus labios y lengua seguían moviéndose, deslizó una mano alrededor de su cadera e introdujo un dedo, y luego otro, en su interior. Sus movimiento rítmicos y decididos hicieron que Gina empezara a temblar mientras un clímax devastador se preparaba para saltar como un muelle a presión.

Ella deseó que siguiera así para siempre. Deseaba el orgasmo, pero no quería que el momento acabara nunca.

Bajó la mirada hacia el hombre arrodillado ante ella y tragó saliva. Al observar lo que le hacía, ver su boca llevarla a alturas cada vez mayores, sintió que sus sensaciones se intensificaban aún más. No podía dejar de mirarlo. No podía desviar la vista mientras Adam la tomaba de la forma más íntima, como nunca la había tomado nadie.

Lo sentía dentro y fuera de ella. Su mente se rasgó como un velo y se convulsionó. Cuando llegó el primer torbellino de liberación, gritó su nombre con pasión. Se dejó llevar por la ola hasta que finalmente acabó; luego se derrumbó hacia él, que se levantó lentamente, sujetándola.

– Sabes dulce -dijo, inclinando la cabeza para besar sus labios, su mandíbula y cuello.

– Adam, eso ha sido… -dejó caer la frente contra su pecho, jadeando.

Su cuerpo seguía vibrando cuando él la abrazó. Al sentir la dureza pulsante de su erección en el abdomen, el deseo volvió, como un volcán en erupción.

Adam percibió su reacción. No había salido allí para hacer eso. Sólo la había seguido para comprobar si ocurría algo. Si ella estaba bien.

Había notado que dejaba la cama y se había forzado a dejarla ir. Pero unos minutos después la había seguido y, al encontrarla allí, a la luz de la luna, en su interior se había formado un nudo inmenso de lujuria, una bola de fuego.

La miró a los ojos y comprendió que era un momento peligroso. Sabía que ella daría importancia al encuentro, vería el lado romántico e imaginaría un futuro en común. Sin embargo, él ya le había advertido que no lo habría.