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Adam se sentía como si una tenaza de acero le oprimiera el pecho, impidiéndole respirar. Entrecerró los ojos hasta que vio a Gina y al niño como si estuvieran al final de un túnel largo y oscuro. El sol brillaba sobre ellos, como si definiera la diferencia entre Adam, envuelto en sombras, y su esposa, llena de luz.

Gina lo vio, sonrió y agitó la mano. Él se tensó al ver la calidez de su mirada. No había deseado eso. Seguía sin desearlo.

Era cierto que en los últimos dos meses se había acostumbrado demasiado a su presencia. A su aroma en la casa, a sentirla en los brazos. La buscaba por la noche y percibía su presencia durante el día. El acuerdo temporal empezaba a parecer demasiado permanente.

Al ver que no le devolvía el saludo, sino que la miraba con ojos fríos y vacíos, Gina arrugó la frente y volvió a mirar al niño.

– Se le dan bien los crios, ¿verdad?

Adam volvió la cabeza y vio a Tony, el hermano de Gina, ir hacia él. Ni siquiera había sabido que el hombre estaba en el rancho.

Tony inclinó su sombrero hacia delante, para evitar el destello del sol. Se detuvo junto a Adam y miró a su hermana.

– Mamá me ha enviado con pan recién hecho. Se me ha ocurrido observar a Gina un rato antes de regresar al rancho -dirigió a Adam una mirada de interés-. Parece que no soy el único que ha tenido esa idea.

– ¿Lo dices por algo concreto? -Adam frunció el ceño.

– Sólo por una cosa -Tony sonrió-. Tu forma de mirar a Gina me hace pensar que tal vez este acuerdo temporal empiece a ser algo más para ti.

– Te equivocas -negó Adam. No podía equivocarse más. Si acaso, ver a Gina con el niño había demostrado a Adam que tenía que sacarla de su vida. Cuanto antes mejor. Quería volver a su aislamiento.

– Pues me parece que no -Tony fue hacia el establo, se apoyó en una pared en sombra y cruzó los brazos sobre el pecho-. Admito que me puse de parte de mamá respecto a este matrimonio. Me parecía muy mala idea -hizo una pausa y miró a su hermana-. Pero Gina es feliz aquí. Y creo que tú también eres más feliz con su presencia.

El rostro de Adam se cerró en banda. Miró a Tony fijamente.

– En eso también te equivocas. ¿No lo sabías, Tony? A mí no me va ser feliz.

– Antes lo eras.

– Antes era muchas cosas -dijo él, cortante. Le dio la espalda y entró en el establo. Tony, por supuesto, lo siguió.

– ¿Tan empeñado estás en ser desgraciado, Adam?

– Déjalo -replicó él, sin detenerse ni volver la cabeza. No quería amistad con la familia de Gina. No quería mirar a Gina y sentir anhelo. Quería que su mundo volviera a ser como antes de que ella se hubiera introducido en él.

Fue directo al pequeño despacho. Hizo un gesto con la cabeza a su capataz. El hombre se levantó de la silla, saludó con la cabeza a Adam y a Tony y salió, farfullando una disculpa.

Si hubiera habido una puerta, la habría cerrado de una patada. Pero tenía la sensación de que eso no habría detenido a Tony. Igual que su hermana, el hombre no permitía que lo ignoraran.

– ¿Qué pasa, Adam? ¿Te da miedo admitir que sientes algo por mi hermana?

Adam alzó la cabeza de golpe y clavó en Tony una mirada tan fría que debería haberlo helado de pies a cabeza. Tony no se inmutó.

– No permito a mis hermanos que me hablen así. ¿Por qué crees que voy a permitírtelo a tí?

Tony encogió los hombros con indolencia, se quitó el sombrero y se pasó la mano por el cabello. Luego miró a Adam.

– Porque estoy preocupado por mi hermana y supongo que eso puedes entenderlo.

Adam maldijo para sí; tenía razón. Entendía muy bien la lealtad familiar, el instinto de defender y proteger. Formaba parte de la educación de los King, así como de los Torino. En ese sentido podía darle cuartel a Tony. Pero eso no implicaba que estuviera dispuesto a discutir su vida privada. O su matrimonio con Gina.

– Lo entiendo -aceptó Adam-. Pero insisto en que lo dejes. Gina y yo manejaremos lo que hay entre nosotros sin intromisiones de nadie.

– Puede que eso sea lo que tú quieres -Tony entró en la habitación, se puso el sombrero, se inclinó y apoyó las palmas de las manos en el borde del escritorio-. Pero no es así como funciona. Gina es mi familia. Mi hermanita. Y yo cuido de los míos.

– También yo -contraatacó Adam.

– ¿Es eso cierto? -Tony enarcó una ceja-. No es lo que yo recuerdo.

Adam enrojeció y sintió que la cólera ascendía desde sus pies, como la lava de un volcán, hasta llenar su cabeza y nublarle la visión.

– Si tienes algo más que decir, dilo y vete.

Tony se apartó del escritorio y se pasó una mano por la boca, como si físicamente pudiera borrar las palabras que acababa de decir.

– Eso ha estado fuera de lugar. Lo siento.

Adam asintió, pero no dijo más.

– Sólo digo que serías idiota si no dieras una oportunidad a lo que tienes con Gina, Adam. Y nunca te he considerado idiota.

– Tony, ¿qué estás haciendo?

Ambos hombres se volvieron hacia Gina, que estaba en el umbral. Ella paseó la mirada de uno a otro con ojos brillantes de furia y Adam sintió un puñetazo de algo mucho más fuerte que el deseo.

Entonces fue cuando comprendió que tenía problemas muy serios.

– Creí que estabas con los caballos.

– No es asunto tuyo, pero Sam esta ocupándose del niño y hablando con sus padres -clavó los ojos en su hermano-. Quiero saber qué haces aquí.

– Estoy hablando con mi cuñado -dijo Tony con tranquilidad, pero, siendo un hombre precavido, dio un paso atrás.

– ¿Y tú? -Gina miró a Adam.

– Déjalo estar, Gina -contestó él.

– ¿Por qué?

– Porque ya hemos acabado -Adam miró a Tony para asegurarse-. ¿No es verdad?

– Sí -Tony asintió y fue hacia la puerta, claramente intentando evitar a su hermana antes de que centrara su furia en él-. Hemos acabado. Encantado de haberte visto, Adam.

Adam asintió de nuevo y esperó a que Tony saliera antes de mirar a la mujer que era su esposa. En ese momento las palabras de Tony reverberaron en su mente: «Hemos acabado».

Adam, mirando los ojos de color ámbar de Gina, deseó que fuera tan fácil como sonaba.

Capítulo 10

Cuando Tony se marchó, fue como si Gina se quedara sola en el diminuto y atiborrado despacho. Adam, aunque físicamente presente, se había cerrado tanto que era como si hubiera olvidado que ella seguía allí.

– Adam -se acercó a él-. ¿Qué ocurre? ¿De qué hablabais Tony y tú? ¿Y por qué pareces tan enfadado?

– ¿Enfadado? -la miró con ojos fríos-. No estoy enfadado, Gina, sólo ocupado -para dejarlo claro, levantó un montón de papeles, los cuadró y los introdujo en un archivador marrón.

– Ya. Demasiado ocupado para hablar conmigo, pero no para hablar con Tony, ¿no?

Él giró en la silla, apoyó los codos en la mesa y juntó los dedos. Ladeó la cabeza.

– Tu hermano apareció y no tuve más remedio que hablar con él. Igual que no tuve más remedio que dejar mi trabajo cuando oí a ese niño gritar.

Gina encogió los hombros y sonrió. Pero no obtuvo ninguna reacción de él.

– Danny estaba emocionado, nada más. Sus padres van a comprar la yegua para él y para su hermana, y era la primera vez que montaba.

– No he preguntado por qué gritó el niño -dijo Adam. Agarró un bolígrafo de la mesa-. Sólo he dicho que el ruido es una distracción. No estoy acostumbrado a que tanta gente entre y salga del rancho Y no me gusta.

Gina se sonrojó con un destello de ira. Tal y como hablaba, cualquiera diría que organizaba desfiles a diario. Un par de personas a la semana no era nada. Era normal. Y si él saliera de su despacho a charlar con ellos de vez en cuando, tal vez no lo odiaría tanto. Pero siempre estaba solo, trabajando. Al teléfono, recorriendo el rancho a caballo o reunido con algún comprador.

Para él estaba bien dedicarse a sus negocios, pero no quería permitirle a ella el mismo privilegio. Su trabajo era tan importante para ella como el rancho lo era para Adam. Debería ser capaz de entender eso, al menos.