Pero no tenía sentido discutir con un hombre cuya expresión dejaba claro que buscaba batalla. Ella no quería pelear con él, sino llegar a su corazón. Llegar al Adam que había conocido de niña. El que siempre la había defendido y que ella sabía estaba encerrado en algún oscuro rincón.
Así que cuando habló lo hizo con tono razonable, controlando su genio.
– Sólo han venido unas pocas personas a la semana, Adam. Tienen que ver a los Gypsy en persona y yo tengo que comprobar cómo se portan con los caballos. No podría evitarlo aunque quisiera. Cosa que, por cierto, no quiero.
– No quiero a esa gente por aquí.
– Lamento oírlo -Gina no iba rendirse. Lo quería, pero no iba a permitir que la dominara.
– Esto no funciona, Gina -apretó los labios con gesto de desaprobación.
– ¿Esto? -Gina agitó la mano en el aire-. ¿El qué? ¿Los caballos? ¿La gente?
– El matrimonio -repuso él.
Ella se echó hacia atrás, impactada por su respuesta. Se le encogió el estómago. Controló el dolor que atenazaba su corazón y pensó rápidamente. Rememoró el día y lo único que se le ocurrió que podía haber provocado esa reacción era el grito de Danny. Entonces lo comprendió.
– Ha sido por Danny, ¿verdad? -susurró con preocupación-. El grito de Danny inició todo esto.
El rostro de él pareció helarse y ella supo que había acertado. Debería haberse dado cuenta antes. Había perdido un hijo y el grito del niño lo habría rasgado por dentro, haciéndole recordar.
– El niño no tiene nada que ver con esto.
– Creo que te equivocas.
– Ya sé que lo crees, pero eso no importa.
– Sí importa, Adam -avanzó un paso más hacia él. Su ira se transformó en compasión-. Oír a Danny te hizo pensar en Jeremy.
Adam se puso en pie y se encaró a ella antes de que pudiera decir nada más.
– No tiene que ver con mi hijo. No mezcles el pasado con esto.
– El pasado influye en lo que tenemos ahora -arguyó ella.
– Puede que en tu mundo sí, pero el pasado no influye en el mío -la miró con frialdad y Gina comprendió que realmente se creía esa mentira. Sin embargo, ella sabía que el grito de Danny lo había removido por dentro, sacando a la luz algo que mantenía oculto, encerrado bajo llave.
– Esto no tiene que ver con el niño, sino con el trato que hicimos. Sé que llegamos a un acuerdo -dijo con ojos fríos y voz inexpresiva como la de un robot-, y creo que admitirás que he hecho lo posible por cumplir mi parte.
– Sí -aceptó ella, intentando ignorar la oleada de calor que sintió al pensar en las noches que había pasado en sus brazos. Si no hubiera utilizado el diafragma religiosamente, sin duda estaría embarazada. Su madre siempre había dicho que las mujeres de la familia eran muy fértiles y Adam había puesto todo de su parte para crear ese bebé-. Lo has hecho. Y yo también -añadió.
– Cierto. Pero, dado que llevamos casados más de dos meses y aún no estás embarazada, creo que es hora de reconsiderar nuestro trato.
– ¿Qué? -Gina no había esperado eso. No había imaginado que Adam quisiera renegar de un pacto que le otorgaría la escritura de la tierra que tanto deseaba. Pero si quería hacerlo, no tenía forma de impedírselo. Era obvio que no había conseguido llegar a él. Tal vez pretendía que recogiera sus cosas y se fuera. Que olvidara el tiempo pasado con él y siguiera con su vida.
Se estremeció por dentro.
Como si necesitara más espacio para mantener esa conversación, Adam salió al establo. El olor a caballos, heno y madera vieja era casi reconfortante. Ella salió a reunirse con él y siguió mirándolo incluso cuando él giró la cabeza hacia las puertas abiertas que daban al soleado jardín.
– ¿Quieres poner fin al trato? -preguntó ella, avergonzándose por lo débil e inquieta que sonó su voz-. Porque no pienso acceder.
Debería acceder, por supuesto. Se preguntó qué clase de mujer se quedaría con un hombre que no la quería a su lado. Sólo una dispuesta a renunciar a su dignidad y a su orgullo.
Sin embargo, Gina sabía que su orgullo había sucumbido al amor. Se justificó diciéndose que no había sido por gusto. Nadie elegía a quién amaba y ella llevaba enamorada de Adam casi toda su vida. A veces se sentía como si hubiera nacido amándolo. Y el tiempo pasado con él los últimos meses había reforzado sus sentimientos.
Pero no era idiota. Sabía que él no era perfecto; de hecho, estaba lejos de serlo. Podía ser frío y calculador. No era fácil llevarse bien con él, pero tampoco era cruel o desagradable a propósito. Sus ojos estaban ensombrecidos por un dolor que rara vez mostraba y sus escasas sonrisas le derretían el corazón.
No, no era perfecto. Pero siempre había sido perfecto para ella. Y, al fin y al cabo, en eso consistía el amor.
Él volvió a mirarla y Gina deseó poder leer sus ojos. Pero era experto en ocultar sus emociones. Era demasiado buen negociante como para permitir que su oponente interpretara sus intenciones.
– No, no quiero poner fin al trato -dijo él por fin.
Gina inspiró lentamente, con alivio, aunque su ansiedad no se disipó. Seguía inquieta.
– De acuerdo. Entonces, ¿qué pretendes?
– Creo que sería mejor para ambos redefinirlo, nada más -afirmó él con voz queda-. Aún no estás embarazada…
– Sólo han pasado poco más de dos meses -arguyó ella.
– Cierto. ¿Pero y si tardamos un año? ¿O dos?
Gina no contestó, aunque sabía que a ella no le habría importado. Cuanto más tiempo pasara con Adam, más posibilidades tendría de llegar a él, de hacerle comprender lo bien que estaban juntos.
– Lo que quiero decir -Adam se apartó el pelo de la frente-, es que creo que habría que fijar un límite de tiempo a nuestra empresa.
– ¿Empresa?
Él ignoró el sarcasmo de su voz.
– Si no estás embarazada cuando llevemos juntos seis meses, acabaremos con esto. Cada uno seguirá su camino y…
– ¿Tú consigues tu tierra y yo nada? -barbotó ella, moviendo la cabeza.
– No había terminado -arrugó la frente y siguió-. Si no estás embarazada entonces, pondremos fin al matrimonio y al trato. Ambos saldremos perdiendo.
– ¿Renunciarías a la tierra que tanto deseas? -Gina se preguntó si ansiaba tanto librarse de ella, si su matrimonio era tan horrible para él. Era como si ni siquiera hubiera rozado su corazón.
Pero sabía que sí. Lo notaba en sus caricias todas las noches. Lo veía en el destello de deseo y necesidad de sus ojos cuando llegaba a la cama. No entendía por qué luchaba contra eso, por qué tenía tanto empeño en alejarla. Tal vez no quisiera arriesgarse a ser feliz con ella.
Tampoco entendía por qué seguía ella allí. Por qué amaba a un hombre que anhelaba librarse de ella.
– Encontraré otra forma de conseguir la tierra. Tu padre cambiará de actitud, antes o después -se metió las manos en los bolsillos traseros y sacudió la cabeza-. Es la única forma, Gina. ¿Qué sentido tendría alargar esto? Sólo estaríamos poniéndonoslo difícil a nosotros mismos.
– Muchas gracias -rezongó ella.
Los labios de él se curvaron levemente, sin llegar a esbozar una sonrisa. Lo lastimoso fue que a Gina le dio un vuelco el corazón al verlo.
– Me gustas, Gina. Siempre me has gustado. La verdad, preferiría acabar con esto mientras sigamos cayéndonos bien. Si transcurridos seis meses no estás embarazada, ningunos de los dos estaremos satisfechos con el acuerdo.
– Te gusto.
– Sí.
Gina se tragó una risa amarga. Ella lo amaba. Ella le gustaba. Una gran diferencia.
– Creo que lo más justo será acabar transcurridos seis meses y asumir nuestras pérdidas. Además, así tendremos un plazo final y podremos hacer planes teniéndolo en cuenta.