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Ella sólo necesitó un vistazo para saber que era la escritura que él tanto había deseado.

– ¿Qué? -sacudió la cabeza-. No entiendo.

– Es sencillo. Estoy rompiendo el trato. La tierra vuelve a ser tuya.

Gina miró el papel y luego a él.

– Lo que dices no tiene sentido.

– Tu padre me lo ha dicho.

Gina sintió un cosquilleo de inquietud. Se preguntó qué habría hecho su entrometido padre esa vez.

– ¿Qué te ha dicho exactamente?

– Que habías perdido al bebé -Adam le puso las manos sobre los hombros y la miró a los ojos.

Ella se tambaleó, pero él siguió hablando.

– Lo siento mucho, Gina. Sé que eso no basta. Sé que un «lo siento» no significa nada en un momento como éste, pero es lo único que puedo ofrecerte -llevó las manos a su rostro y acarició sus mejillas con los pulgares-. Siento mucho no haber apreciado el milagro que creamos juntos.

Su padre le había mentido. Y creyendo que estaría sufriendo, Adam había corrido a su lado. La burbuja de esperanza volvió a alzarse en su interior. Tomó aire y, por primera vez desde que dejó California, Gina sintió calor.

– Adam…

– Espera. Deja que acabe -la atrajo hacia él y acarició su espalda como si quisiera convencerse de que realmente estaba allí. Con él.

Gina no se lo impidió. Se entregó a la maravilla de estar en sus brazos de nuevo.

– Me preguntaste por qué no tenía fotos de Monica y Jeremy en la casa -dijo él con voz queda y rasgada. Ella se tensó, pero Adam la abrazó con más fuerza-. No los he olvidado. Pero hay algo que no sabes, Gina -se echó hacia atrás para mirar su rostro-. Monica iba a dejarme. Era un esposo terrible y no mucho mejor padre.

– Oh, Adam -eso explicaba muchas cosas-. Te culpas por…

– No -movió la cabeza con tristeza-. No me siento culpable del accidente, aunque si hubiera sido mejor marido tal vez no habría ocurrido. No, Gina. Lo que siento es arrepentimiento por no haber podido o querido ser lo que necesitaban.

A ella se le encogió el corazón, pero Adam no había terminado. En sus ojos, además de dolor, había determinación y esperanza.

– Quiero ser un marido para ti, Gina. Quiero un matrimonio verdadero. Por eso te devuelvo esa estúpida tierra. No la quiero. Quédatela tú, o dásela al siguiente niño que concibamos juntos. Dame la oportunidad de compensarte.

– Oh, Adam… -gimió.

Aquello era con lo que había soñado durante tanto tiempo. Todo estaba allí, al alcance de su mano. Por fin veía en sus ojos lo que siempre había deseado ver y sabía que su vida juntos sería la que había anhelado.

– Te echo de menos -dijo él, mirándola con adoración-. Es como si me faltara un brazo o una pierna. Una parte de mí se marchó contigo. Nada tiene significado desde que no estás. Gina, quiero que vuelvas a casa. Que seas mi esposa de nuevo. Permíteme ser el marido que debería haber sido. Te quiero, Gina. Ya no me da miedo admitirlo. ¿Podrías aceptarme de nuevo? ¿Querrías darme la oportunidad de intentar concebir otro bebé?

– Yo también te quiero, Adam -dijo ella, poniendo la mano en su mejilla.

– Gracias a Dios -musitó él. La atrajo y la besó con la desesperación y pasión que Gina conocía tan bien. Cuando por fin se separaron y se sonrieron, Gina tuvo oportunidad de hablar.

– Volveré a casa contigo, Adam, y nuestra vida será maravillosa. Pero…

– ¿Pero? -repitió él, inquieto.

– No hará falta intentar concebir otro bebé de momento -le dijo. Tomó su mano y la colocó sobre su vientre. Esbozó una sonrisa deslumbrante -mirándolo a los ojos-. El primero sigue estando en camino.

– ¿Sigues…? -la miró confuso.

– Sí.

– ¿Entonces tu padre…?

– Sí -Gina sonrió, se puso de puntillas y se abrazó a su cuello.

– El viejo tramposo -rezongó Adam, devolviéndole la sonrisa. La alzó del suelo y la hizo girar en el aire-. Recuérdame que invite a tu padre a un trago cuando lleguemos a casa.

– Trato hecho -dijo Gina.

– Pues sellémoslo de la manera correcta -propuso Adam, besándola con todo su corazón.

MAUREEN CHILD

***