– No puedes hablar en serio.
– Del todo -le aseguró ella. Su rostro se ablandó y sus labios se curvaron-. Sé por lo que pasaste cuando perdiste a tu hijo…
Él camarero llegó con el recibo para que lo firmara. Adam añadió una generosa propina y firmó. Guardó el resguardo y la tarjeta de crédito en la cartera y después se volvió a mirar a Gina.
– No hables de mi hijo. Nunca -dijo.
Su pérdida era eso: suya. Había sobrevivido. Había dejado el pasado atrás y allí pensaba mantenerlo. Esos recuerdos, ese dolor, no tenían nada que ver con su vida ni su mundo actual.
– Bien.
– No me interesa ser padre de nuevo.
– No necesito tu ayuda para criar a mi hijo, Adam -dijo ella. Su voz se volvió tan fría como la de él-. Sólo necesito tu esperma.
– ¿Por qué haces esto?
– Porque quiero ser madre -se recostó y bajó la mirada hacia el mantel-. Los hijos de mis hermanos son maravillosos y los quiero mucho, pero no quiero pasar el resto de mi vida siendo la tía favorita. Quiero un hijo mío. Deseo casarme tan poco como tú, por eso no te preocupes. Pero quiero un bebé. Tal y como yo lo veo… -alzó la vista hacia él- el trato satisfaría a ambas partes. Tú consigues tu tierra, yo mi bebé.
Él ya estaba moviendo la cabeza negativamente cuando ella volvió a hablar.
– Piénsalo antes de rechazarme. Me casaré contigo. Seré tu esposa en todos los sentidos. Cuando conciba, tú te quedas con la tierra y nos divorciamos. Firmaré lo que quieras, eximiéndote de toda responsabilidad hacia mí y a mi bebé -lo miró con firmeza-. Es un buen trato, Adam. Para ambos.
Lo había arrinconado. Él no había esperado que conociera la propuesta de su padre, y menos que saliera con una propia. La idea de que en unos meses podría devolver al rancho de la familia King su extensión inicial era muy tentadora.
Tenía que quitarse el sombrero ante Gina. Le ofrecía un trato interesante. Además, el que ella obtuviera algo a cambio le hacía sentirse menos desalmado.
Sin embargo, ni siquiera se había planteado una nueva paternidad. Un dolor que se negaba a reconocer latió en su interior. Sólo duró un momento. Llevaba años aprendiendo a distanciarse de la angustia emocional.
Se dijo que no sería un matrimonio real, ni una familia genuina. Sería algo muy diferente. Gina lo conocía. Ella no deseaba un esposo más de lo que él deseaba una esposa. Ella quería un bebé, él quería su tierra. Un trato favorable para ambos. Sólo tendría que estar casado unos meses con una mujer muy deseable.
No podía ser tan malo.
– ¿Y bien, Adam? -inquirió ella con voz suave-. ¿Qué me dices?
Él se puso en pie y le ofreció una mano para ayudarla a levantarse. Cuando ambos estuvieron de pie, estrechó su mano.
– Gina, acabas de hacer un buen trato.
Capítulo 5
Todo fue muy rápido después de eso.
Unos días después, Adam obtuvo la licencia matrimonial; por lo visto, ser uno de los hombres más ricos de California tenía sus ventajas. Adam tenía prisa por cerrar el trato, así que no hubo tiempo para celebrar la gran boda con la que siempre había soñado la madre de Gina.
En vez de eso, Adam, Gina y sus padres fueron a Las Vegas en uno de los jets de los King.
– No es exactamente la boda con la que sueñan las niñas de pequeñas -susurró Gina para sí, mirando el lujoso jardín interior en el que se estaba celebrando la ceremonia.
Las paredes estaban pintadas de color azul cielo, salpicado de algodonosas nubes blancas. Había altos pedestales con elegantes ramos de flores de seda y la alfombra blanca que llevaba hasta el altar aún dejaba entrever las pisadas de la pareja que acababa de casarse. Por los altavoces sonaba música clásica. Gina apretó con fuerza el ramo de novia, cortesía de la casa.
Se alegró de haber insistido en hacer algunas compras previas en San José. Se sentía muy guapa con el vestido amarillo intenso que lucía y eso le daba fuerzas y confianza en sí misma.
– ¿Estás segura de esto, Gina?
Ella volvió la cabeza hacia su padre y tragó saliva antes de contestar:
– Sí, papá. Estoy segura.
Por supuesto que lo estaba. Llevaba enamorada de Adam King desde siempre. Hacía años que soñaba con ese día. Cierto que, en esos sueños, Adam también la amaba a ella. El novio sonreía feliz, rodeado por sus hermanos, y miraba a Gina con ojos llenos de deseo.
Así que la realidad era un poco decepcionante. Aun así, iba a casarse con Adam. Miró hacia el altar, donde esperaba el novio.
Era un trato de negocios, desde luego. Adam iba a conseguir su tierra y, ella, el bebé que anhelaba. Pero en los últimos días había empezado a imaginar un final algo distinto. Si estaba dispuesta a arriesgar su corazón, tal vez pudiera conseguir lo que siempre había deseado.
Sólo tenía que encontrar la manera de derrumbar las defensas de Adam. Se le encogió el estómago al pensarlo. Habiendo llegado tan lejos, tenía sentido ir un paso más allá. Sólo necesitaba tiempo. Estaba segura de que, una vez estuvieran casados, él vería la verdad que ella siempre había sabido: que podían ser una gran pareja.
Tragó aire cuando ese pensamiento cruzó su cerebro, provocándole una descarga de adrenalina.
– No tienes buena cara, cielo -dijo su padre.
– Estoy bien, papá. En serio. ¿Ves? -le ofreció una sonrisa esplendorosa que, por suerte, a su padre no le pareció forzada-. Acabemos con esto, ¿de acuerdo?
– Sí -dijo él-. Tu madre parece angustiada.
Gina la miró de reojo y pensó que era verdad. Tenía aspecto de querer echarle a Adam un sermón sobre cómo tratar a su hija. Mejor evitarlo. Teresa Torino ya estaba bastante irritada con la idea de que Gina se casara con un hombre que, en su opinión, no la quería.
El cuarteto de cuerda empezó a tocar la Marcha nupcial. Gina, con el estómago hecho un nudo, inició el camino hacia el altar, del brazo de su padre.
Cada paso la alejaba de la vida que conocía y la acercaba a la que siempre había deseado.
Los ojos chocolate oscuro de Adam contemplaron su avance. Tenía el rostro tenso y sus labios no se curvaron con la sonrisa que ella había esperado. Su mirada era firme, pero inexpresiva. Gina deseó que la de ella tampoco desvelara sus emociones y pensamientos.
Ya en el altar, Sal puso la mano de Gina en la de Adam y se retiró para reunirse con su esposa.
Adam le ofreció una leve sonrisa que no palió en absoluto la indiferencia de sus rasgos.
El pastor empezó a hablar, pero ella sólo oía el tronar de su corazón. Sin embargo, captó las palabras más importantes. Las que cambiarían su vida, al menos, por un tiempo.
– Sí, quiero -dijo Adam. Gina se estremeció con el impacto de esas dos palabras.
Luego llegó su turno. Notó la enorme mano de Adam sobre la suya y se concentró en el pastor. Era su última oportunidad de dar marcha atrás. O el principio de la apuesta más grande de su vida.
El pastor dejó de hablar y siguió una larga pausa. El silencio en la capilla le pareció atronador. Notó que Adam la observaba, esperando su respuesta.
– Sí, quiero -dijo por fin. Fue como si la sala tomara aire y lo soltara de golpe, con alivio.
Adam le puso un anillo en el dedo y, mientras el pastor finalizaba la breve ceremonia, Gina miró su mano. Una ancha banda de oro brilló ante sus ojos. No había piedras engarzadas ni ningún detalle grabado que proclamase un vínculo compartido por dos personas.
Era una alianza sencilla.
Impersonal.
Como su matrimonio.
Entonces Adam le puso la mano en los hombros, la atrajo y le dio un beso rápido y firme, sellando el trato que Gina deseó no acabara convirtiéndose en una pesadilla para ambos.
Por primera vez en demasiado tiempo, Adam se sentía como si hubiera perdido el control de una situación. Y no le gustaba nada.