Todos en la familia lo entienden menos tú, no ven las horas de verme libre, eres la única que aún no acepta que nunca seré la de antes. Mira mi cuerpo dañado, piensa en mi alma que anhela evadirse y en los nudos terribles que la retienen. Ay, vieja, esto es muy difícil para mí y sé que también lo es para ti… ¿qué podemos hacer? En Chile mis abuelos rezan por mí y mi padre se aferra al recuerdo poético de una hija espectral, mientras al otro lado de este país Ernesto flota en un mar de ambigüedades sin entender todavía que ya me perdió para siempre. En verdad ya es viudo, pero no podrá llorar por mí o amar a otra mujer mientras mi cuerpo respire en tu casa. El breve tiempo que estuvimos juntos fuimos muy felices, le dejo tan buenos recuerdos que no le alcanzarán los años para agotarlos, dile que no lo abandonaré, nunca estará solo, seré su ángel protector, tal como lo seré para ti. También los veintiocho años que tú y yo compartirnos fueron muy dichosos, no te atormentes pensando en lo que pudo ser y no fue, en lo que debiste hacer de otro modo, en las omisiones y errores… ¡sácate eso de la cabeza! Después de mi muerte estaremos en contacto tal como lo estás con tus abuelos y la Granny, me llevarás por dentro como una constante presencia, acudiré cuando me llames, la comunicación será más fácil cuando no tengas ante ti las miserias de mi cuerpo enfermo y puedas verme de nuevo como en los mejores momentos. ¿Te acuerdas cuando bailábamos un paso doble en las calles de Toledo, saltando sobre los charcos y riéndonos en la lluvia bajo un paraguas negro? ¿Y las caras espantadas de los turistas japoneses que nos tomaban fotos? Así quiero que me veas de ahora en adelante: íntimas amigas, dos mujeres contentas desafiando la lluvia. Sí… tuve una buena vida…. ¡Cómo cuesta desprenderse del mundo! Pero no soy capaz de llevar una existencia miserable por siete años más, como cree el doctor Shima; mi hermano lo sabe y es el único con suficiente coraje para liberarme, yo haría lo mismo por él. Nicolás no ha olvidado nuestra antigua complicidad, tiene las ideas diáfanas y el corazón sereno. ¿Te acuerdas cuando me defendía de las sombras del dragón de la ventana? No imaginas cuántos pecadillos nos tapábamos ni cuánto te engañábamos para protegernos mutuamente, ni las veces que castigaste a uno por las faltas del otro sin que jamás nos acusáramos. No espero que tú me ayudes a morir, nadie puede pedirte eso, sólo que no me retengas más. Dale una oportunidad a Nicolás. ¿Cómo puede darme una mano si tú nunca me dejas sola? Por favor no te aflijas, mamá…
¡Despierta, estás llorando dormida! Oigo la voz de Willie que me llega de muy lejos y me hundo más en la oscuridad sin abrir los ojos para que Paula no desaparezca porque tal vez ésta sea su última visita, tal vez nunca más oiré su voz. Despierta, despierta, es una pesadilla… me sacude mi marido. ¡Espérame! ¡Quiero irme contigo! grito y entonces él enciende la luz y trata de recogerme en sus brazos, pero lo aparto bruscamente porque desde la puerta Paula me sonríe y me hace una señal de adiós con la mano antes de alejarse por el pasillo con su camisa blanca flotando como alas y sus pies descalzos rozando apenas la alfombra. Junto a mi cama quedan sus zapatillas de piel de conejo.
Llegó Juan que venía por dos semanas a participar en un Seminario Teológico. Anduvo muy ocupado analizando los motivos de Dios, pero se dio maña para pasar muchas horas conmigo y con Paula. Desde que abandonó sus condiciones marxistas para dedicarse a los estudios divinos, algo que no logro precisar ha cambiado en su aspecto, la cabeza ligeramente inclinada, los gestos más lentos, la mirada más compasiva, el vocabulario más cuidado, ya no termina cada frase con una palabrota, como antes. En estos días pienso espantarle ese aire de solemnidad, sería el colmo que la religión matara su sentido del humor. Mi hermano se describe en su papel de pastor como gerente del sufrimiento, se le van las horas consolando y tratando de ayudar a los sin esperanza, administrando los escasos recursos disponibles para agonizantes, drogados, prostitutas, niños abandonados y otros infelices de la inmensa Corte de los Milagros que es la humanidad, no le alcanza el corazón para tantas penas. Como vive en la región más conservadora de los Estados Unidos, California le parece tierra de lunáticos. Le tocó presenciar un desfile de homosexuales, un exuberante carnaval dionisíaco, y en Berkeley asistió a marchas frenéticas en pro y en contra del aborto, peloteras políticas en el campus de la universidad y una convención de predicadores callejeros vociferando sus doctrinas entre mendigos y viejos hippies, últimos despojos de los años sesenta, todavía con collares de abalorios y flores pintadas en las mejillas. Horrorizado, Juan comprobó que en el seminario ofrecen cursos de Teología del Huia–Hup y Cómo ganarse la vida burlándose de La Biblia. Cada vez que viene este hermano tan querido lamentamos la suerte de Paula, ocultos en el último rincón de la casa para que nadie nos vea, pero también nos reímos como en la juventud, cuando estábamos descubriendo el mundo y nos creíamos invencibles. Con él puedo hablar hasta lo más secreto. Recibo sus consejos mientras revuelvo ollas en la cocina para ofrecerle nuevos guisos vegetarianos, labor inútil, porque él apenas picotea unas migajas, se alimenta de ideas y de libros.
Pasa largos ratos a solas con Paula, creo que reza a su lado. Ya no apuesta a que sanará, dice que su espíritu es una presencia muy fuerte en la casa, que nos abre caminos espirituales y va barriendo las pequeñeces de nuestras vidas, dejando sólo lo esencial. En su silla de ruedas, con los ojos vacíos, inmóvil y pálida, ella es un ángel que nos entreabre las puertas divinas para que nos asomemos a su inmensidad.
— Paula se está despidiendo del mundo. Está extenuada, Juan.
— ¿Qué piensas hacer?
— La ayudaría a morir, si supiera cómo hacerlo.
— ¡Ni se te ocurra! Cargarías con un fardo de culpa para el resto de tus días.
— Más culpable me siento por dejarla en este martirio… ¿Qué pasa si me muero antes que
ella? Imagínate que yo falte ¿quién se haría cargo de ella?
— Ese momento no ha llegado, no sacas nada con adelantarte. La vida y la muerte tienen su tranco. Dios no nos manda sufrimientos sin la fortaleza para soportarlos.
— Me estás sermoneando como un cura, Juan…
— Paula no te pertenece. No debes prolongar su vida artificialmente, pero tampoco puedes acortarla.
— ¿Cuál es el límite del artificio? ¿Has visto el hospital que tengo instalado abajo? Controlo cada función de su cuerpo, mido con gotario hasta el agua que ingiere, hay una docena de frascos y jeringas sobre su mesa. Si no la alimento por ese tubo que tiene en el estómago, se muere de hambre en una semana porque ni siquiera puede tragar.
— ¿Te sientes capaz de suprimirle la comida?
— No, jamás. Pero si supiera cómo acelerar su muerte sin dolor, creo que lo haría. Si no lo hago yo, tarde o temprano le tocará a Nicolás y no es justo que él se eche encima esa responsabilidad.
Tengo un puñado de pastillas para dormir que estoy guardando desde hace meses, pero no sé si eso es suficiente.
— Ay, ay, hermana… ¿cómo se puede sufrir tanto?
— No lo sé. ¡Si pudiera entregarle mi vida y morir en su lugar!
Estoy perdida, no sé quién soy, trato de recordar quién era yo antes, pero sólo encuentro disfraces, máscaras, proyecciones, imágenes confusas de una mujer que no reconozco. ¿Soy la feminista que creía ser, o soy esa joven frívola que aparecía en televisión con plumas de avestruz en el trasero? ¿La madre obsesiva, la esposa infiel, la aventurera temeraria o la mujer cobarde? ¿Soy la que asilaba perseguidos políticos o la que escapó porque no pudo soportar el miedo? Demasiadas contradicciones…
— Eres todo eso y también el samurai que ahora pelea contra la muerte.
— Peleaba, Juan. Ya estoy vencida.
Tiempos muy duros, han pasado semanas de tanta zozobra que no quiero ver a nadie, apenas puedo hablar, comer o dormir, escribo durante horas interminables. Sigo perdiendo peso. Hasta ahora estaba tan ocupada luchando contra la enfermedad que logré engañarme e imaginar que podía ganar esta batalla de titanes, pero ahora sé que Paula se va, mis afanes son absurdos, está agotada, así me lo repite en sueños por la noche y cuando despierto al amanecer, cuando voy a caminar al bosque y la brisa me trae sus palabras. En apariencia todo sigue más o menos igual, salvo estos mensajes urgentes, su voz cada vez más débil pidiendo ayuda. No soy la única que la escucha, también las mujeres que la cuidan empiezan a despedirse de ella. La masajista decidió que no valía la pena continuar con las sesiones porque de todos modos la niña no responde, como dijo; el fisioterapeuta llamó por teléfono, tartamudeando, enredado en disculpas hasta que