Nunca he querido intervenir limitándome a ser un testigo agradecido
por las muchas horas de increíble placer que se me han proporcionado,
pero empiezo a no entender nada de cuanto ocurre, aparte de que
sospecho que la última fotografía es un burdo montaje.
¿A qué estáis jugando?
KORIOLANO
La intervención de un absoluto desconocido venía a complicar aún más las cosas y al día siguiente llegó la respuesta.
Sin duda es un montaje, porque el que ahora se hace pasar por
la Bestia Perfecta no es más que un impostor.
Me consta que él nunca hubiera actuado así.
Todo el material que proporcionó era auténtico.
Decidí echar más leña al fuego:
¿Cómo lo sabes si nunca me has conocido y aseguras que he muerto?
¿Acaso estabas presente cuando violé a esas niñas?
Roque Centeno no era más que un estúpido que trabajó para mí
hasta que decidí que resultaba más útil muerto que vivo.
LA BESTIA PERFECTA
El llamado Koriolano pareció dar por concluida la discusión:
No sois más que un par de cretinos enfrascados en un juego dialéctico
que me aburre, y lo único que conseguirá es mandaros a la cárcel.
Por lo que a mí respecta, podéis iros a la mierda.
Si no sois capaces de proporcionar material nuevo me ocuparé yo.
Y será en vivo y en directo, sin posibilidad de fraude.
Aquella era, a mi modo de entender las cosas, una gran victoria, visto que a la auténtica Bestia Perfecta se le revelaba uno de sus incondicionales, y serían muchos los que acabarían pasándose a las filas del tal Koriolano si cumplía su promesa de proporcionarles «material» de primera mano «en vivo y en directo».
¿Qué se siente cuando todo lo que se ha conseguido tras años de esfuerzo se derrumba sin que se alcance a entender las razones?
Aquel hijo de mala madre se había empeñado en levantar un imperio de impunidad, soberbia e infinita maldad del que evidentemente se sentía orgulloso, pero de pronto advertía que se venía abajo como si las termitas estuvieran royendo las paredes de un castillo que siempre consideró de piedra pero que le estaban resultando de madera.
¡No era posible! ¡Pretendían destronarle!
¿Pero quién, y por qué?
Debía saber a ciencia cierta que tan solo sus víctimas estaban en disposición de acosarle, pero en buena lógica su mente no concebía que lo estuvieran haciendo desde la tumba, ya que es cosa más que sabida que los muertos no hablan. De aceptar que hablaban tendría que aceptar que se estaba volviendo loco y a mi modo de ver la Bestia Perfecta era un hombre demasiado seguro de sí mismo como para imaginar siquiera tal posibilidad.
¿Pero qué otra posibilidad existía?
Me envió un nuevo mensaje:
¿Qué es lo que quieres?
Mi respuesta debió de enfurecerle aún más:
A ti por negar que soy La Bestia Perfecta.
Te encontraré, te violaré y colgaré la foto de tu cadáver
en la red pese a que a nadie le excite tu sucio y viejo
culo ensangrentado.
De nuevo intervino Koriolano y no cabe duda de que no carecía de un cierto y macabro sentido del humor:
No contaminéis esta hermosa página con un viejo
culo, ensangrentado o no. Ni con nuevos cadáveres.
Lo único que proporcionaré a quienes me sigan será
pasión y belleza. La Bestia Perfecta ha muerto.
¡VIVA KORIOLANO!
O yo aún no sabía nada acerca de mi enemigo, o aquello era más de lo que estaba dispuesto a soportar porque no solo le estaban desbancando sino que además le amenazaban y se burlaban de él.
Me pregunté si al fin se decidiría a confesar que había engañado a sus seguidores haciéndoles creer que había muerto. En buena lógica un auténtico líder no podía permitirse el lujo de decepcionar de ese modo a sus fieles, sobre todo tras haber comprobado que ya habían hecho su aparición sus «herederos». La única opción que le quedaba era guardar silencio y tragar bilis.
A estas alturas debo admitir que aquel absurdo «juego dialéctico» me divertía aunque me viera obligado a admitir que no avanzaba gran cosa a la hora de intentar acabar con un asesino violador de niñas.
Lo que tenía que hacer, en lugar de hablar tanto, era sacarlo de la tenebrosa red en que había conseguido ocultarse y en la que no quería que siguiera refugiándose eternamente.
En cierto modo nuestros choques constituían casi un combate de «realidad virtual» semejante a los que tanto apasionan a los chavales, que disfrutan matando unos horrendos monstruos que resucitan una y otra vez hasta que se aprieta un botón y la pantalla funde en negro.
A veces tengo la sensación de que un gran número de seres humanos se están convirtiendo en una especie de prolongación de los ordenadores, eligiendo vivir en un ciberespacio en el que se sienten más seguros que en un mundo real que cada día les resulta más hostil y desolado. Los hay que incluso se enamoran y mantienen relaciones sexuales a través de una pantalla aun a sabiendas de que lo que les está contando su interlocutor es falso, al igual que son falsas la mayor parte de las imágenes que les envían. La gran ventaja respecto a la vida real es que la vida real nunca ofrece la oportunidad de apretar una tecla y desconectarse hasta que se desee regresar sin que nada ni nadie obligue a ello.
Todo lo bueno y todo lo malo, toda la historia y todos los conocimientos, juegos incluidos, se ocultan en estos momentos en las tripas de un módulo de apenas medio metro de altura, y el hecho de obligar a que se proyecte en una pantalla fascina cada día a más personas que en un instante pueden trasladarse al corazón de una ciudad lejana, a un fabuloso museo londinense o una espesa selva. Música, cine, libros, documentales o hermosas mujeres surgen de la nada como por arte de magia, pero de igual modo puede emerger el horror de las imágenes de niñas violadas y asesinadas porque no existe nada, nada en absoluto, que un ser humano haya sido capaz de crear, que otro ser humano no sea capaz de corromper.
Acurrucado entre la nevera y el aparador, apenas se le veían más que las piernas, unos enormes zapatos manchados de barro y una grasienta gorra de color indefinido que le caía sobre los ojos. Resultaba evidente que intentaba esconderse por mucho que tuviera constancia de que yo le había visto desde el momento mismo en que puse a calentar la leche y las tostadas. Permití que continuara allí, mientras desayunaba echándole un vistazo al periódico pero sin hacerle el menor caso, sabiendo como sabía por una larga experiencia que si quería explicarme la razón de su visita lo haría cuando le apeteciera, y si no quería hacerlo de nada valía intentarlo.
Algunos muertos son así, «gente de paso». En cierta ocasión, una señora escuálida se pasó una semana despatarrada en un sofá, haciendo calceta, pero cuando terminó la manga del jersey que tenía entre manos desapareció y hasta la fecha. Los que así se comportan suelen ser difuntos indecisos sobre la validez de las demandas que habían decidido presentar, o simples desorientados que necesitan tiempo hasta hacerse a la idea de que se encuentran en otra dimensión y ya no tienen a quién regalarle el jersey que están tejiendo.
Casi llegué a olvidarme del intruso, inmerso como me encontraba en la lectura de la crítica de una película, cuando de pronto comentó con una vocecita impropia de un hombre de su complexión y estatura: