Выбрать главу

—Supuse que te incomodaría, porque ya la situación era suficientemente difícil sin que yo estuviera presente. Pero a lo que me refiero no es a verla, sino a que me vea a mí y poder hablar con ella.

—No creo que eso sea posible. Por lo menos hasta ahora no lo he conseguido nunca. No soy lo que se suele llamar un médium, y existen demasiadas cosas en la relación entre vuestro mundo y el mío que aún no he llegado a comprender.

A decir verdad, eran demasiadas las cosas que no comprendía porque resultaba evidente que partíamos de una base a todas luces absurda.

No existía ninguna razón por la que se me hubiera concedido el privilegio de relacionarme con los muertos, y la mayoría de ellos se comportaba demasiado a menudo de una forma ilógica e incluso atrabiliaria. Aparecían y desaparecían cuando y como les venía en gana, no existía forma alguna de convocarlos en caso de que los necesitara, ni tampoco había aprendido la forma de conseguir que me dejaran en paz cuando no me apetecía verlos.

Lo único que sabía a ciencia cierta es que estaban muertos y no podían mentir.

El resto continuaba siendo un misterio.

La nueva víctima se llamaba Andrea, aún no había cumplido diez años y al parecer la práctica totalidad de su corta existencia había transcurrido en Segovia.

Según Jimena, que era la única que podía hablar con ella, se encontraba tan traumatizada por todo lo que había sufrido, que en cuanto le pedía que le contara algo sobre su familia se echaba a llorar y ya no era capaz de pronunciar ni una sola palabra.

Consulté la prensa segoviana por internet hasta encontrar la noticia de que, efectivamente, una niña llamada Andrea Villalba había desaparecido en el corto trayecto que separaba la casa de sus abuelos de la de sus padres.

Las fotografías mostraban a una criatura que, siendo evidentemente más joven, tenía no obstante muchos rasgos en común con Jimena Jimeno: rubia, delgada, pecosa y de grandes ojos expresivos. Tal vez aquel fuera un dato a tener en cuenta por si el día de mañana se podía llegar a la conclusión que la Bestia Perfecta sentía algún tipo de predilección por criaturas de características físicas muy concretas.

La prensa segoviana especificaba que la familia Villalba poseía un hotel y varios restaurantes en la ciudad y sus alrededores, por lo que no se descartaba que el móvil del secuestro fuera puramente económico, razón por la que, pese al tiempo transcurrido, la angustiada familia permanecía a la espera de que se les exigiera un rescate.

No pude por menos que plantearme si tenía algún tipo de derecho a entrometerme en el caso destruyendo las lógicas esperanzas de unos angustiados padres por mucho que tuviera la absoluta certeza de que la niña había muerto.

La sola idea de pasar por un trago similar al que había pasado en Cuenca me ponía el vello de punta. Aceptaba en cierto modo el hecho de haberme convertido en una mala copia del mítico barquero que atravesaba una y otra vez el oscuro río de la muerte, pero me negaba a convertirme de igual modo en una especie de enlutado y patético Mercurio; un aborrecible mensajero que llamaba a las puertas anunciando el fallecimiento de los seres queridos.

Bartolomé Cisneros coincidió en mi apreciación de que debía mantenerme al margen del problema.

—En el caso que nos ocupa, los padres poco pueden aportar a la hora de descubrir al culpable, ya que han sido elegidos por el simple hecho de tener una hija de una cierta edad y características, sin que al parecer al agresor le importe mucho la ciudad en que residen, su ideología política, sus posibles amigos o enemigos o su situación económica.

—¿Y la policía?

—Estará intentando extraer sus propias conclusiones y dudo que accedan a compartirlas.

—¿Crees que conocerán la existencia de la Bestia Perfecta?

—Probablemente. Me he estado informando y por lo visto existe una Brigada Tecnológica, especializada en los sofisticados delitos de todo tipo que se cometen utilizando los canales de internet. Resulta probable que hayan localizado alguna de las páginas que cuelgan en la red, pero que las localicen no significa que puedan impedir su difusión en otros portales. Y mucho menos que consigan atraparle.

—¿Por qué?

—Porque por desgracia internet se ha convertido en una especie de laberinto de Creta en el planeta. Hay quien asegura que contiene más información que todas las bibliotecas del mundo juntas, por lo que es como si alguien subrayara una palabra de una línea de una página de un libro de cualquiera de una de esas miles de bibliotecas. Nadie conseguiría encontrarla a no ser que fuera un «iniciado», y en este caso los «iniciados» son degenerados cuya mayor preocupación es mantenerse en la sombra y el más absoluto anonimato.

—¿Y qué podemos hacer?

—¿«Podemos»? ¿Significa eso que me consideras parte de tu equipo?

—¡Naturalmente! Tú mismo te sumaste desde el primer momento a ese equipo porque todo hombre de bien debe estar dispuesto a luchar contra los pederastas, y me consta que eres un hombre de bien. Te pediré muchas cosas y sé que me las concederás porque no tienes nada mejor en que emplear tu dinero que en destruir a ese hijo de la gran puta. ¿O no?

—Desde luego. ¿Qué necesitas?

—Copia de los archivos de la policía referentes a todos los casos de niñas desaparecidas en Madrid y sus alrededores en los últimos diez años.

—Se hará lo que se pueda. ¿Algo más?

—Ponerme en contacto con alguno de los miembros de esa Brigada Tecnológica con el fin de que me explique con mayor detalle cómo funcionan las redes ultrasecretas en los IRC e ICQ de internet.

—De acuerdo. Pero a cambio necesito que me permitas que le explique a María Luisa lo que está sucediendo. Como comprenderás no puedo meterme en un tema tan delicado y de tanta envergadura sin que mi mujer tenga una clara idea sobre de qué se trata.

—¿Qué clase de «idea»?

—La verdad.

—¿Toda la verdad...? —me escandalicé—. Siempre hemos procurado que ignore que me relaciono con los muertos, y sin conocer ese «pequeño detalle» resulta imposible que entienda a qué viene ahora todo esto.

—Creo que ha llegado el momento de que lo sepa, porque lo cierto es que con frecuencia me hace preguntas difíciles de contestar sobre detalles del accidente del tren que nunca tuvo muy claras, aparte de que no me gusta ocultarle nada.

Lancé un sonoro resoplido porque aquello venía a complicar las cosas; y pese a que entendiera sus razones, lo cierto es que no me apetecía que alguien más se convirtiera en coparticipe de mis secretos.

María Luisa Molina, una de las mujeres más hermosas y fascinantes que he conocido y de la que admito que estuve enamoriscado durante cierto tiempo, había sido la amante apasionada y fiel de una de las víctimas del accidente de tren, y a mi modo de ver aún se encontraba en cierto modo obsesionada por el recuerdo de su adorado y malogrado Alejandro.

Tras un largo período de lo que me constaba que había sido atroz sufrimiento a causa de la desaparición de un hombre al que idolatraba, había encontrado la estabilidad y una cierta paz espiritual junto a Bartolomé Cisneros, por lo que revelarle ahora, tanto tiempo después, que yo había mantenido una relación casi diaria con un Alejandro ya muerto, podría contribuir a reabrir unas heridas que en mi opinión nunca habían cicatrizado por completo.

—Corres un gran riesgo...

—Lo sé.

—¿Y qué necesidad tienes de poner en peligro una relación que funciona a la perfección?

—Ninguna. Pero como ya te he dicho, no quiero ocultarle nada, aunque en realidad existe otra razón mucho más importante.

—¿Y es?

—Que me he dado cuenta de que desde que me confesaste cuál era tu relación con los difuntos, el modo tan natural con que hablas con ellos, y cuánto has aprendido sobre lo que nos espera en el más allá, he perdido el miedo a la muerte.