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Visualizó la caverna, el arte maya decoraba las paredes, historias de vidas largamente desparecidas, un mundo en el pasado distante donde la luna y las estrellas estaban cerca y los jaguares caminaban erectos por la noche, hombres a respetar y reverenciar, no a rehuir y despreciar. Un tiempo mucho más feliz. No podía imaginarse a sí misma con un vestido, una vestimenta suave y femenina como las que llevaba Juliette, pero desde luego tendría tan buen aspecto como pudiera. Su top favorito, suave y ajustado, que algunas veces la hacía sentir un poco tonta. Nunca lo llevaba en público, ni siquiera con sus primas, pero cuando quería sentirse femenina y tal vez un poco guapa, se lo ponía… sólo un momento.

Por supuesto llevaba vaqueros, nunca una falda, porque él vería las cicatrices que recorrían sus piernas. Sabía que no le importaría, pero quería tener el mejor aspecto posible. Había considerado probar con pendientes, y una vez MaryAnn, una mujer a la que conocía y admiraba, le había pintado las uñas, lo cual por alguna extraña razón la hizo sentir más femenina, aunque también estaba demasiado avergonzada para intentar conjurar ese detalle en sus sueños.

Se sentó junto al fuego, descalza, con el mejor aspecto que podía y el corazón palpitando, esperando por él. En realidad era tonto invertir tanto en un hombre que no era real, pero no tenía nada más. Se pasó una mano por la espesa melena. Era más del color de las manchas oscuras del pelaje del jaguar que del leonado dorado de su pellejo. Casi una marta, era casi inmanejable la forma en que crecía.

No había mucho tiempo disponible. Era imposible seguir luchando y no acabar muerta. Unos pocos centímetros más y su última herida la habría matado. Y vivir en el campamento jaguar era mucho peor que morir. Si tenían éxito en sus intentos de capturarla -y sabían de ella ahora y la buscaban activamente- encontraría una forma de acabar con su propia vida.

No digas eso. Ni siquiera lo pienses. Yo acudiría a ti. Te sostendría. Y encontraría una forma de liberarte.

El jaguar cerró los ojos más fuerte, como si así pudiera retenerlo con ella. Lo vio venir hacia ella, emergiendo de las sombras lanzadas por los bordes del fuego. Adoraba la forma en que se movía, esa confianza tranquila, esas largas zancadas. Siempre era así, tan confiado en sí mismo que nunca alzaba la voz o parecía estar molesto, hasta cuando la reprendía por su cobardía.

Cobardía no, objetó él, fluyendo a través de la habitación con su gracia acostumbrada hasta que se irguió ante ella, elevándose sobre ella, haciéndola sentir pequeña y femenina en vez de una amazona. Ella no era alta de todos modos; era compacta, pero desde luego no esbelta como dictaba la moda. Era extraño tener una confianza en sí misma tan completa y absoluta como guerrera, y ninguna como mujer.

Estás cansada, csitri, eso es todo. Ven a tenderte en mis brazos y déjame abrazarte mientras descansas. Pero primero, debo ver tu herida.

Con frecuencia la llamaba su csitri, su lengua acarició la palabra. No tenía ni idea de lo que significaba, pero esa simple palabra hacía que un enjambre de mariposas volara en su estómago. Levantó la mirada hacia él, temiendo moverse o parpadear, aterrada de que pudiera desaparecer, de que su sueño perfecto se hiciera añicos. No quería que él viera su herida. En su sueño se suponía que no tenía heridas. Siempre había sido capaz de controlar su sueño, pero últimamente la realidad se arrastraba hasta ellos cada vez un poco más.

Él le aferró la barbilla con la mano y le giró la cara hacia la luz del fuego oscilante, con un pequeño ceño acomodado en su cara inexorable. Tu cara está magullada.

Esas magulladuras no deberían haber estado allí. ¿Qué pasaba que ya no podía mantener sus heridas fuera de sus sueños? ¿Tan cansada estaba? Leyendo sus pensamientos, como hacía siempre, su guerrero le apartó el cabello de la cara con dedos gentiles.

Nunca pronuncias mi nombre. Incluso mientras empujaba las palabras a su mente, movía los dedos sobre las magulladuras.

Al instante Solange sintió que el dolor en su cara magullada decrecía. Dudó. ¿Cómo explicarlo sin herir sus sentimientos? Esto es un sueño. Yo te he imaginado. No tengo un nombre para ti que sienta correcto.

Él le sonrió, con los ojos muy, muy azules. ¿Alguna vez has considerado que tal vez yo te inventara a ti? ¿Que tú eres mi sueño?

Le encantaría ser el sueño de alguien, pero dudaba seriamente que alguna vez fuera así. En la vida real era abrasiva, era su única protección cuando siempre sentía tanto. Algunas veces parecía ir por ahí con el corazón destrozado todo el tiempo. De algún modo creo que alguien como tú habría inventado un sueño mejor.

¿Alguien como yo? Soy un guerrero que ha pasado mil años buscando a su compañera. No sé quién es ella exactamente y qué cualidades tiene.

Solange suspiró. Esta conversación se acercaba demasiado a tener que admitir sus defectos. No quería recordarle en absoluto las veces en que había lloriqueado por estar sola, tener miedo y estar cansada. Te hice Carpato. No fue mi intención, sabes. Respeto a los maridos de Juliette y MaryAnn.

Compañeros, corrigió él amablemente. Cuando nos unimos alma con alma nos llamamos compañeros. Ese vínculo va de una vida a la siguiente.

Ella le sonrió y se dejó caer sentada junto al fuego. Él llenaba la caverna con su fuerza masculina. Es un concepto hermoso. Juliette es muy feliz con Riordan, su compañero. Es mandón, pero en realidad, tras observarles, pude ver que haría cualquier cosa por hacerla feliz.

Como haría yo por ti. He esperado demasiados años, csitri, y mi tiempo en esta tierra se dirige a su final. He ingerido sangre de vampiro con la esperanza de internarme en el campamento de nuestro mayor enemigo y espiarles. Seré incapaz de acudir a ti. La sangre ya me está consumiendo, tal vez más rápido de lo que yo creía posible. Sólo tendré unos pocos alzamientos para completar mi tarea antes de que deba buscar el amanecer, o perecer luchando. No pude encontrarte en esta vida, pero espero que sí en la siguiente.

Su corazón casi dejó de latir. El pánico estalló. Un pánico en toda la extensión de la palabra. Los sueños no terminaban así. Las pesadilla sí. Él no era real, pero era la única realidad para ella cuando la vida se cerraba y no tenía ningún otro sitio adónde ir. Se había enamorado de él, por estúpido que sonara. Este hombre con sus cicatrices de guerrero, la cara de un ángel y un demonio, todo en uno, este hombre con el alma de un poeta.

No. Me niego a dejarte marchar. No lo haré. Eres todo lo que tengo. No puedes dejarme sola.

Él le tocó el cabello, frotando las hebras sedosas entre los dedos. Créeme, pequeña, preferiría quedarme contigo en nuestro mundo de ensueño. Tantas veces me has ayudado a superar momentos que encontré no poco preocupantes. Pero tengo un deber para con mi gente.

La garganta se le cerró con lágrimas inesperadas. Si soy la compañera de la que hablas, ¿tu primer deber no es conmigo?

La sonrisa de él era triste. Si hubieras sido mi auténtica compañera, al oír tu voz me habrías restaurado los colores y emociones.

Te sientes triste. Puedo verlo en tus ojos y oírlo en tu voz.