Simplemente un truco, csitri. Deseo esas emociones y las saco de recuerdos. Tú me has sostenido estos pocos últimos años, y te lo agradezco.
¡No! Me niego a rendirme contigo. Era egoísta por su parte. Él tenía derecho a su nobleza y sacrificio. ¿No había ella sacrificado su vida entera por las mujeres de su especie? Pero entregarlo a los vampiros…
En su desesperación, sin pensar realmente en su decisión, Solange cambió, justo allí en la bifurcación del árbol Kapok, y, aferrándose a la rama, gritó al único hombre que le importaba. Solange Sangria, la mujer que nunca había necesitado… o deseado… a ningún hombre. De sangre real, poderosa por derecho propio. Una guerrera renombrada y temida.
En su forma humana, con su propia voz, nacida de la desesperación y la necesidad, aterrada porque su amante de ensueño pudiera ser real y fuera a ponerse en peligro para sacrificar su vida por su gente, alzó la voz a los cielos, permitiendo que estos la llevaran a lo alto y lo ancho. Se humilló ante los moradores del bosque para salvarlo… para salvarse a sí misma.
– ¡No me dejes! -El grito fue arrancado de su garganta, de su alma, su angustia se derramó como la sangre de su familia sobre el suelo donde todos a los que amaba habían sido asesinados y donde se había quedado sola… la última esperanza de justicia para las mujeres y niños de su especie.
El sonido de su voz espantó a los pájaros de la canopia y se extendió a través del bosque como el viento, llenando el espacio vacío, su pena era tan aguda que los mismos árboles se estremecieron y los animales lloraron con la lluvia.
Capítulo 3
Pero entonces más allá de toda esperanza, entraste en mi sueño…
Ojos encendidos como los de un gato, pero la necesidad aguda de una niña.
Tu leal corazón guerrero. Tu angustia, "No me dejes".
Tu cabeza en mi regazo: ¡Csitri! Fuerte y salvaje.
De Dominic para Solange
Los pájaros se quedaron en silencio. Los monos suspendieron cualquier sonido. Incluso los insectos contuvieron el aliento. Todo en el bosque se quedó inmóvil. El color estalló tras los ojos de Dominic, cegándolo incluso dentro del cuerpo del águila, de forma que por un momento todo lo que pudo ver fueron colores vívidos y agudos, cada tono de verdes, rojos y violetas deslumbrantes, las flores en los árboles estaban empapadas de agua y brillantes más allá de toda imaginación. Su estómago se tensó y se quedó rígido, la náusea afloró como una ola gigantesca, los colores eran tan brillantes que golpearon su mente tras siglos de ver en tonos de gris.
Pensó que el águila sería una protección, pero los colores salían de todas partes, no había forma de dispersarlos tras los ojos del pájaro, le golpeaban, llenando su mente, abrumándolo con variados tonos de brillo. Los guacamayos se posaban en las ramas, mirándolo con curiosidad mientras él navegaba hasta el suelo y cambiaba a su propia forma. Dominic se tambaleó, presionándose una mano contra el estómago revuelto y levantando la otra para protegerse los ojos. No había forma de detener los colores… era como si una represa hubiera estallado en su cerebro y cada tono y tinte concebible, cada matiz, se mezclara y luchara por la supremacía.
El pesar vivía en él, respiraba en él. Arrepentimiento. Miedo. Sorpresa. Cada emoción que hubiera podido sentir lo golpeaba a cada ola de ataque. Cayó sobre una rodilla, intentando procesar, ordenar lo que sentía y lo que sentía ella, las emociones eran tan abrumadoras que lo dejaban desorientado y vulnerable. Su compañera estaba viva… estaba aquí en alguna parte de esta selva. La mujer de sus sueños, la mujer a la que había cortejado tan lentamente, construyendo la confianza entre ellos, era real, no el mito sin materia que creía que era.
No. Su negación fue baja, su llamada destrozada en respuesta a la de ella.
Esto no podía estar pasando. Ahora no. No después de tantos siglos. No cuando se había rendido y comprometido con una senda que los destruiría a ambos. Ella no podía ser real. Esto no podía estar pasando. Sólo le quedaban días de vida. Si la tocaba, si la reclamaba, los uniría, la condenaría a su destino.
Quedaré destruida si me dejas. La voz de ella llenó su mente, los tonos suaves y tan dolorosamente familiares. ¿Por qué no había considerado el que ella fuera real? La había tenido delante todo el tiempo y no la había reconocido.
Durante mil años caminó por la tierra buscándola. Compañera. Podía saborear la palabra en su boca, sentirla en su alma. Llevaba tanto tiempo solo, recorriendo un sendero honorable, uno que había escogido, pero la había deseado… no, necesitado. La oscuridad llamaba a su alma. Miles de hombres, muchos de sus amigos y parientes, habían encontrado la muerte a sus manos. No había ningún solaz, ningún lugar hacia el que volverse, sólo el recuerdo del honor y la esperanza mortecina de que ella acudiría a él.
¿Cuántas veces había caminado en la noche necesitado? Sálvame. A veces se había creído loco. La soledad persistente, la llamada del mal siempre tirando de él, y la necesidad de sentir algo… cualquier cosa… era tan abrumadora como los años interminables que se extendían en aislamiento implacable.
Te necesito. La angustia en la voz de ella lo desgarró.
¿Qué había hecho? Rendirse. Había perdido toda esperanza y había dado los pasos para abandonar este mundo mientras su honor todavía estuviera intacto. La decisión había estado arrellanada en la nobleza, una forma apropiada para que un Buscador de Dragones abandonara su existencia, pero aún así un acto de cobardía. Había llegado a un punto donde sabía que estaba demasiado cerca de la oscuridad, la necesidad de sentir era tan fuerte que había arraigado en su fuerte linaje. No quería arriesgarse a ser el primer Buscador de Dragones en sucumbir a la llamada del vampiro. Se había negado a arriesgarse a entregar su alma, y siendo así, cuando el riesgo se había vuelto agudo y agonizante, tomó la decisión de terminar con sus días.
Quédate. Quédate conmigo. La angustia de ella le arañaba.
¿Cómo decirle que era demasiado tarde? Se cubrió la cara con la mano, llorando lágrimas de sangre. Su decisión de ingerir la sangre del vampiro y terminar con su vida le había costado el último jirón de su sueño. Peor aún, le había costado a ella. Su mujer. Su mujer tan fuerte, pero tan frágil. ¿Qué había hecho? La había traicionado como habían hecho todos los demás machos en su vida.
La conocía… conocía sus miedos más íntimos. Sus pensamientos. Ella se los había contado, pero él no había escuchado, no como un compañero. Debería haberlo sabido, pero se había rendido, desesperado volvió la espalda a la persona más importante de su vida.
No fue ninguna traición.
La resignación matizaba el tono de ella. Aceptación. Eso dolió casi tanto como saber que se había rendido de intentar encontrarla. En el momento en que tuvo el primer sueño extraño, un sueño despierto, debería haber renovado sus esfuerzos por encontrarla. Al contrario que los Carpatos más jóvenes, él había oído las extrañas historias que algunos de los mayores contaban sobre cómo la llamada de las compañeras podía oírse a través de grandes distancias y podía manifestarse en gran variedad de modos extraños. Había caído en la misma trampa que tantos de los suyos sin comprenderlo. Había perdido la esperanza, y eso lo había dejado abierto y vulnerable a la tentación del vampiro. Ella no lo llamaba traición, pero para él, un hombre de honor, cuando el honor era todo lo que tenía, era el peor pecado que podía haber cometido.