Un mono gritó y saltó de las ramas más altas a las del siguiente árbol como si quemara. Varios pájaros alzaron el vuelo y una serpiente alzó la cabeza, con la lengua horquillada extendiéndose hacia la savia oscura y rezumante. Ranas y lagartos abandonaron las ramas y los insectos llevaron a cabo un éxodo masivo.
Zacarías se acercó fluyendo sobre la tierra, moviéndose rápido, buscando el árbol justo cuando el enorme tronco se abrió y expelió a la horrenda criatura que lo envenenaba. Al instante el hedor a huevos podridos se mezcló con la carne en descomposición arrojada al aire inmóvil. Flotó sobre los árboles circundantes y los arbustos se marchitaron. Las flores cerraron sus pétalos y se encogieron lejos de la abominación.
– Drago, viejo amigo. Veo que has venido a visitarme -dijo Zacarías gentilmente-. Hace mucho que te emití una invitación, pero te negaste. Qué bien que finalmente hayas optado por la justicia. Bastante retrasada.
Drago gruñó, retirando los labios en una mueca que reveló unos dientes horrendos, puntiagudos y negros, manchados con la sangre de las muchas vidas que había tomado. Acariciaba el aire bajo su mano, como si acariciara a una criatura invisible, cada toque era preciso.
– Estúpidos advenedizos. Están tan ocupados luchando por un pedazo de comida, que no reparan en el premio que tienen ante ellos. -Cuando habló, Drago gruñó cada palabra, tan precisas como los movimientos de su mano.
– Pero tú sí -dijo Zacarías amablemente. Sus ojos fríos continuaban barriendo los alrededores. Drago nunca se enfrentaría a él tan tranquilamente a menos que pensara que tenía ventaja.
Tras él, Dominic era muy consciente del segundo vampiro en escena, pero a su alrededor brotaban tentáculos corriendo por el suelo del bosque, buscando una presa. Alejó al vampiro de un empujón, dándole la vuelta y metiéndole la cara podrida en la tierra entre los tentáculos, incluso mientras su puño empujaba a través de la masa de parásitos que se retorcían para llegar al corazón.
Los tentáculos rodearon inmediatamente el cuello y el cráneo del vampiro, pero tiraron de sus piernas y brazos en un intento de arrastrarle bajo tierra. Las puntas de los dedos de Dominic alcanzaron el corazón frío y marchito. El no-muerto chilló y redobló sus esfuerzos para apartar a Dominic. El silencio absoluto del cazador era enervante. El vampiro no tenía ni idea de si Dominic era uno de sus colegas reclutados por el maestro, como indicaban los parásitos en su sangre, o si era un cazador muy hábil, como indicaba su orden de antes. Dominic había invocado el nombre del Príncipe, algo que ningún vampiro haría jamás.
Los dedos de Dominic se enterraron alrededor del órgano ennegrecido, sintiendo cómo más parásitos se retorcían contra su palma mientras encerraba el premio en su puño y comenzaba a extraerlo del cuerpo del vampiro. Los tentáculos luchaban con él por la posesión. En lo alto, el relámpago se horquilló con presteza. El trueno resonó amenazadoramente. El sonido fue horrendo, la succión de la sangre ácida del no-muerto que intentaba retener desesperadamente el corazón, el chillido agudo del vampiro y el gemido del los parásitos que salpicaban fuera del cuerpo, abandonando a su anfitrión.
Los tentáculos tiraban frenéticamente del no-muerto en un esfuerzo por arrastrarlo bajo tierra, fuera del alcance de Dominic, pero Dominic se alzó con el corazón en el puño, goteando parásitos y ácido en la tierra mientras saltaba lejos, llamando al relámpago. El rayo golpeó el cuerpo antes de que los tentáculos pudieran salvarlo. Tiró el corazón a la llama de un blanco ardiente y dirigió la energía por la tierra ennegrecida hasta que cada tentáculo y cada parásito estuvieron incinerados. La mano y el brazo le ardían, la carne casi había sido comida hasta el hueso. Se enjuagó la carne en los bordes de la luz para eliminar la sangre y matar a cualquier parásito remanente que pudiera haber quedado sobre su piel.
Profundamente dentro de su cuerpo, en las venas y órganos, los parásitos se apresuraron a ocultarse del calor cegador, proporcionándole, por un momento, un alivio temporal de la tortura agonizante y constante. Ni una vez permitió que su apariencia pasara de su personaje de vampiro a la del cazador Carpato. Sólo cuando terminó levantó la mirada para encontrarse con los ojos de Drago. Él gruñó, retirando los labios para revelar dientes manchados de sangre y serrados, su gruñido de desafío.
– Es con mi comida con la que estás jugando -exclamó y avanzó a zancadas entre los árboles para poner su cuerpo entre Zacarías y la nueva amenaza.
Sabe quién soy, advirtió Zacarías. Nunca me habría desafiado abiertamente si no tuviera alguna sorpresita asquerosa en la manga.
– No tienes ni idea de quién es éste -gruñó Drago-. Es un premio más allá de toda comparación.
– Te recuerdo de los viejos tiempos -aguijoneó Dominic-. Drago, un cobarde llorón y quejica. Siempre desapareciendo en la batalla.
Drago sonrió burlonamente.
– Me las arreglaba para vivir otro día mientras tantos otros caían.
Dominic estudió a su enemigo. La mano de Drago continuaba con esas caricias precisas, bajando lentamente cerca de su cadera, como si estuviera acariciando a un perro. Su tono tenía una cadencia extraña, cada palabra separada, casi como si puntuara cada una con una parada después de pronunciarla. Dominic había visto muchas trampas en sus siglos de luchar con el vampiro, pero aquí estaba en un territorio nuevo.
Dio otro paso más cerca del no-muerto en un esfuerzo por ponerse en una posición donde cerrar rápidamente la brecha y terminar con el vampiro antes de que la trampa se accionara.
Drago sacudió la cabeza.
– Eres uno de nosotros, jurado ante los cinco maestros. Éste es Zacarías De La Cruz, enemigo jurado de nuestros líderes. Lo querrán vivo.
Dominic se encogió de hombros.
– No puedes atribuirte el mérito habiéndolo encontrado yo.
Zacarías flexionó los hombros, evaluándolos a ambos con ojos fríos.
– No he sido capturado aún, ni creo que ninguno de los dos tenga la habilidad para derrotarme en la batalla, solos o en equipo, pero bienvenidos sois a intentarlo.
Dominic resopló burlón.
– Cazador, quédate quieto mientras me ocupo de este estúpido. -Permitió que su mirada recorriera el bosque circunstante, prestando atención a los árboles más cercanos.
Drago había viajado evidentemente a través de la tierra y entrado en la higuera por las raíces, emergiendo del tronco cuando lo creyó seguro. Si viajaba con otros… y por su confianza, Dominic estaba seguro de que así era… podían estar utilizando los árboles como escondite.
Mantente lejos de los árboles, advirtió Zacarías.
Zacarías debía haber tenido la misma idea, porque ya estaba cambiando de posición, intentando asegurar un punto desde donde pudiera mantener un ojo en los árboles de alrededor. Dominic agradecía tener al cazador cubriéndole la espalda. Podían parecer depredador y presa, pero habían luchado juntos muchas veces en el pasado, en los viejos tiempos, cazando al vampiro y a los enemigos de humanos y Carpatos por igual. No había ningún otro al que hubiera escogido como compañero en la lucha.
Los dedos de Drago se alzaron y cayeron sobre su compañero invisible.
– Éste cazador será entregado a los maestros.
Dominic arriesgó una mirada a Zacarías. Era en cada centímetro un cazador Carpato, hombros amplios, largo cabello fluido y ojos fríos bajo el fuego, aunque minutos antes había sido un anciano encorvado, toqueteando sus cámaras en los árboles. ¿Cómo supo quién eras? El disfraz de Zacarías no había tenido ningún fallo.
No tengo ni idea.
– Yo soy un maestro -gruñó Dominic, manteniéndose en el papel de fanfarrón y matón, como tantos de los no-muertos-. Tú no puedes decirme lo que debo hacer con mi presa. Lárgate o encontrarás el mismo destino que ese tonto que me desafió.