Drago gruñó, pero cedió cuando Demyan le lanzó una fría mirada.
– No he oído la noticia de que uno de los Buscadores de Dragones se hubiera unido a nuestras filas y eso sería una gran noticia, pero tu sangre llama a la mía.
Dominic le envió una sonrisa enigmática.
– Puedo caminar entre los Carpatos, sin temor a sus sospechas. Es útil, aunque a veces tedioso. Éste -indicó a Zacarías, con un gesto indolente- reconoció mis intenciones antes de que pudiera matarlo. -Inhaló profundamente, aspiró el tentador aroma de la poderosa sangre en sus pulmones, y lanzó a Zacarías una sonrisa satisfecha, permitiéndose, sólo por un pocos segundos, mostrar en sus ojos el resplandor rojo rubí cuando se volvió de nuevo hacia Demyan-. Su sangre es… poderosa.
Por un momento Demyan perdió su compostura, el atractivo de la sangre antigua era una tentación que estaba más allá de su control. La piel se estiró y crispó, y luego se dividió en partes, dejando ver una masa de gusanos que se retorcían. Sus labios se afinaron y se retrajeron para revelar unos dientes puntiagudos, horribles agujas ennegrecidas encerradas en una boca abierta y hundida. El cráneo hundido, a los huesos se pegaba a la poca carne, al igual que el deformado, retorcido y ennegrecido corazón. El maestro vampiro olfateó el aire, un perro de caza desesperado por la sangre antigua rica y poderosa.
Los vampiros menores reaccionaron, salivando, siseando, acercándose a Zacarías. Dominic levantó las manos hacia el cielo y se calmaron de inmediato.
– No entiendes -dijo Demyan, su voz era ronca ahora, pero se las arregló para recuperar su compostura, la ilusión de belleza regresó a él-. Éste debe ser llevado al laboratorio. Puedes usarlo tantas veces como desees para tu sustento, pero no puedes matarlo.
Dominic dejo caer las manos a los costados poco a poco, como si el maestro vampiro le estuviera arrullando con su voz.
– Lo puedo usar aquí sin compartirlo -señaló Dominic.
Se deslizó un pequeño paso más cerca de Demyan, Zacarías se movía con él para que la acción fuese tan sutil que aquellos que los rodeaban no lo percibieran.
– Es el enemigo más odiado de nuestros líderes. Se nos premiará a todos en gran medida por su captura.
– Quieres decir que soy el más temido. -Por primera vez habló Zacarías, con un látigo de desprecio-. Me teme, todos lo hacen. -Hizo una pausa-. Justo como deben.
Demyan siseó.
– Tú eres alimento para los cinco. Te arrastrarás ante ellos.
Los ojos de Zacarías estaban muy negros.
– Creo que ya no son cinco. Un par de ellos buscaron y encontraron la justicia.
– ¿Piensas que puedes burlarte de ellos? ¿Que puedes insultarlos? Vas a sufrir mucho antes de que te permitan morir.
Zacarías extendió los brazos.
– Han enviado a muchos tras de mí, siglo tras siglo he sido cazado, y todavía estoy vivo.
– Yo soy el que engañó a Zacarías. -Declaró Dominic su propiedad-. Nadie más.
– Buscador de Dragones. -Zacarías escupió su disgusto-. No tienes derecho a usar ese título. Lo deshonras. Te kalma, te jama ni?kval, te apitäsz arwa-arvo. No eres más que un cadáver ambulante con larvas infectadas, sin honor. -Inclinó la cabeza hacia Dominic regiamente-. Sé que buscas la justicia que te mereces y una vez que estos gusanos con los que viajas se hayan ido, terminaremos nuestro pequeño baile.
Drago no pudo contenerse. Voló hacia Zacarías con los dientes expuestos, gruñendo y escupiendo. Tanto Demyan como Dominic se giraron hacia él, levantando una mano. El vampiro menor se estrelló contra una barrera invisible y salió disparado hacia atrás.
Dominic emitió una risa corta, sin humor.
– Veo que tu mascota necesita un poco más de entrenamiento, Demyan. No obedece todas tus órdenes.
Demyan se encogió de hombros.
– Es difícil conseguir ayuda decente en estos días. Creen que saben más de lo que saben. No tengo paciencia para enseñarles cómo matar a un cazador.
– ¿Por qué molestarse? No necesitas a alguien como éste -Dominic hizo un gesto hacia Drago, con evidente desprecio.
Demyan, como la mayoría de los vampiros, se regodeo con la alabanza.
– Son útiles, como averiguarás. Estás acostumbrado a trabajar solo, pero descubrirás que tener gusanos para servirte tiene sus ventajas, sobre todo en una posición como la mía. Únete a nosotros.
– Sí, hän ku lejkka wäke-sarnat, traidor, mentiroso. Arrástrate hacia tu nuevo amo -instó Zacarías.
Demyan se volvió hacia él.
– Puedes cacarear todo lo que quieras pero tu sangre pronto alimentará a nuestras filas.
Dominic carraspeó.
– Un pequeño detalle, Demyan. -Esperó hasta que el maestro vampiro se volvió hacia él-. Su sangre me pertenece a mí, y yo nunca he creído en compartir… -Sonrió y se produjo un claro desafío en su sonrisa.
Solange se empujó sobre las manos y las rodillas y miró cuidadosamente alrededor. Inhaló el olor de los dos hombres-jaguar. Quería recordarlos para poder reconocerlos en cualquier lugar, para recordar a los hombres responsables de robar la luz de los ojos de su amada prima.
Reunió toda la fuerza que pudo, se arrastró a lo largo del tronco hacia la orilla y se dejó caer al suelo, en el fango y la hierba. Jaulas de raíces gigantes hacían que la selva tuviera un aspecto extraño, oscuro y misterioso, donde las criaturas podían mirarla con ojos llenos de miedo o hambre. Se puso de pie y se cayó dos veces, así que se arrastró más profundamente en el bosque. Podía cambiar, pero tenía tantas lesiones, que dudaba que el jaguar fuera mejor que su forma humana.
Usó una liana para levantarse otra vez, y tambaleándose, se dirigió en dirección a las cinco pequeñas cuevas de pierda caliza. Cada una de ellas parecía ser de una única pequeña cámara, pero había descubierto años antes, en una de ellas, una entrada que llevaba a una red de cavernas más profundas bajo tierra. Más de una vez se había retirado a ellas cuando necesitaba sanar las heridas y estar a salvo. Nunca se le ocurría acudir a sus primas, o a cualquier otra persona. Estaba herida y vulnerable. Nunca correría el riesgo de guiar a un enemigo a las puertas de su familia. Eso simplemente no estaba en su código.
Envolvió los brazos alrededor de su cintura y continuó el viaje. Era peligroso moverse a través de la selva tropical de noche, sangrando por una media docena de heridas, pero no se atrevió a tratar de examinar su cuerpo. Ardía con cada paso y sabía por experiencia cuánto daño podían hacer las garras y los dientes, pero por regla general se curaba rápidamente. Brodrick podría haberla matado, pero no lo había hecho. Estaba enojado, pero quería su sangre real y su capacidad de cambiar de forma. Era tan depravado como para pensar que podría darle un hijo real.
Se pasó la mano por el cabello enmarañado y desaliñado. Se lo cortaba frecuentemente cuando estaba fuera de control. Su cabello era espeso como lo era el de la mayoría de la gente-jaguar, y crecía rápidamente. Cuanto más se lo cortaba, más rápido parecía crecer. El color era negro como la noche, al igual que el pelaje de su jaguar, con unas pocas vetas doradas. Si hubiera alguna característica que pudiera ser considerada hermosa en ella, habría sido el cabello. Ahora no tanto.
Sus ojos de gata le permitían ver el camino en la oscuridad a través de los árboles y arbustos, el bosque de helechos gigantes y la maraña de raíces que serpenteaba por el suelo. Se limitaba a poner un pie delante del otro. Había estado aquí antes, herida, dolida, cansada y lo estaría de nuevo. A veces, como esta noche, no había victoria para nadie. Annabelle había muerto, no volvería a casa con su marido. Probablemente ni siquiera sabía por qué esos hombres la habían secuestrado de su casa en Francia.
Solange cerró los ojos brevemente y luego los abrió de golpe, inhalando profundamente, consciente del silencio de los insectos. El zumbido era continuo por regla general, un ruido de fondo que nunca cesaba, sin embargo, esta parte del bosque estaba anormalmente silencioso. Algo peligroso se escondía aquí. Algo no natural. No era un jaguar. Ningún depredador que caminara por la noche y fuera familiar para los habitantes de la selva tropical. El peligro tenía que ser el no-muerto.