Se fundió en los árboles, con el cuerpo cerca del tronco. Buscó a su jaguar para comprobar la noche. Su corazón comenzó a latir con fuerza. No uno, sino varios, justo delante. Sintió la reacción familiar y muy extraña en sus venas. La adrenalina corrió por su cuerpo. Se giró para alejarse lentamente y captó un olor familiar.
De La Cruz.
Reconocería ese olor en cualquier lugar. Juliette lo llevaba encima, al igual que Mary Ann. Maldijo en voz baja. Estaba exhausta, pero él era de la familia y la familia era sagrada. Trató de despejar su cerebro y pensar con claridad. En este momento estaba débil, desvalida no podía entrar en batalla contra los vampiros sin un plan o la cabeza despejada. En algún lugar cerca de ella había un escondrijo, pero… Se dio la vuelta en todas direcciones, tratando de sacudirse el cansancio en preparación para la batalla.
Los vampiros eran difíciles de matar. Podía arrancarles el corazón como jaguar, pero no podía incinerarlos. Los no-muertos tenían sus armas especiales. Riordan y Manolito habían trabajado con ella, perfeccionando sus habilidades, y tenía que admitirlo, proponiendo armas especializadas que le dieran alguna ventaja, justo lo que necesitaba en estos momentos. Eran criaturas monstruosas.
Se dirigió unos metros al norte, trotando, ignorando el dolor de su cuerpo. Nada importaba sino proporcionar ayuda a cualquier hermano que estuviera en problemas. Encontró su escondrijo justo al lado de la senda que conducía a la primera cueva de piedra caliza. Nunca entraría dentro de una de las cueva, siendo consciente de que los vampiros y los Carpatos iban bajo tierra para descansar. Sacó las armas que necesitaba, masticó varias hojas que ayudarían a aliviar el dolor y el ardor de su cuerpo pero que no nublarían su mente, y corrió hacia el campo de batalla.
Entró a favor del viento, atrayendo la fuerza de su jaguar cuando se temía no poder seguir adelante. Cuando sintió las piernas demasiado parecidas a goma para sostenerla, se tumbó boca abajo y se deslizó a través de la vegetación, ignorando el enjambre de insectos atraídos por sus heridas. Usando los dedos y los codos, se acercó un poco más al grupo de hombres que se reunían bajo los árboles.
Podía oír el gemido de los árboles y el gemido de la hierba mientras los no muertos pisoteaban los helechos y la maleza, aplastando flores y hojas, envenenando todo lo que tocaban. El hermano De La Cruz era fácilmente reconocible. Todos tenían ese sello impresionante de autoridad absoluta, hombros anchos y rostro apuesto. Éste tenía que ser el escurridizo Zacarías, el mayor de los cinco hermanos. Había visto una vez a Nicolás, y conocía a Riordan, Rafael y Manolito. Zacarías parecía tranquilo y confiado, en lo más mínimo preocupado por estar rodeado de vampiros.
Se quedó sin aliento cuando el hombre que estaba delante de él se giró ligeramente y lo vislumbró. Su Carpato, el hombre de sus sueños. No tenía cicatrices, pero era sin duda el que venía a ella en sus peores momentos. El único ante el que ella feliz y estúpidamente se había desahogado y derramado sus lágrimas como un bebé quejica. Era aún más guapo en la vida real de lo que lo era en su imaginación, lo cual hacía peor que le hubiera contado sus más oscuros secretos.
Dejó salir su respiración lentamente, maldiciéndose a sí misma por reaccionar como una mujer en lugar de como una guerrera. Él no necesitaba una mujer ahora, necesitaba sus habilidades de lucha y eso era lo que podía darle. Ese podría ser el único regalo que jamás tendría para él, pero lucharía con cada aliento de su cuerpo para salvarlo del círculo de carne podrida que lo rodeaba.
Se acercó más, y se detuvo bruscamente cuando captó el destello de los ojos del alto Carpato. Su mirada se deslizó sobre ella, sabía que estaba allí. Estaba segura de que él lo sabía. Él dio una pequeña sacudida con la cabeza, la cual Solange tenía toda la intención de ignorar. Zacarías miró en su dirección y sintió el peso de su desaprobación. Eso aligeró considerablemente su estado de ánimo. Él siempre la había desaprobado, y esa constante en su vida le dio un nuevo impulso de energía. Realmente encontraba un placer secreto en molestar a los hombres autoritarios.
Apartó esos pensamientos tan satisfactorios y utilizó sus últimas reservas de fuerza.
Dominic sintió el repentino cambio en su sangre, todo quedó en silencio e inmóvil. Los parásitos habían estado frenéticos, tratando de matarlo de adentro hacia afuera, pero ahora se retiraban como si de un enemigo mortal se tratara. Cada terminación nerviosa de su cuerpo se puso en alerta. Olfateó el aire, pero no había ningún olor delator. Eso no importaba. Lo sabía. Su compañera estaba cerca. Demasiado cerca.
Zacarías levantó repentinamente la cabeza en alerta, su mirada oscura barrió el bosque de los alrededores antes de tocar la cara de Dominic.
Tenemos compañía.
El poder estalló a su alrededor mientras Demyan mantenía a los vampiros menores bajo control. No tenían forma de saber que los Carpatos se esabantcomunicando.
Mi compañera.
Avísala.
Dominic nunca cambió de expresión. Solamente miró a Zacarías, manteniendo su atención dirigida hacia Demyan. Nunca abandonarías a tu compañera, Zacarías, no en un combate. No eres capaz de eso, ni ella tampoco.
Es una mujer.
Es mi mujer y es una guerrera como conviene a mis necesidades.
Zacarías emitió un sólo sonido que significaba muchas cosas. Indignación. Desaprobación. Desacuerdo. Solange estaba bajo su protección, pero los compañeros tenían prioridad sobre todo lo demás. En todo caso, conocía a la mujer por su reputación. Era tan terca como una mula.
¿Y qué pasa si la matan? Te suicidarás.
Estoy en una misión suicida, respondió Dominic. Ya estoy muerto.
Zacarías suspiró. Que así sea, viejo amigo.
Los vampiros menores oscilaron, los pies se movieron en una pauta muy similar al redoble de un ritual ceremonial. El poder crujió en el aire. El trueno retumbó a lo lejos. Un látigo de relámpago resplandeció en lo alto.
– Veo que empiezas a impacientarte, Demyan -dijo Dominic.
– No estoy acostumbrado a la interferencia -espetó.
Sabía al igual que Dominic que la demora sólo le hacía parecer débil ante los ojos de sus seguidores, pero era reacio a atacar a un Buscador de Dragones.
– Nunca he conocido a nadie lo bastante estúpido para interponerse entre yo y lo que es claramente mío.
– ¿Piensas detenernos y evitar que llevemos a este traidor ante los maestros? -gruñó Demyan.
Una vez más sus labios retrocedieron y los dientes ennegrecidos y puntiagudos fueron una burla contra su imagen hermosa.
Horrorosos gruñidos y murmullos de protesta provinieron de los cuatro vampiros menores. Se separaron, apostándose en un semicírculo flojo alrededor de Dominic. Los insectos se arremolinaron sobre los troncos de los árboles y sobre los troncos caídos. Los murciélagos se zambulleron y giraron en el aire por encima de ellos. Una serpiente resbaló por la rama del árbol más cercano y brillantes ranas diminutas miraron fijamente con oscuros ojos redondos. Demyan había formado a su ejército.
Dominic se alejó un poco de Zacarías para dar al Carpato espacio para luchar. Dominic iría a por Demyan, la mayor amenaza. Tendría que confiar en Zacarías para mantener a los demás lejos de él. No sería fácil, pero podría hacerse.