– Quizá tú llames maestro a otro, Demyan, pero yo no lo haré.
Drago dejó escapar un chillido de indignación.
– Lo ha jurado. Su sangre llama.
– Hago lo que me conviene. No me conviene entregaros mi premio a vosotros y luego ver cómo los tres os alimentáis de lo que me pertenece.
Demyan les recordó deliberadamente que de los cinco hermanos Malinov que habían empezado la campaña para destruir al pueblo Carpato, ahora sólo quedaban vivos tres. Los hermanos de Zacarías habían contribuido en gran parte a destruir a los maestros vampiros.
– El sol está cerca de aparecer y estoy cansado de este pequeño juego. ¿Quién comenzará el baile entonces, Dominic? -preguntó Demyan tranquilamente.
El silencio cayó. El bosque contuvo la respiración. Los vampiros se balancearon de atrás hacia delante.
Solange surgió de las sombras, el arma sujeta hacia abajo, ya apuntada hacia el vampiro vestido a la última moda. Lo había marcado como fácil de matar, y Dios sabía que necesitaba uno fácil.
Dominic no se giró ni la miró. La mirada de Zacarías fue fría, sin reconocimiento. Los vampiros que se balanceaban se pararon durante un momento, murmurando y mostrando dientes negros. La ceja elegante de Demyan se disparó hacia arriba y luego sonrió, una sonrisa afectada, lenta y malvada.
– Me gusta bailar -anunció ella y disparó la flecha directa hacia Jason, el vampiro coloridamente vestido, apuntando al lugar perfecto en el pecho cubierto de seda. La flecha se encendió poco antes de desgarrar la carne para encontrar el corazón reseco, incinerándolo con la llama candente.
Jason no tuvo tiempo de reaccionar, ningún tiempo de chillar ni vengarse. Implosionó, el fuego estalló a través de la piel y el hueso, rociando sangre llameante y gusanos ennegrecidos al suelo.
Zacarías giró para golpear y hundir el puño profundamente en el pecho del vampiro más cercano, conduciéndose directamente al corazón. Lo arrancó, la acción sucedió tan rápidamente, que el no muerto bien vestido todavía no había logrado caer al suelo. Zacarías llamó al relámpago para incinerar el corazón mientras se giraba para enfrentarse al siguiente adversario. Drago era el discípulo de Demyan, el vampiro menor era un peón para el maestro, pero mientras Drago viviera, Demyan permanecería y lucharía, creyendo que tenía una mejor oportunidad de supervivencia contra un cazador. Era imprescindible mantener a Drago ocupado y entretenido hasta que Dominic maniobrara hasta colocar a Demyan en una posición óptima para matarlo.
Dominic estuvo sobre Demyan antes de que el maestro vampiro pudiera reaccionar, saltando la distancia en un esfuerzo por terminar la batalla antes de que comenzara realmente. El vampiro había tenido siglos para perfeccionar sus habilidades y adquirir conocimientos, volviéndose más poderoso con cada siglo hasta puder parecer hermoso y limpio, manteniendo a los demás vampiros como sus esclavos. Los Carpatos envejecían de la misma manera, pero la astucia sólo llega ba cuando estaban cerca de convertirse. Dominic quería parar el combate antes de que empezara.
Los ojos de Demyan se abrieron por la sorpresa. Estaba claro que había creído que los parásitos en la sangre de Dominic le controlarían, evitarían que atacara a uno de los suyos, como deberían haber hecho. Giró fuera de su alcance poco antes de que el puño de Dominic penetrara en su pecho, buscando el corazón. Sus ojos se volvieron salvajes y Dominic logró hacer retroceder la mano cuando unas cuchillas giraron cerrándose alrededor de Demyan, creando un traje móvil blindado.
– Debería haber sabido que utilizarías la pericia de tu familia -dijo Dominic, estudiando las cuchillas giratorios.
Nunca se había topado con nada parecido en todas sus luchas con los no muertos. No parecía haber un patrón evidente que pudiera detectar, las hojas giraban en torno a Demyan a diferentes velocidades, de forma que era imposible introducir el puño a través de la armadura sin cortarse el brazo.
– Deberías haber sabido que era mejor no desafiarme -corrigió Demyan.
Dominic archivó la insinuación del ego del vampiro para un futuro uso. Las hojas giraron y oscilaron, destellando como plata en la noche oscura. Dominic captó el brillo de una hoja larga, sólo un destello rápido, su única advertencia. Se las arregló para formar su propia espada y encontrarse con el balanceo de la hoja de Demyan. Las chispas llovieron alrededor de ellos cuando el metal se encontró con metal con tal fuerza que el bosque se sacudió. El sonido reverberó entre los árboles. Los pájaros chillaron. Un éxodo en masa siguió cuando las espadas se estrellaron una y otra vez.
La espada de Demyan descendió con un golpe directo sobre la cabeza de Dominic. Él apenas logró levantar la hoja para parar el golpe y alejarlo, con los brazos levantados al nivel de su cabeza para evitar que la espada cayera sobre ella. En el momento que levantó los brazos, las hojas giratorias más pequeñas se lanzaron hacia él, como disparadas por un arma, cientos de cuchillos lanzados simultáneamente. Dominic barrió la espada a través de su cuerpo, golpeando y alejando a la mayor parte, pero una se alojó en su muslo y otra en el pecho.
Las hojas habían sido ideadas con la habilidad Carpato, forjadas por un maestro, y cortaron limpiamente carne y músculo, enterrándose profundamente. Dominic no tuvo más elección que disolverse en vapor para deshacerse del metal. Las hojas cayeron a tierra, pero Demyan era demasiado experimentado para permitir que ese breve respiro lo detuviera. Siguió las gotitas de sangre, el olor, y como un sabueso, se introdujo en la nube de vapor, cortando con su espada.
Dominic se materializó, respondiendo, empujando el dolor al fondo de su mente mientras se enfrentaba a cada uno de los movimientos de Demyan, su cerebro trabajaba para encontrar la pauta de los cuchillos que se arremolinaban. Debía anticipar cada uno de los movimientos de Demyan y adelantarse a él.
Cuando Dominic saltó para atacar a Demyan, Solange se giró y disparó a Robert, el gusano, con un suave movimiento. La flecha voló, atravesando el pecho para perforar el corazón, estallando en el mismo calor candente que incineraba todo aquello con lo que entrara en contacto. El agotamiento era algo que ni siquiera su fuerza de voluntad podía vencer. Las piernas se le doblaron y se encontró sentada en el terreno ondulante. A su alrededor el suelo gimió. Comenzaron a tejerse amplias grietas a través del suelo del bosque, pequeñas fracturas que se ampliaron lentamente hasta que los escombros comenzaron a caer en ellas.
– Aléjate -gritó Zacarías mientras se apresuraba hacia Drago-. Ponte a salvo.
Ella le lanzó una mirada ardiente. ¿Parecía estúpida? Ya estaba poniéndose en pie y saltaba hacia las ramas más bajas de un árbol joven. Como refugio no ofrecía mucho, se doblaba bajo su peso pero la alejó del suelo que se fragmentaba.
Oyó el choque de metal contra metal y giró la cabeza para ver cómo llovían chispas. El corazón le saltó a la garganta. Casi se levantó en la rama débil del árbol, el temor por su Carpato la atravesó inesperadamente. No tenía la menor idea de cuánto había invertido en el hombre al que había inventado. Lo miró fluir como agua sobre el suelo desigual, evitando raíces de árboles mientras bailaba alrededor del maestro vampiro. Las hojas giratorias hipnotizaban y se vio forzada a concentrar su atención otra vez en Zacarías. No había manera de que pudiera ayudar a su Carpato, pero si Zacarías podía derrotar a Drago, él podría ayudar a vencer al poderoso vampiro.
Zacarías y Drago se juntaron, dos combatientes violentos elevándose sobre el suelo, cerniéndose en el aire durante sólo un momento. Zacarías introdujo el puño en la pared del pecho e instantáneamente miles de murciélagos se dejaron caer desde el cielo para cubrir su cuerpo, los dientes le desgarraron la carne, lo alejaron del vampiro menor. Tropezó bajo ese peso, cayendo a tierra, donde los murciélagos lo empujaron hacia bajo.