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Solange soltó una tercera flecha mientras Drago se precipitaba al frenético festín de los murciélagos, pensando obviamente en matar a Zacarías mientras las criaturas nocturnas le tenían atrapado. La flecha se hundió en el hombro de Drago, estallando en llamas cuando golpeó la carne. El hombro del vampiro explotó de dentro afuera. El hombro, el brazo y el costado del cuello se volvieron negros y se convirtieron en cenizas. Drago chilló, la cabeza giró con brusquedad, esos agudos ojos rojos la encontraron en el precario refugio del árbol.

A Solange, el corazón le golpeó con fuerza en el pecho. Se agachó, preparada para saltar, mientras encajaba otra flecha en la ballesta. Aullando, Drago lanzó el brazo sano hacia el cielo para que las oscuras nubes hirvieran y el relámpago se bifurcara por los bordes. El rayo se estrelló contra el árbol mientras ella saltaba a las ramas del siguiente árbol, aterrizando con fuerza, sujetándose con una mano, las garras estallaron de la mano izquierda para agarrarse el tronco mientras su mano derecha agarraba su arma. Pocos de su clase podían realizar una proeza tan difícil en medio de una batalla, utilizando una parte de su cuerpo en forma de jaguar y la otra en forma humana.

Se arrastró por la rama, levantando el arco para conseguir otro disparo. Zacarías se puso de pie, girando tan rápidamente su fornido cuerpo que pareció emborronarse, arrojando a un lado a los murciélagos, dejando su ropa destrozada y ensangrentada. Se inclinó ligeramente cuando se movió a la derecha, forzando a Drago a moverse también.

– Veo que has aprendido un truco o dos de tu maestro.

Drago retiró los labios para mostrar los espantosos dientes.

– Lamentarás tu desprecio.

Zacarías sonrió.

– Creo que no.

Los dos adversarios se precipitaron hacia adelante otra vez, dos gladiadores chocando mientras el trueno retumbaba sobre sus cabezas.

Alrededor de Solange los árboles gimieron y se inclinaron mientras la agitación masiva continuaba. Desde su posición podía ver el centro de la red, con las grietas que se abrían hacia fuera, estirándose como hilos sedosos, buscando…

Jadeó. Era un ataque contra una persona específica. Su Carpato. El suelo se hinchaba y las grietas se estiraban para encontrarlo. Podía ver las enormes líneas en la tierra desviándose en todas direcciones, alejándose de Zacarías y el vampiro contra el que luchaba.

Las hojas giraban demasiado rápido, haciendo que disparar una flecha fuera casi imposible. Era buena, pero la coordinación era imposible. Con el corazón en la garganta, miró a su Carpato. Él parecía estar anticipando cada movimiento que el vampiro hacía, su espada se encontraba con la del otro, choque tras choque llameante. Desde su atalaya podía ver que el vampiro trataba de maniobrarlo a una posición, pero el Carpato parecía capaz de evitar las trampas. Por dos veces vio que su hoja penetraba los cuchillos giratorios, un tajo que barrió limpiamente a través del blindaje y se hundió hondo en el vampiro.

La sangre negra se esparció a través de las hojas giratorias, siseando cuando el ácido golpeó el suelo. Demyan escupió sangre a su Carpato y se tocó la cabeza a modo de saludo simulado. Su Carpato cortó una segunda vez, golpeando a través del blindaje, y los ojos de Demyan se volvieron locos, la neblina roja de matar se reflejó en ellos. Atacó con fuerza, haciendo retroceder al Carpato, temeroso ahora de permitirle el ataque, ya que de algún modo su oponente había averiguado cómo calcular el giro de las hojas.

Las grietas se ampliaron, atrayendo la atención de Solange otra vez, ahora eran de varios metros de largo, el terreno se abría unos buenos centímetros. Era imposible ver cuán profunda era cada grieta.

¡Ten cuidado! Apestaba que ni siquiera conociera su nombre. En el suelo, una trampa. No sabía qué clase de trampa, pero se acercaba a él, anillo tras anillo de grietas de telaraña. Envió la imagen detallada a su mente.

Dominic. El nombre le fue entregado en un tono calmado y objetivo, incluso mientras la espada paraba empuje tras empuje, el vampiro trataba claramente de llevarlo hacia los agujeros que se ensanchaban y se abrían en el suelo del bosque. Soy Buscador de Dragones.

Solange frunció el entrecejo, la adrenalina corría salvajemente, la sangre en sus venas bombeaba en una feroz y casi violenta reacción a los parásitos en la sangre del vampiro. Podía sentir realmente la reacción dentro de ella, como si su sangre se alzara para luchar contra la sangre del vampiro con repulsión absoluta. Todo en su interior se sentía salvaje e incontrolable, pero él era justo lo contrario. Dominic. Eso fue todo. Como si estuviera paseando por una pradera de flores y no en el combate de su vida.

Respiró, observando como el maestro vampiro lo guiaba, retrocediendo, atrayéndolo, girando a la izquierda, luego a la derecha, atacando, retrocediendo, pero manteniendo la atención de Dominic en él mientras esgrimía con habilidad su espada. Esa terrible hoja afilada cortó el pecho de Dominic, destrozando la ropa elegante y dejando tajos profundos en su piel.

El maestro vampiro y Dominic anticipaban los movimientos uno del otro, un ballet muy violento que era tan aterrador como hipnotizador, ella no podía apartar la mirada. Todo mientras esos anillos seguían rodeando a Dominic, acercándose más y más. Para su horror, unas arañas comenzaron a salir de las grietas. Las reconoció inmediatamente. Las arañas brasileñas eran sumamente venenosas y agresivas. Las piernas larguiruchas se expandieron unos buenos doce centímetros y parecieron detenerse, se levantaron para mirar a Dominic con sus ocho ojos, los dos más grandes resplandecían con el mismo odio maníaco de color rubí que exhibía Demyan. Mostraron unas mandíbulas rojas, una señal de ira, la evidencia de su prontitud para atacar.

Solange sabía por experiencia que los Carpatos podían expulsar el veneno mortal de su sistema, pero con múltiples mordeduras terriblemente dolorosas, Dominic tendría problemas para luchar contra el maestro vampiro. Ella no podía rociar el suelo con fuego para incinerarlas, pero quizás podía interrumpir el plan de batalla de Demyan. No tenía la menor idea de cómo atravesar esas hojas giratorias pero estaba dispuesta a intentarlo. Antes de que tener oportunidad de dejárselo saber a él, sintió la conmoción en su mente.

Distráelo con tus flechas y yo llamaré al relámpago para quemar estas criaturas. Mira el débil borrón debajo de su corazón. Atacaré con fuerza. Tendrá problemas para mantener los cuchillos en varias pautas. Ése es su punto vulnerable.

Debería haber sabido que él tendría el mismo plan que ella. En sus sueños a menudo discutían las batallas en las que habían participado y pensaban definitivamente de forma semejante. Apuntó con cuidado, respirando profundamente para calmarse, con los ojos fijos en el lugar justo debajo del corazón de Demyan. Los cuchillos eran terribles, destellando, arranques plateados que nunca parecían mostrar una apertura. Esperó con una completa fe en que Dominic maniobraría hasta colocar al maestro vampiro en su línea de tiro. Conseguiría lanzar una, quizá dos flechas y él la atacaría. Tenía que estar lista para abandonar su asidero, pero no iba a bajar al suelo, no con esas arañas por todas partes. Ella no tenía la capacidad Carpato de expulsar el veneno de su sistema.

Dominic, tan tranquilo como siempre, ignoró los miles de ojos que lo miraban fijamente y se deslizó cerca de Demyan, entrando en ángulo y forzando a Demyan a dar un paso a un lado o ir hacia atrás. Por un segundo diminuto su blindaje vaciló, repitiendo la pauta, y Solange dejó volar la flecha. No estuvo cerca de ser un disparo mortal, pero se hundió en el lugar bajo el corazón y estalló. El aire se cargó rápidamente, el cabello se le puso de punta. Saltó.

Instantáneamente, el mundo alrededor de ella estalló con calor y una gran explosión de luz. La fuerza la impulsó hacia atrás en el aire. Utilizó su flexible espina dorsal felina para girar, sus manos buscaron una rama. No tuvo más elección que dejar caer la ballesta para salvarse. Necesitaba ambas garras para agarrarse a lo que surgiera y evitar golpear el suelo, ahora en llamas, las arañas ardían y saltaban con horrorosos chillidos, un hedor asqueroso que penetró en el aire, haciéndola toser.