– ¿Requiere valor, entonces, mirarme, kessake, gatita? -Esa voz suave que acarició sus terminaciones nerviosas la sacudió.
Sonó tan engañosamente apacible, pero le había visto arrancar el corazón a un maestro vampiro. Realmente temblaba.
– Creo, que si hay una mujer con valor en esta tierra, esa es mi compañera.
La mirada de ella saltó a la de él. La clavó en esos fríos ojos verdes. No, se volvían lentamente azules como el agua más profunda, cambiando de color mientras el guerrero en él cedía paso al hombre. El estómago le dio un salto mortal. El corazón se le contrajo.
Él sonrió, una sonrisa lenta y sexy que le robó el aliento. Le mostró los dientes, perfectos y rectos. La recta nariz aristocrática, incluso las cicatrices realzaban más que restaban a su potente aura masculina. Todo en él parecía tan perfecto. Estaba allí, empapada, tiritando, el cabello colgando en húmedos mechones, salvaje y fuera de control, su cuerpo cubierto de cicatrices, magulladuras y desgarros, veteado con sangre y apestando a sudor en vez de a perfume.
Él le deslizó el pulgar sobre los labios, la más suave de las caricias. Le enmarcó la cara con la palma. La miró como si no hubiera ninguna otra mujer en el mundo. Una ilusión, pero la calentó cuando estaba fría por dentro.
– Hola.
Ese sencillo saludo acompañado de esa intensa mirada azul ardió sobre ella, esa sonrisa lenta y sexy y su oscura y emotiva voz la volvieron del revés. Se humedeció los labios queriendo contestar, pero ningún sonido salió. Sólo pudo quedarse allí mirándolo impotentemente, deseando ser Juliette o Jasmine. Cualquiera excepto Solange Sangría.
– Debo inspeccionarte, sívamet, mi corazón.
El corazón saltó otra vez. ¿Inspeccionarla? ¿Para qué? ¿Para ver si era suficientemente buena para un hombre como él? Mil feos comentarios sabelotodos brotaron, pero no pudo pronunciar una palabra, ni siquiera podía mirarlo. Mudamente, sacudió la cabeza. Las lágrimas ardieron detrás de sus ojos. No soportaría ninguna inspección si buscaba a la mujer perfecta.
El cabello voló por todas partes, lleno de barro y desaliñado. Estaba cubierta de agua de río y sangre. Intentó imaginarse qué le parecería a él su cuerpo. No iba a quitarse la ropa. Los jaguares no eran modestos, pero ¿delante de él? ¡De ninguna manera! Eso no iba a suceder. Por un horrible momento se imaginó desnuda ante de él, con las manos detrás de la cabeza, presentándosele. Tenía muslos gruesos. No quería pensar en las caderas o en su culo. Bueno, tenía unos senos bonitos y una cintura estrecha, pero tenía cuerdas de músculo por todas partes. Era demasiado pesada…
El pánico la atrapó. Casi hiperventiló. Las manos de él eran suaves sobre su piel y cerró los ojos, tragándose un sollozo. No huiría como una cobarde. Era de la realeza, aunque Juliette a menudo dijera que era un real dolor en el culo, lo cual era verdad. ¿Cómo manejaban esto las demás mujeres?
Los dedos de Dominic bajaron por los brazos rozándolos y luego se detuvo. El corazón de Solange saltó. Él la giró y bajó la cabeza hacia la mordedura del hombro, la única que todavía rezumaba sangre. Inhaló llevando ese olor a los pulmones, así reconocería al hombre que la había asaltado en cualquier parte, simplemente por el olor.
– Quédate quieta, kessake.
No podría haberse movido aunque lo hubiera querido. Se sentía como un animal salvaje acorralado sin ningún lugar al que huir. Dominic pasó la lengua con saliva curativa sobre las perforaciones. La sensación de ese roce de terciopelo contra la piel desnuda le robó el aliento. Él apartó la camisa fuera de su camino y siguió con las heridas de la espalda.
Por supuesto. No había querido inspeccionar su cuerpo para ver el aspecto de su compañera. Se sintió avergonzada de nuevo, rezando para que él no hubiera leído su mente rebelde. Le sorprendió que se tomara su tiempo para ver sus heridas, relativamente secundarias, cuando la suya había sido más grave. Él incluso examinó las punzadas de la mayor parte de las magulladuras. Solange nunca había tenido realmente una experiencia sensual, pero la sensación de esos dedos y boca sobre su piel convirtió su cuerpo en un montón de terminaciones nerviosas en carne viva, palpitantes.
– Necesitas sangre.
La voz la asustó y se apartó de un tirón de Dominic, bajándose la camisa. Zacarías. ¿Cómo se había olvidado de él? Ella casi… Bien, vale, había estado pensando en cosas eróticas, olvidando que no estaban solos. ¿Qué demonios le pasaba? Nunca se había ruborizado antes, pero él había presenciado su total humillación y podía sentir el color que pintaba cara en un rojo feo. Parpadeó rápidamente tratando de romper el hechizo que Dominic había tejido alrededor de ella.
Le llevó un momento darse cuenta de que la forma más grande de Dominic había a Zacarías bloqueado la vista de ella. Por alguna razón tonta el conocimiento de que Dominic la había protegido de ojos curiosos en su momento de debilidad la hizo sentirse cálida y aliviada.
– Como tú -respondió Dominic. Se giró entonces, manteniendo a Solange cerca de él, con la mano en su brazo.
Ambos hombres la miraron. El corazón le palpitaba frenéticamente. Había visto a Juliette dar sangre a Riordan. Zacarías estaba desgarrado y era de la familia. Era de su familia y por lo tanto bajo su protección. Pero esto… Nunca había considerado que tendría que dar a un hombre su sangre alguna vez.
– Es nuestra costumbre, kessake. -La voz de Dominic fue de un tono bajo, pero el sonido se movió dentro de ella, esa caricia suave, de terciopelo, serpenteó seductoramente hasta su mente.
Solange se mordió el labio con fuerza, temblando, queriendo hacer esto por él, una petición tan pequeña, pero enorme en su mente. ¿Por qué importaba si ella le complacía? Nunca le había interesado lo que nadie pensara de ella, pero allí estaba como una imbécil, muda, incapaz de decir que no cuando todo dentro de sí exigía que corriera. Estaba temblando, desesperada por huir, pero estando como estaba en guerra con su propia naturaleza no se podía mover.
Dominic era su elegido. Poco importaba si había creído que no era real. Estaba allí ahora, más hombre que ningún otro que conociera, más respetado y más poderoso. Quería ser esa mujer que él necesitaba y Dominic necesitaba esto de ella.
Atreviéndose apenas a respirar, observó acercarse a Zacarías, cuyo cuerpo sangraba por mil desgarros de los murciélagos del vampiro; los dientes y las garras le habían arrancado la carne por orden de Drago. El estómago se le revolvió. La bilis subió. Él iba a hundir los dientes en su piel y ella iba a quedarse allí, estremeciéndose con aversión, atrapada en el hechizo de Dominic. Tenía que encontrar la fuerza para resistir la locura que se había apoderado de ella, convirtiendo su cuerpo en plomo.
Tragó con fuerza y alzó la mirada hacia Dominic. Inmediatamente sus ojos azules atraparon su mirada y la sostuvieron cautiva. La sonrisa era tierna, sólo para ella, como si le leyera la mente y supiera de su aborrecimiento por este acto, sabía que estaba a punto de huir y que era solamente el puro poder de su personalidad lo que la mantenía allí. Atrajo su cuerpo contra el suyo, la espalda contra él, un brazo bajo los pesados senos, un agarre tan suave que ella no se dio cuenta al principio que estaba sujeta contra él con su enorme fuerza, incapaz de separarse si quería hacerlo. La otra mano extendió inexorable pero lentamente el brazo hacia Zacarías en invitación.
– De la muñeca y se suave -advirtió.
Se estremeció otra vez cuando el macho Carpato se acercó. Dominic bajó la cabeza y le cuchicheó suavemente en su propio idioma.
– Solange. Emnim. Tõdak pitäsz wäke bekimet mekesz kaiket. Te magköszunam nä ŋamaŋ kać3 taka arvo. Solange. Mi mujer. Sabía que tenías valor para enfrentarte a cualquier cosa. Gracias por este regalo inapreciable.