Su aliento le resultaba cálido contra el cuello y apretó los labios sobre el pulso frenético. Los dientes rasparon de acá para allá, suaves, más que seductores, hasta que su corazón latió rápidamente y su respiración fue jadeante. Era consciente de él con todas y cada una de las células de su cuerpo.
Cerró los ojos y absorbió el sonido de su voz, el placer que había en ello, el modo en que la hacía sentir como si supiera que estaba alimentando al otro macho por él, sólo por él. Nunca lo podría haber hecho sin su voz seductora en la oreja, ni su cuerpo duro contra el de ella. Se sintió como si se ofreciera a él, dándole todo lo que era y aún así fue otro hombre el que le tomó la muñeca.
En el último segundo, cuando ese aliento caliente le tocó la piel y vio la longitud de esos colmillos, sintió pánico y casi apartó el brazo de un tirón. Antes de que pudiera moverse, Dominic la mordió en el cuello y el dolor se convirtió instantáneamente en un placer tan intenso que gritó, su cuerpo reaccionó con una ola de puro fuego. Había experimentado el celo de su gata muchas veces, un viaje estrictamente físico que no la tocaba más allá de lo abstracto. Pero esto, esto lo abarcaba todo. Cada terminación nerviosa se sentía en carne viva por el deseo.
Su matriz sufrió espasmos. El calor se elevó entre sus piernas y sus pezones se convirtieron en picos duros y desesperados. El fuego le quemó la piel, quemó su interior, se vertió como oro fundido por su cuerpo hasta que se retorció contra él incapaz de controlarse. Solange, que tenía tanto control. Solange, que despreciaba a los hombres, entregaba cuerpo y alma a este hombre y sus necesidades, no sólo necesidades, sus deseos. Se le escapó un pequeño.
Dominic nunca se había imaginado que algo pudiera ser tan erótico como tomar la sangre de su compañera. Para él, el acto de tomar o dar sangre siempre había sido mundano, una necesidad sin ningún sentimiento en particular conectado a ello, ni siguiera antes de haber perdido sus emociones. No estaba preparado para la necesidad que le golpeó con fuerza, un duro puñetazo de excitación que sacudió su calma mortal como nada lo había hecho jamás. Era disciplinado y controlado. Nunca se le había ocurrido que una vez que tuviera a Solange en sus brazos y los dientes les conectaran, el acto de tomar su sangre sería tan íntimo como tomar su cuerpo o su mente.
Estaba en tal estado de excitación que sintió como si la compartiera con otro hombre en un acto muy íntimo, algo que nunca haría. Era suya para protegerla, amarla y quererla. No quería que otros hombres la vieran vulnerable, atemorizada o sexy y justo en ese momento, él la encontraba el ser más sensual de la tierra. Esa parte de ella le pertenecía únicamente a él. Si hubiera sabido cómo sería tomar su sangre, nunca, bajo ninguna circunstancia, la habría forzado a darle sangre a Zacarías.
Y la había forzado, o por lo menos obligado. Sabía que ella encontraba la idea repugnante, pero Zacarías era familia. Ella vivía bajo su sentido del código, su honor, su deber. No se habría perdonado negársele en un momento de necesidad. Habría meditado sobre su negativa en las horas largas del día cuando Dominic no pudiera consolarla. Él tenía un código también, y ese código era proporcionar a su compañera todo lo que necesitara, incluso si eso significara estirar sus límites más allá de lo que pensaba que podría manejar.
Pero esto estaba estirando sus propios límites más allá de lo que podía manejar. Para Zacarías ella era una guerrera, pero Dominic la había visto vulnerable. Para él su vulnerabilidad era hermosa y que ella se la mostrara era un honor. Sacó a la luz todos sus instintos protectores y la bestia que rondaba dentro de él rugió por ella. Exigía no simplemente el emparejamiento físico, sino la perfección de lo que era una compañera. Ella necesitaba. Él proporcionaba. Él necesitaba. Ella proporcionaba. Cada uno se dedicaba únicamente al otro.
Pero esto, esta reacción sorprendente de cuerpo y mente lo estaba casi deshaciendo. La sangre de Solange entraba en su cuerpo y los parásitos se encogían ante ella, más de lo que lo habían hecho con la sangre pura cárpata de Zacarías. Se retiraron, se calmaron, ocultándose de la sangre real jaguar como si tuvieran miedo de la feroz gata guerrera. Mientras la sangre se extendía por su sistema, el fuego interno comenzó, una gran tormenta que ardió rápidamente y fuera de control.
Ella movió el cuerpo contra el suyo, inflamando la ingle ya dura como una piedra. No quería parar, su mano acarició la cara inferior del seno, aunque lo que deseaba, no, lo que necesitaba, era sentir la piel sedosa contra la suya. Su pequeño sollozo lo detuvo en seco. Se restauró el control. Orden. Un conocimiento de dónde estaba y lo que sucedía a su alrededor. Había estado tan atrapado en las ansias de la locura que se asombró cuando le lamió lentamente las perforaciones y siguió las gotas rojo rubí de sangre por el hombro. Se enderezó lentamente, aspirándola, absorbiendo la sensación de su pequeño cuerpo curvilíneo apretado contra él. Nada jamás se había sentido tan correcto.
Consciente de del temor creciente de ella, apretó la boca contra el pulso, deseando sólo calmar y consolarla. Su pequeña gata salvaje tenía un lado femenino que ella consideraba sumiso y eso la aterrorizaba. Era cosa de él mostrarle que esa parte de ella era tan importante como su parte de guerrera, y que ser una mujer no restaba valor a lo que era.
– Pesäd te engemal, estás a salvo conmigo. -Susurró las palabras contra el pulso frenético, arremolinando la lengua allí, sosteniéndola mientras se calmaba.
Su naturaleza salvaje era evidente. Solange había vivido su vida en los márgenes de la sociedad, nunca en medio de ella. Las leyes no se aplicaban a su mundo. Ella no necesitaba aprender las sutilezas de la vida en la ciudad, ni siguiera de la vida dentro de una comunidad. Su mundo era de sólo supervivencia, muy similar a como había sido el de él.
Zacarías fue a deslizar la lengua sobre el desgarro para cerrarlo cortésmente, pero Dominic atrajo la muñeca a su boca. Tomó un sorbo, sintió la bola de fuego rodando por su cuerpo y luego cerró él mismo la herida.
– Gracias -dijo Zacarías.
Dominic supo que el cazador Carpato le daba las gracias a él, no a Solange. En los tiempos antiguos, las compañeras eran sagradas y los demás no hablaban con ellas sin permiso expreso. Zacarías era de esa vieja escuela, y quizás, si era enteramente veraz consigo mismo, Dominic también.
Levantó la cabeza para encontrar la mirada de Zacarías.
– El alba se acerca.
Zacarías asintió.
– Kolasz arwa-arvoval, que mueras con honor. -Esperó un momento-. Ha pasado mucho tiempo desde que oí hablar en nuestro propio idioma. Por un momento, sentí la llamada de nuestra patria.
– Veri olen piros, ekäm, que la sangre sea roja, hermano -contestó Dominic. El significado era claro. Encuentra tu compañera.
Zacarías miró de él a Solange, su ropa y piel manchados de sangre. Sacudió la cabeza.
– Mi tiempo para eso ya ha pasado. El mundo ha cambiado y me dejó atrás. Te ayudaré cuando llames, viejo amigo.
Desapareció simplemente, el vapor se unió con el humo del fuego agonizante. Hubo silencio. Solange no giró la cabeza para mirar a Dominic por encima del hombro, simplemente esperó su dirección, manteniéndose muy quieta, aunque él podía sentir los temblores que le atravesaban la espina dorsal.
Por encima de su cabeza, él sonrió, la tensión desaparecía de su cuerpo ahora que no había machos cerca de ella y estaban solos. La atrajo hacia él.
– Nos llevaré a un lugar seguro donde podamos bañarnos y descansar.
Quiso soltarse, caer al suelo y destrozar algo. ¿Se sintieron las otras mujeres así? ¿Queriendo complacerlo, hacer lo que pedía? Se sentía tan aterrorizada que no podía respirar ¿Y qué le pedía él? Una cosa sencilla. Bañarse y descansar. No había dicho nada más. Ella no podría darle su cuerpo, nunca. No a él. Un estremecimiento le atravesó el cuerpo. Silenciosamente, sacudió la cabeza.