Cerró los ojos y asintió.
Él le rozó la coronilla con un beso, desencadenando un revoloteo raro en el estómago. Contuvo la respiración cuando la boca llegó a la sien y luego apretó los labios fríos y firmes en la oreja.
Mi mujer.
El corazón se le contrajo. La matriz se apretó y sintió una inundación de calor húmedo entre las piernas. Dos palabras y se fundía. ¿Qué decía eso de ella? ¿Estaba tan desesperada por su aprobación que todo lo que tenía que hacer él era sonar feliz con ella y haría todo lo que deseara?
Él esperó que cambiara de posición por sí misma. Casi deseó que la hubiera movido primero, pero no lo hizo. Lentamente, con cuidado, comenzó a inclinarse sobre las palmas para columpiarse, lejos del consuelo sólido de su cuerpo. El viento aumentó y ella no pudo evitar que sus manos se agarraran a las muñecas. Instantáneamente él la atrajo de vuelta contra él y… esperó.
Sabía que esperaba que reuniera valor y pusiera su confianza en él. No había fingimiento en que estaba demasiado agotada, él sostenía todo su peso. Todo lo que tenía que hacer era colgar allí en el cielo mientras la magia de la noche la rodeaba. Él le estaba dando un regalo de gran importancia. No había habido regalos desde que su familia fue masacrada, hasta ahora, hasta este momento. Parecía un brujo oscuro al que no podía resistirse, especialmente cuando le ofrecía una experiencia tan rara y fenomenal.
El tiempo fue más despacio. Podía sentir cómo le palpitaba el corazón. Él la hacía sentir importante cuando nunca se había sentido así, para nadie. El aire parecía frío, la noche una manta fresca. Cerró los ojos, respiró hondo y se soltó. Extendió los brazos lejos del cuerpo. Él apartó las manos y ella supo que éste era el momento, ahora o nunca. No reuniría esta clase de valor, ni confianza, otra vez. Se permitió caer hacia adelante. La sensación quedó atrapada en el estómago y por un momento tuvo miedo de que no la agarrara, pero allí estaban sus palmas y se encontró suspendida en el aire con nada excepto sus manos bajo ella.
Muy lentamente abrió los ojos. El aliento se le quedó atascado en la garganta mientras se elevaba, se hundía y rodaba con la libertad de los pájaros. Otra vez experimentó ese éxtasis mareante que era físico, la adrenalina se vertió en su corriente sanguínea como oro oscuro, espesándola, esparciendo calor a través de ella. Sintió a Dominic con ella, en ella, compartiendo los momentos deslumbrantes. Era pura magia, él era pura magia.
El viento le arrancó lágrimas de los ojos. Después de uno de los peores días de su vida, perdiendo a Annabelle, matando a dos hombres y casi siendo capturada o muerta por su propio padre, luchando contra vampiros y teniendo que encarar a su compañero, estaba abrumada por la pura alegría mientras volaba por el aire. Era demasiado y no deseaba que terminara todavía.
Dominic la atrajo, girándola para que apretara la cara sobre su corazón. El ritmo constante la consoló, ayudándola a evitar sollozar en voz alta. Lloró silenciosamente, los dedos enterrados en el frente de su camisa. No le importaba nada más en ese momento. A dónde iban ni lo que sucedería cuando llegaran. Él tenía un destino en mente y era evidente que no la dejaría caer, así que se entregó a su cuidado.
Dominic sintió el momento exacto en que se dejó ir y se entregó a él. Apretó los brazos en torno a ella, sosteniéndola cerca. Era muy frágil y tan vulnerable. No simplemente su ser físico, sino la mujer que ocultaba del resto del mundo. Estaba agotada y se habría ido a un refugio húmedo a lamer sus heridas a solas y tratar de recuperarse antes de enfrentarse al enemigo otra vez.
No esta vez, mi gatita. Esta vez yo me encargaré de tu cuidado.
Ella no contestó, pero el llanto, esas lágrimas que le rompían el corazón, disminuyeron. Escaneó meticulosamente el área en busca de signos del no- muerto antes de bajarla al suelo del bosque, a la entrada del refugio favorito de ella. Lo había visto una docena de veces cuando se encontraban en su mente, esa pequeña cueva cómoda en lo más recóndito del laberinto de piedra caliza. Las imágenes eran muy detalladas. Ella no tenía la menor idea de cuánta información podía extraer de su mente en segundos cuando era necesario. Y ambos necesitaban esto.
Descubrió que la entrada era demasiado pequeña para llevarla en brazos y de mala gana la bajó, anclándola firmemente a él con el brazo.
– ¿Cómo sabías…? -Solange echó una mirada alrededor, tenía las pestañas húmedas, los ojos brillantes y ligeramente sorprendidos.
– Soy tu compañero -indicó, su voz suave-. Este lugar te consuela.
Ella se dio la vuelta y entró agachándose, parpadeando contra las lágrimas. Él dudaba que nadie la hubiera consolado en años. La siguió, notando el movimiento fluido de su cuerpo, como la gata que era tan parte de ella. Tenía un olor salvaje e indomable que le atraía más que cualquier otro perfume que jamás hubiera olido. Pertenecía al bosque, y se movía con silenciosa cautela en la oscuridad, aún en forma humana.
El túnel se dirigió hacia abajo, a lo profundo de la tierra. Ella se detuvo en lo que pareció ser un callejón sin salida y se agachó para mover varias piedras grandes. Dominic la apartó suavemente del camino y levitó los grandes bloques de piedra caliza y los puso aparte, con una reverencia le indicó que le precediera.
Vaciló, parándose muy cerca de él en los pequeños límites del túnel. Él pudo oír su corazón, el ritmo era demasiado fuerte. Estaba asustada pero aún así se ponía en sus manos, su valor lo humilló. Para animarla, le tomó la mano y se la llevó a la boca. Le acarició la muñeca con dedos largos, donde Zacarías había tomado sangre, mientras presionaba un beso en el centro exacto de la palma.
Solange se quedó sin aliento, su mirada saltó a la cara de él y luego rápidamente la alejó.
– Tienes que arrastrarte para entrar en la cámara, y los hombros…
Él mantuvo la posesión de su mano, los dedos contra la boca.
– Puedo convertirme en vapor -recordó con una sonrisa en su voz.
Sintió su agudo desconcierto por no haberlo recordado. El cuerpo de Solange se inundó con calor e inmediatamente se tensó. Comenzó a apartar la mano, pero él se negó a renunciar al control. En vez de eso, se llevó los dedos al calor de la boca y los chupó. Un temblor atravesó el cuerpo de ella cuando atrajo los dedos a los labios y le mordisqueó suavemente las puntas.
– Estás muy cansada, Solange. Agradezco tu preocupación.
Una vez más su mirada voló a la de él. Parecía tan insegura que quiso aplastarla contra él. En vez de eso, le soltó la mano y le posó la suya sobre el hombro, poniéndola de rodillas en silencio. Por un momento, saboreó la sensación del aliento cálido en su miembro duro como una roca a través de la tela de los pantalones. Sería tan fácil quitárselos. La idea de su boca sobre él lo sacudió, pero no permitió que sus propios placeres se impusieran al cuidado de ella. Apretó suavemente hasta que se puso a gatas y se arrastró por el túnel estrecho y apretado que llevaba a la cámara.
El canal le recordó a la madriguera de un conejo. Fluyó por él fácilmente, siguiendo a su mujer hasta la cueva. Ella la había transformado de alguna manera en un hogar y el corazón se le paró en el pecho cuando se dio cuenta de que Solange nunca había compartido este lugar sagrado, su único refugio verdadero, con nadie más. Solange fue a la pared norte para buscar la linterna, pero él encendió las velas con un gesto de la mano. Inmediatamente la suave luz lanzó sombras sobre todo.
Agradeció el rico suelo de tierra. En un rincón había una alfombra tejida a mano y unos pocos tazones de madera. El sonido de agua era música de fondo mientras se deslizaba por la pared en la zona este para llenar la charca, una ancha piscina que ocupaba un rincón de la cámara. El techo era alto, dando la ilusión de espacio cuando en realidad la caverna era cómoda.