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Notó que ella permanecía a bastante distancia de él, silenciosa, los felinos ojos verdes seguían cada movimiento mientras él exploraba. Se tomó su tiempo, permitiendo que el silencio se estirara, escuchando el ritmo de su corazón, esperando a que ella se calmara. Vio libros y recogió varios para estudiar los títulos. La mayoría eran sobre cómo hacer armas y sobre las plantas del Amazonas. Hojeó uno de los volúmenes y encontró destacadas muchas de las plantas curativas.

Cuando se acercó más, Solange reaccionó cómo una gata salvaje acorralada, retirándose con los ojos abiertos de par en par, casi hipnotizada por él. Mantenía la cabeza baja, la cara apartada ligeramente, pero lo miraba todo el tiempo. Fue a una pequeña pila de artículos cuidadosamente colocados en un estante de piedra dentro de un pequeño nicho, y la tensión en ella pareció aliviarse un poco más. Su corazón se ralentizó a un ritmo casi normal.

Había una manta harapienta, muy vieja, que alguien había hecho con cariño para un niño. De ella no, adivinó por el color azul. Un chico. Alguien a quien ella amaba, por lo que parecía. Una foto borrosa de una mujer en un marco hecho de madera, una mujer que debía haber sido su madre, sentada en un estante. Tenía sus mismos ojos asombrosos. Un peine tallado a mano de la madera más fina. Tocó cada artículo. Leyó los recuerdos impresos allí. Un hermano, no, dos hermanos. El peine había sido hecho por su padre. Frunció el entrecejo. No su padre de nacimiento. El hombre al que amaba como un padre. Todos se habían ido. Cada uno de ellos.

Levantó la cabeza y la miró, su mirada chocó con la de ella.

– Ven aquí conmigo, Solange. Aquí mismo. -Señaló a un lugar delante de él.

Parecía asustada. Los ojos se le oscurecieron. El corazón le comenzó a palpitar desenfrenadamente otra vez, llenando la pequeña cámara con su ritmo frenético.

Capítulo 7

¿Puedes llegar a confiar en un hombre otra vez?

¿Puedes llegar a amar a un antiguo como yo?

Deja que mis brazos fuertes te protejan, déjame cantarte para que te duermas.

Deja que mi canción te cure, como la tierra y el mar.

De Dominic para Solange

El corazón de Solange estaba a punto de estallarle fuera del pecho. Pequeños temblores recorrían su cuerpo y gélidos dedos de terror se deslizaban por su columna vertebral. Dominic llenaba la habitación con su poder. No podía mirar su cara, no a esos ojos penetrantes que podían cambiar de color como una tormenta. Ella simplemente se retorcía las manos. La distancia entre ellos parecía ser kilómetros, aunque sólo era de unos pocos pasos. No se suponía que los hombres fuesen como él… excepto en los sueños. Podía manejarlo en los sueños, pero esto era una locura. ¿Qué quería de ella?

Él esperaba. Siempre parecía esperar con paciencia a que ella se decidiese. Nunca elevaba la voz, el tono era suave y convincente. Ella le clavó la mirada en el pecho durante mucho tiempo antes de poder hacer que su pie congelado diera un paso adelante. Uno. Contó para sí. Dos. Él parecía amenazadoramente más grande que nunca. Tres. Podía ver los músculos moverse por debajo de la camisa. Cuatro. Bajó la cabeza y negándose a encontrarse con sus ojos, dio el último paso para pararse en el lugar exacto que él le había indicado. Era lo mejor que podía hacer por él.

– El amanecer está muy cerca, parafertiil… compañera. Tengo que asegurarme de que he cuidado adecuadamente de ti.

Su estómago dio un salto mortal. ¿Qué significaba eso, “he cuidado de ti”? Ella se lamió los labios, tratando de obtener suficiente humedad para hacer algo más que chirriar. Sería perfectamente capaz de cuidarse por sí misma si pudiera encontrar la manera de moverse. Se sentía paralizada.

Él le agarró el borde de la camisa y simplemente se la sacó por la cabeza antes de que ella tuviera oportunidad de detenerlo. Jadeó y se cubrió los pechos generosos con las manos, la cara le pasó del rojo brillante al blanco casi translúcido.

– Tu baño, Solange -le recordó.

Ella tragó dos veces.

– Puedo desvestirme sola -espetó. Era una mentira evidente. No podría quitarse la ropa delante de él ni para salvar su vida.

– ¿Y me niegas el placer de hacerlo por ti?

Ella se quedó mirándole en silencio el pecho. La vería. No había ningún lugar donde esconderse en la pequeña caverna. Él le agarró las muñecas delicadamente, le bajó los brazos y se los apartó del cuerpo. Un rubor se propagó desde los dedos de los pies hasta su cara. Podía sentir el calor corriendo bajo su piel y peor aún, la humedad reuniéndose entre las piernas. El aire frío de la caverna excitó los pechos desnudos, a tal grado que sus pezones reaccionaron formando duras y diminutas protuberancias que atrajeron la atención de Dominic.

Él inhaló, su mirada se movió sobre ella con un indicio de posesión.

– ¿Por qué me ocultarías tus pechos? ¿No son parte de mi mujer? ¿No me pertenecen tal como me pertenece ella? ¿No es tuyo mi cuerpo?

Ella oyó un sonido estrangulado salir de su garganta, pero era el único sonido que podía salir. Se sentía fascinada por él, aquí de pie temblando mientras Dominic se acercaba, tan cerca que sintió el roce de su pecho contra los pezones sensibles. Con cada respiración Solange arrastraba el aroma de él dentro de sus pulmones. Si levantaba el cuello, sabía que vería esos feroces ojos verdes en lugar del azul tranquilizador. Estaba tan excitado como ella, su calor la hacía estallar en llamas. Cerró los ojos cuando las manos de él cayeron en la parte delantera de los pantalones vaqueros.

– No soy hermosa -logró advertirle, esperando que si lo decía primero, él no se decepcionaría demasiado.

Sus manos se detuvieron.

– Solange.

Ella respingó. La voz era severa. Todavía en un tono bajo, pero muy severa.

– Mírame.

Ella quería mirar a cualquier parte excepto a Dominic, pero no pudo evitar levantar los ojos hacia los de él. Era pura compulsión. Todo su ser se encogió ente el disgusto liso y llano de su rostro.

– Esta es una regla muy importante, Solange. Mi compañera es la mujer más hermosa en este mundo para mí. Cualquiera que diga lo contrario la insulta, lo cual es una ofensa capital y me insulta también a mí. No creo que quieras hacer eso, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza. Para su horror las lágrimas le quemaban detrás de los ojos. No podría hacer esto. Odiaba decepcionarlo, ¿pero qué sería peor? ¿Dejar que lo descubriera por su cuenta o tratar de contárselo?

– Estaba tratando de ser honesta.

La mano de él le acunó el costado de la cara, su gentileza fue casi la perdición de ella. El pulgar le acariciaba la mejilla y la mandíbula.

– Kessake… mi pequeña gatita. No te angusties. Cuando un hombre ha esperado mil años por la única mujer que es sólo suya, ella es la definición misma de la belleza para él. Lo que los demás ven no puede tener importancia. Sólo lo que yo veo importa. Y quiero que tú te veas a través de mis ojos. Deberías ver a la mujer que yo veo.

Sus dedos bajaron arrastrándose por la garganta hasta la clavícula y luego hasta el montículo de los pechos.

– Mírate. El epítome mismo de una mujer. -Los dedos le tocaban los pezones.

Ella inspiró y contuvo la respiración, conmocionada por la electricidad que chisporroteaba entre los pechos y el vientre, bajando más aún para atormentar sus muslos con la excitación y prender fuego al centro mismo de su ser.