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Abruptamente sus manos cayeron a los vaqueros otra vez, para empujarlos hacia abajo sobre las caderas. Solange contuvo el aliento de nuevo, cerrando los ojos mientras obedecía a la presión de la mano para salir de la ropa. Los jaguares no podían usar ropa interior por regla general porque no podrían salir de ella lo suficientemente rápido cuando cambiaban. Estaba de pie delante de él absolutamente desnuda, agradecida por el efecto suavizante de las velas, incapaz de mirarlo. Mantuvo los brazos donde él los había ubicado y se mordió con fuerza el labio para evitar decir impulsivamente cualquier otra cosa que pudiese decepcionarlo.

Sin importar lo que él dijera sobre que era hermosa, no se sentía así. Y quería ser bella para él. Ella iba morir pronto. No había forma de sobrevivir a una pelea con Brodrick; él era demasiado fuerte. Había aceptado que tenía un tiempo limitado disponible y en cierto modo, lo agradecía. Estaba tan cansada de los días como éste, días de fracaso, de matanza. De no tener a nadie…

Quería estos últimos momentos con Dominic. Lo respetaba por encima de todos los demás hombres. Nunca había sido capaz de aceptar a otro hombre. Pero quería tanto pertenecer, por una vez siquiera en la vida. Ser cuidada. Ser una mujer, no una guerrera. Esta era su oportunidad, ahora al final de sus días… si podía soportar que él mirara su repulsivo cuerpo lleno de cicatrices.

– Solange.

Ella respingó. Definitivamente le leía la mente.

Dominic negó con la cabeza.

– No tu mente. Tu expresión. -La rodeó con un lento círculo.

Ella tenía un fuerte deseo de cambiar a su jaguar, pero ahora era algo así como un desafío. ¿Decía la verdad? ¿Era un hombre honorable? Necesitaba saberlo. Era la primera persona en quien había confiado lo suficiente para permitirle estar al frente. Ni siquiera se había permitido nunca que sus amadas primas hicieran eso.

Volvió a pararse frente a ella y las piernas de Solange casi cedieron. Estaba desnudo. Magníficamente. No había manera de respirar. Su mente se detuvo hecha pedazos. No había nada pequeño en torno a Dominic y ahora mismo, no había duda de que estaba excitado… por ella. Él inspiró profundamente y ella supo que podía oler su propia excitación. Los ojos de él se volvieron verdes oscuros.

– Adoro la forma en que te sonrojas -dijo-. Tan seductora. No tenía idea de que mi pequeña gata salvaje sería tan sexy.

Se sentía mareada. Débil. Desfalleciente. La habitación se inclinó.

El la recogió en sus brazos, acunándola contra su pecho.

– No olvides respirar, kessake. Eso ayuda.

Estaba casi convencida que nada iba a ayudar, pero respiró de todos modos.

– No puedo… -Gesticuló vagamente. No iba a tener sexo. No podría ir tan lejos, ¿verdad?

– Yo tampoco puedo -respondió él, con diversión en la voz.

Se relajó un poco, reconfortada por su humor. Se parecía mucho al hombre que había conjurado. Paciente. Relajado. Contento con quién era él y quién era ella.

– Parece como si pudieras -señaló.

Su mirada se movió sobre Solange y había cierta diversión en ella.

– Me siento como si pudiera. Tú no estás preparada, no importa lo que tu cuerpo diga. Y yo tengo viles parásitos en el mío. No puedo correr el riesgo de pasártelos.

Él entró en la fuente de agua.

Ella se aferró a él.

– El agua está fría.

Los ojos de él se volvieron de un esmeralda profundo.

– ¿Dejaría a mi compañera sentir frío cuando está exhausta y herida? Me ocupo de tus necesidades, minan, en todo momento.

Se hundieron en el agua dichosamente caliente. A ella no le importaba cómo lo había conseguido, sino que cada célula de su cuerpo se lo agradeció. El calor la rodeaba, aliviando la terrible tensión de sus músculos que había producido el esfuerzo físico del día, así como la tensión de encontrar al hombre al que ella había creído había inventado. Metió la cabeza debajo del agua, pero cuando emergió y trató de alcanzar el champú que guardaba escondido en un pequeño saliente rocoso, la mano de él llegó allí antes que la de ella.

– Permíteme. Me da placer.

Tal vez si no sonase tan completamente sexy todo el tiempo ella podría manejar el estar con él. Era el tono de la voz. Su elección de palabras. Placer. Podía ver sus manos, grandes y fuertes como el resto de él. Él traficaba con la muerte, precisamente como hacía ella, pero había conocimiento en sus ojos… conocimiento de ella, de lo que ella anhelaba y nunca creyó que tendría.

Dominic ocupaba tanto espacio. Llenaba la cámara entera con su presencia. Se sentía pequeña su lado, y era una mujer robusta. Él hacía que sus curvas pareciesen exuberantes y sexys en lugar de excesivas. Todo lo que hacía era deliberado y preciso. La ubicó tal cual la quería, de espaldas a él, acomodándola en su regazo a fin de que la cabeza pudiera descansar contra su pecho. Podía sentirlo, duro como una piedra, largo y grueso, desvergonzado contra sus nalgas.

Solange trató desesperadamente de no pensar en sexo. Su gata no estaba próxima a entrar en celo y ella nunca pensó que un hombre la tocaría. Sería inconcebible permitir las manos de uno sobre su cuerpo después de todas las cosas terribles que había visto hacer a los hombres. No obstante, yaciendo en el agua, con el cuerpo ardiente y rodeado de líquido caliente, con la cabeza hacia atrás y los pechos flotando y su erección evidente en la mente, tenía que luchar para sacarse los pensamientos eróticos de la cabeza.

Él le frotaba suavemente el champú sobre el cabello. Colocó los dedos sobre el cuero cabelludo, comenzando un masaje lento y mágico que hizo que su cuerpo entrara dentro de un estado casi hipnótico de relajación. Sentía el hormigueo de su cuero cabelludo propagarse a través de ella, una sensación agradable que se convirtió en puro gozo. Él se tomó su tiempo para enjuagarle el cabello a fondo antes de dejar caer las manos sobre el cuello, esos dedos fuertes y maravillosos masajearon cada nudo y músculo tenso.

Solange suspiró, sorprendida por lo bien que se sentía. El agua caliente, las manos de él y la sensación de limpieza aliviando la mayor parte de su tensión.

– Además de la cuestión de estar toda desnuda, ¿por qué es tan difícil hablar contigo? -Oyó su propia voz filosofando en voz alta y se escandalizó levemente de sí misma. Eran sus manos mágicas, que ahora trabajaban en los hombros, que parecían hacerla menos inhibida-. Antes hablaba contigo todo el tiempo.

– Estabas a salvo. El hombre al que creíste conjurar no podía esperar nada de ti.

Eso la hacía parecer una cobarde. ¿Era una cobarde? No lo creía. Pero tenía miedo. Él le sacó el brazo del agua para empezar a usar los fuertes dedos en aliviar la tensión de esos músculos también. Músculos bien marcados. Los cordones de músculos por debajo de la piel llena de cicatrices. Ella podía ver los cientos de mellas blancas, las diminutas que le recordaban las dolorosas puñaladas del cuchillo de su padre mientras trabajaba sobre todo su cuerpo en su empeño por provocar que su gata se diera a conocer.

Odiaba mirarse el cuerpo. Odiaba esas cicatrices como lunares que le arruinaban la piel. No podía mirarse sin recordar la masacre. Si cerraba los ojos,podía oler la sangre recorriendo toda la casa y saliendo al exterior. Los cuerpos de sus hermanos tirados descuidadamente a un lado, brazos y piernas abiertas, el pequeño Avery yaciendo parcialmente sobre Adam como en un basurero. La bilis subió y luchó para no marearse. Sus amigos. Su familia. Emitió un único sonido inarticulado y trató de apartar bruscamente el brazo de él.

Él no lo soltó. La mirada de Dominic saltó a su cara.

– No te alejes de mí, Solange. Compartimos esto. La masacre de tu familia. La masacre de los míos.

Las palabras suaves le permitieron respirar apartando las imágenes.

– ¿Deseas eliminar la evidencia de tu piel?