Hizo la pregunta en voz baja, con voz tan tierna que ella apartó la mirada porque no podía evitar que las lágrimas brotaran. Nunca había sido tan emocional. O tal vez lo había sido cuando había hablado con él pensando que no era real. Se había sentido lo suficientemente segura como para llorar delante de él. Había sido su única salida. Juliette y Jasmine a menudo la habían ayudado con los rescates, Juliette más que Jasmine, ya que ambas trataban de protegerla. Pero ellas confiaban en Solange y ella cuidaba de ellas con feroz proteccionismo. Se culpaba a sí misma de haber estado ausente cuando el hombre jaguar encontró a su tía Audrey y la arrastró lejos. Habían montado un rescate pero… El daño ya estaba hecho. Al igual que con Jasmine.
Trató desesperadamente de detener los pensamientos. Estaba en un baño de vapor con un hombre escandalosamente guapo… más grande que la vida… y ella estaba tan sensible que casi había olvidado ese pequeño detalle.
– ¿Solange? -Los dedos continuaron obrando su magia por el brazo-. ¿Lo harías si pudieras? ¿Eliminar estos tributos?
Cerró los ojos y le dejó echarle la cabeza hacia atrás hasta ésta que descansó sobre el pecho de él mientras le levantaba el otro brazo y comenzaba ese masaje lento y tranquilizador. Nunca había pensado en las cicatrices como medallas o un tributo. ¿Lo eran? Había pensado en las cicatrices con odio y furia, un recordatorio de quién era su padre, de qué sangre corría por sus venas. Nunca, ni una vez, había considerado los pequeños puntos blancos como algo bello… un tributo a su amor por su madre, por su familia.
– ¿Podrías eliminarlas? -¿Era acaso posible?
– Tal vez. -El tono era evasivo.
Solange no intentó mirarlo; simplemente se relajó, su cabeza descansaba sobre el pecho mientas él le masajeaba el brazo, sabiendo que esperaría con infinita paciencia la respuesta. Había amado esa calma en él, la falta de ira y necesidad de venganza. Ella estaba impulsada por ambas emociones destructivas y necesitaba desesperadamente esa calma en medio de la furia salvaje que la guiaba con tanta fuerza. Cuando estaba cerca de él así se sentía más estable. Segura. Reconfortada. Podía estar desequilibrada, pero mientras pensara en términos de pareja, podía deponer la pelea y simplemente estar quieta.
Él acercó la boca a su hombro donde habían estado las heridas de pinchazos.
– Casi te alcanzó hoy.
Ella asintió con la cabeza.
– Estaba aterrorizada. No quiero me vuelva a poner las manos encima. Me metí en el río, tal como hizo la pobre Annabelle. -Presionó los dedos en la sien y negó con la cabeza-. La dejé allí. En el río. Para tentarlos. Sin preocuparme por el hombre jaguar, él podía pudrirse allí. No me la puedo sacar de la cabeza. Debería haber intentado encontrar su cuerpo.
– Yo encontré su cuerpo y lo enterré profundamente donde ningún humano, animal y jaguar la encontrarán jamás. Eliminé todo aroma del área. Está a salvo de ellos.
El alivio fue abrumador. Solange se reclinó y apoyó la cabeza sobre su pecho otra vez.
– Gracias. Nunca he dejado a una mujer sola en su muerte. Hago todo lo que puedo por ella, aún si no la puedo salvar. Me habría obsesionado que no hubiese sido enterrada o incinerada adecuadamente.
Sus brazos la rodearon, justo por debajo de los pechos y la abrazó.
– Está hecho, sivamet… mi corazón. Ahora puedes descansar.
Se sintió relajada, la tensión por fin había desaparecido por completo de ella. Sus brazos se sentían seguros y cuando cerró los ojos se permitió ir un poco a la deriva y simplemente disfrutar de la sensación de él abrazándola. Esto, entonces, era lo que las otras mujeres sentían. Ser parte de otro. Sentirse cuidadas.
– No querría -murmuró.
– ¿No querrías? -repitió él.
– Eliminar mis cicatrices. Son parte de mí, parte de quién soy ahora. No me gusta estar enojada y el asesinato me enferma. Después de un rato me pregunto si soy tan mala como ellos, pero en cierto modo, tienes razón acerca de las cicatrices. No me quebré. No le permití utilizarme y convertirme en algo débil e indefenso. Honré a mi madre y la memoria de mi padrastro, así como también a nuestros amigos y a mis dos hermanos pequeños. -Se pasó los dedos sobre los brazos y por primera vez vio su piel de manera diferente. Un homenaje, no algo tan feo.
– Tú eres un regalo, Solange. Un regalo asombroso y de gran valor. -Él le apartó el cabello mojado y le rozó el cuello con un beso.
Sin otra palabra la levantó en sus brazos y salió de la charca. Ella abrió la boca para protestar. El agua había sido un capullo de calor. Por primera vez que pudiese recordar se sentía aliviada y reconfortada y no quería que terminara. Pero había algo implacable en su expresión. Las arrugas estaban profundamente grabadas. Los ojos eran azules oscuros otra vez, había un indicio de posesión allí que la hizo sentir secretamente emocionada.
La caverna debería haber estado fría y Solange estaba preparada para tiritar, pero el aire era caliente. Él había mirado por su comodidad otra vez. La puso de pie delante de él, produjo una suave toalla del aire, a la manera extraordinaria en que los Carpatos podían crear ropa, y empezó a frotar suavemente las gotitas de agua de su cuerpo. Ella se encontró intolerablemente tímida de nuevo.
Estaba tan cerca que su calor la envolvía, su mirada le vagaba sobre el cuerpo como si le perteneciera. ¿No había utilizado él realmente esas palabras? Fue lento y metódico, tomándose su tiempo, utilizando la esquina de la toalla para frotarle los brazos y secárselos, pero entonces se inclinó de repente y lamió con la lengua una gota de agua de la punta del seno. Solange saltó mientras unos rayos de fuego se precipitaban a su vagina, desencadenando un espasmo de deseo. Dominic movió la boca sobre la marca del mordisco que le había curado anteriormente. Las perforaciones estaban selladas, pero esta vez lamió el tejido dañado hasta que ella ya no sintió la marca.
– No tienes que hacer eso. -Tiritó, no de frío, sino por su toque sensual.
– Estás equivocada, kessake -corrigió-. Ningún otro hombre puede poner su marca sobre mi mujer. No la puede dañar de ninguna manera. Tengo que curarte o no podría vivir conmigo mismo.
Le dejó. No sabía por qué se lo permitía. Su toque debería ser perturbador, y quizás, porque era excitante, lo era… pero no le importaba. Nunca antes había experimentado la atención de nadie, mucho menos permitido que un hombre se concentrara tan completamente en su bienestar. La hacía sentirse especial y hermosa, casi como una frágil flor de la selva tropical. No lo era y ambos lo sabían, pero durante esos pocos minutos que le estuvo prodigando tales cuidados, no quiso que el momento terminara.
Un cuento de hadas. Cerró los ojos y se rindió a la experiencia. El hombre perfecto, un guerrero de ojos cambiantes, la calma absoluta en el centro de una tormenta. Él pensaba que era hermosa cuando ella era un lío perfecto y espantoso. Pero él lo pensaba. De algún modo, Dominic lo hacía.
Prestaba atención a los detalles, y cada vez que encontraba una magulladura o un rasguño molesto bajaba la cabeza y utilizaba la boca para sanarlo. El acto era erótico, aunque adivinaba que él no lo pensaba así. Estaba concentrado en su salud, no en su cuerpo. La lengua encontró una herida de perforación en la parte baja de la espalda, más cerca de las nalgas. Las manos le sostuvieron inmóviles las caderas mientras se ocupaba de cada herida por separado.
Solange intentó con fuerza controlar la respiración. Agradecía que se hubiera trasladado a su espalda para no tener que admirar su físico, porque, para ella, él era la perfección. No tenía la menor idea de lo que podría suceder tras este encuentro con él, pero aceptaría el momento y lo guardaría en su corazón para siempre. Él trazó un círculo completo hasta que se detuvo delante de ella otra vez. Esta vez se inclinó y le rozó la boca temblorosa con un beso.