Se relajó en la riqueza de la cama de tierra. La tierra le dio la bienvenida, le susurró, la abundancia de minerales se le filtró inmediatamente a través de los poros, enriqueciendo su cuerpo, apresurando la curación de cada herida, los largos cortes causados por la espada que se había hundido profundamente en su carne. Zacarías había ayudado a apresurar la curación, pero era aquí en la tierra donde encontraría la medicina natural para los de su especie.
La maravilla de Solange le encantaba. Ella puso la mano en la tierra entre ellos y la dejó resbalar entre los dedos.
– No tenía la menor idea. Todo este tiempo la he pisado y aún así no la sentía viva, viviendo y respirando, sanando. Incluso si no es para los de mi especie, es un milagro lo que la tierra hace para la tuya.
– Nos da la bienvenida como a sus hijos. -Trató de ponerlo en palabras para que ella pudiera comprender, aunque podía sentir su aceptación.
Los cubriría con tierra, pero no los rostros. A diferencia de él, Solange necesitaría el aire para respirar. Se movió, y las doloridas demandas de su cuerpo se movieron con él.
– Podría… -Ella se detuvo cuando él le puso la mano en la cabeza y la retuvo contra su pecho.
– No puedes tentarme, Solange. Combato con mi honor. El honor es importante para mí. Y tú… tú eres mi regalo más precioso. Nunca podría vivir conmigo mismo si mi egoísmo te pusiera en peligro. Dormir y tenerte en mis brazos será suficiente.
Él le había cantado en sus sueños compartidos y también lo hizo ahora, su canción, la melodía inolvidable, todas las cosas que él siempre había querido decir a su compañera.
Estuve medio vivo durante mil años.
Para entonces había abandonado toda esperanza de que nos conociéramos.
Demasiados siglos. Todo desaparece
mientras el tiempo y la oscuridad roban el color y la rima.
Capítulo 8
¿Puedes encontrar belleza en esta tosca mujer?
¿Puedes llegar a amar a una cambiaformas como yo?
De Solange para Dominic
La hembra de jaguar olió sangre. Tenía la esencia en sus fosas nasales y apresuró el paso, abriéndose camino entre las ramas, con cuidado de no tropezar. Ignoró a los animales que luchaban por apartarse de su camino. No tenía tiempo de cazarlos, todo lo que le importaba era llegar hasta su madre. Finalmente, después de cuatro largos años, había recogido el rastro. La tía Audrey estaba con ella, y Juliette las seguía, cuidando a Jasmine que todavía era muy joven.
Solange había discutido con su tía durante horas, después de todo solo tenía doce años y Audrey era la adulta. Sabía que no deberían haber traído a Jasmine a la misión de rescate, pero no tenían ningún lugar seguro donde dejarla. Audrey tenía razón en eso, pero la presencia del cachorro duplicaba el peligro para todas ellas.
Ya el jaguar de Solange era un luchador feroz y ella había aprendido a manejar armas, particularmente pistolas. Practicaba día y noche. Había acabado cientos de rondas de municiones, las cuales eran difíciles de conseguir. Cuando no estaba disparando armas, arrojaba cuchillos. Y en el bosque practicaba el sigilo y el rastreo, en algunas ocasiones acercándose tanto a los jaguares machos, que podría haberlos tocado con solo estirar la mano sin que se enteraran nunca de que ella estaba allí. A menudo Audrey la castigaba por ello, pero a Solange no le importaba. Éste había sido el motivo de todo. Este momento. Recuperar a su madre.
Solange saltó de una rama a la otra, y finalmente al suelo del bosque. El olor del jaguar macho era fuerte en toda la zona. Le latía el corazón a toda velocidad. Su madre. Solange la amaba intensamente y había jurado, de pie ante su padrastro y hermanos, que la llevaría de regreso. Había salido a hurtadillas infinidad de veces, desapareciendo en el interior de la selva tropical para rastrear a los hombres jaguar durante días. Se trasladaban constantemente, y sabía que esta vez había captado el olor de su madre, si perdía esta oportunidad nunca la rescatarían.
Audrey se había sentido dividida entre proteger a las niñas y recuperar a su hermana. Al final, Juliette y Solange la habían persuadido, o tal vez había sido el saber que Solange habría ido sola. Su infancia había terminado en aquel claro, rodeada por los cuerpos de sus seres queridos. Nunca se iba a dormir sin sentir los gritos de los muertos o moribundos, o el sonido de la angustia de su madre cuando los hombres jaguar le arrancaron a su hija de los brazos para arrastrarla dentro de la casa y torturarla.
Ahora sabía a dónde llevaba el rastro. Los hombres trasladaban a los prisioneros a menudo, pero cuando estaban mudándose usaban edificaciones existentes. Había una vieja choza en las cercanías, construida en los árboles por encima del suelo del bosque. Raramente se utilizaba, pero los jaguares la conocían y era muy probable que la usaran. Su jaguar, que aún era pequeño, se movió por el bosque a lo largo de los senderos de caza, deslizándose por debajo de las grandes hojas con forma de sombrilla mientras se acercaba certeramente a los dos árboles que sostenían la construcción.
En algún lugar detrás de ella estaba su tía Audrey, lista para protegerlas si Solange estaba en lo cierto y su madre era retenida cautiva en esa casa. Al abandonar la seguridad del follaje y dirigirse hacia los árboles una vez más, le latía el corazón ruidosamente, demasiado ruidosamente. En las ramas por encima del refugio de madera, divisó un centinela. Había un jaguar que yacía a la sombra de la cubierta forestal, soñoliento, casi adormilado, moviendo únicamente de forma ocasional la punta de la cola.
Solange avanzó lentamente a lo largo de la rama retorcida, manteniendo un ojo avizor en él. Estaba temblando por el miedo y la expectativa. Soñaba con este momento, rezando para que se produjera, había pasado los últimos cuatro años preparándose para ello. Ahora que había llegado apenas si podía controlarse. Necesitó de cada gramo del sigilo que había adquirido para mantener el lento avance centímetro a centímetro típico de su especie, evitando apartar la vista del centinela. Cuanto más se acercaba a la diminuta casa, más se llenaban sus pulmones con el olor de su madre.
Se arrastró un metro escasamente cubierto para llegar al porche. Ahora estaba fuera de la vista del centinela. Se incorporó y se asomó a la ventana sucia. Una mujer estaba medio sentada, medio desparramada en el suelo, con un collar alrededor del cuello, y las manos atadas detrás del cuerpo. Tenía el rostro hinchado y un ojo cerrado. De un corte en el labio fluía sangre y tenía contusiones en el rostro, el cuello y los brazos.
Al principio Solange no la reconoció. Estaba flaca como un esqueleto, su cabello que una vez fuera glorioso caía en rastas enmarañadas. Levantó la cabeza lentamente y abrió el ojo sano. Se miraron fijamente una a la otra, Solange temía que se le destrozara el corazón. Hacía tiempo que la pasión había abandonado a su madre, dejando solo el cascarón roto de una mujer.
Solange paseó la mirada por la habitación. Su madre estaba sola. Era ahora o nunca. Se deslizó dentro y se apresuró a cruzar el espacio. Usó los dientes en las sogas que sujetaban a su madre. Sabine Sangria sacudió la cabeza, y las lágrimas cayeron de sus ojos.
– No deberías haber venido, pequeña -susurró.
Solange empujó a su madre con la cabeza, que era la única forma que tenía de transmitirle su profundo amor. Debían apresurarse. No había tiempo para arrojarse a sus brazos. Debían irse antes de que los otros regresaran. Observó a su madre luchar para ponerse en pie y renquear lentamente a través del suelo en dirección a la puerta. Ambas miraron hacia fuera. Solange comenzó a salir de la habitación, pero su madre dejó caer una mano sobre su hombro, frenándola. Solange se detuvo y la miró.