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Dominic sacudió la cabeza ante la ironía. Los humanos no podían distinguir la diferencia entre un Carpato y un vampiro, y su sociedad secreta había sido infiltrada por los mismos que estaban intentando destruir. Los Malinov estaban usando a ambas especie en su guerra contra los Carpatos. Hasta ahora, los hombres lobo no se habían inclinado por ningún lado, permaneciendo estrictamente neutrales, pero existían, como había comprobado Manolito De La Cruz con su compañera.

Dominic levantó el vuelo y se acercó, afinando su audición para captar la conversación dentro del edificio.

– La mujer está muerta, Brodrick. Saltó desde el precipicio. No pudimos detenerla. -Había fatiga y aversión en la voz.

Una segunda voz, llena de dolor agregó:

– No podemos permitirnos el lujo de perder a más de nuestras mujeres.

La tercera voz fue más baja, un gruñido de puro poder, impresionante por la autoridad absoluta que portaba.

– ¿Qué has dicho, Brad? -La voz transmitía una amenaza clara, como si el pensamiento de que cualquiera de sus peones tuviera ideas propias de alguna manera los convirtiera en traidores.

– Necesita un médico, Brodrick -intervino la primera voz apresuradamente.

Dominic vio cómo un hombre grande vestido con vaqueros flojos y una camisa abierta surgía de la casa. Llevaba el cabello largo, desgreñado y muy espeso. Dominic supo instantáneamente que estaba mirando a Brodrick, el gobernante de los hombres jaguar. Su príncipe había decretado que los Carpatos debían dejar la especie a su propio destino, si no se habría sentido tentado de matar al hombre allí mismo. Brodrick era directamente responsable de las muertes de innumerables hombres, mujeres y niños. Estaba consumido por el demonio, borracho de su propio poder y la creencia de que era superior a todos los demás.

Brodrick miró a los dos guardias despreciativamente.

– ¿Qué coño hacéis perdiendo el tiempo en la puerta? Se supone que estáis trabajando.

El segundo guardia mantuvo su fusil apuntado en dirección de Brodrick incluso mientras los dos humanos se movían en círculos opuestos, el que había estado refugiándose en la puerta, cojeando bastante, confirmando la creencia de Dominic de que había resultado herido. Brodrick frunció el ceño a la lluvia, dejando que se vertiera sobre su cara. Escupió con repugnancia y caminó por el costado del edificio donde se había producido el fuego. Agachándose, buscó por el suelo. Fue muy minucioso, se inclinó para olfatear, utilizando todos los sentidos para recoger el rastro de su enemigo.

De repente se recostó sobre los talones, tensándose.

– Kevin, sal aquí -llamó.

El hombre jaguar que había llevado al herido salió fuera corriendo, descalzo, pero en vaqueros y poniéndose una camiseta por el pecho.

– ¿Qué pasa?

– ¿Conseguiste echar una buena mirada a quienquiera que irrumpió y liberó a Annabelle?

Kevin negó con la cabeza.

– Fue un intento cojonudo. Eliminó a dos guardias, las balas fueron muy seguidas, todos pensaron que sólo se había disparado un tiro.

– No hay ningún rastro. Ninguno. ¿Dónde coño estaba? ¿Y cómo supo el lugar preciso donde volar el edificio para liberar a Annabelle? No había ventanas.

Kevin miró hacia los guardias.

– ¿Crees que alguien le ayudó?

– ¿Qué sucedió allí? -Brodrick hizo gestos hacia el bosque.

Kevin se encogió de hombros.

– Perseguimos a Annabelle. Corrió por el bosque hacia el río. Pensamos que quizá fuera su hombre, el humano del que habló, viniendo para tratar de salvarla. No necesitábamos armas para luchar contra él, así que cambiamos. Seríamos más rápidos que Annabelle viajando por el bosque, incluso si cambiarba.

Había sido un pensamiento lógico, concedió Dominic desde su alta percha encima de ellos, pero habían perdido a la mujer.

Brodrick sacudió la cabeza.

– ¿Cómo dispararon a Brad? ¿Y dónde está Tonio?

Kevin suspiró.

– Encontramos su cuerpo justo al otro lado de las cuevas. Se había enredado con otro gato. Brad estaba arrodillado a su lado y lo siguiente que supe fue que estaba en el suelo y fuimos inmovilizados. Yo no tenía armas y cambié de forma para tratar de dar un rodeo y encontrar al tirador, pero no pude hallar ningún rastro.

Brodrick juró.

– Es ella. Ella hizo esto. Sé que fue ella. Por eso no encontraste ningún rastro. Subió a los árboles.

Ninguno dijo quién era ella. Dominic quería saber quién podía ser la mujer misteriosa a la que obviamente odiaban y temían. Alguien a quien no le importaría conocer. Cuatro de los cinco hermanos De La Cruz tenían compañeras. ¿Podría ser la mujer evasiva una de sus compañeras? Era posible, pero lo dudaba. Los hermanos De La Cruz no querrían a sus mujeres en la batalla. Eran hombres con naturalezas violentamente protectoras, y venir a esta región sólo había incrementado sus tendencias dominantes. Tenían ocho países para patrullar, y los hermanos Malinov sabrían cuán imposible sería cubrir cada centímetro de selva. Ellos nunca, bajo ninguna circunstancia, enviarían a sus mujeres solas. No, ésta tenía que ser otra persona.

El águila abrió las alas inmensas y levantó el vuelo. El sol comenzaba a desaparecer, haciéndole sentir un poco más cómodo, pero el cuchicheo de los parásitos se volvió más fuerte, tentando, empujando su hambre a un nivel voraz, hasta que apenas pudo pensar claramente. Era sólo la forma del pájaro la que mantenía su cordura mientras trataba de ajustar el creciente nivel de tormento. A medida que la noche se acercaba, los parásitos pasaron de la pereza a la actividad, apuñalando los órganos internos mientras la sangre del vampiro quemaba como ácido. Debía alimentarse, pero cada vez estaba más preocupado por esa locura que le estaba atrapando y por si no encontraba la fuerza para resistir la tentación de matar mientras se alimentaba.

Cada alzamiento se despertaba vorazmente hambriento, y cada vez que se alimentaba, los parásitos se volvían más fuertes, empujándole a matar, exigiendo que sintiera la ráfaga del poder, la legítima ráfaga del poder, la promesa del dulce frescor en su sangre, un sentimiento de euforia que apartaría cualquier dolor de su cuerpo fatigado.

Se mantuvo bajo la sombra del dosel mientras expandía su exploración, dirigiéndose al lugar de la batalla, esperando que el águila pudiera divisar algo que los hombres no. Encontró las entradas a las cuevas, muy pequeñas y hechas de piedra caliza, pero estas no parecían curvarse bajo tierra para formar el laberinto de túneles del sistema de cuevas que había a kilómetros de distancia. Sólo había tres pequeñas cámaras y en cada una, encontró arte maya en las paredes. Las tres cuevas mostraban signos de ocupación, breve pero violenta de alguna manera. Había lugares con sangre seca en todas ellas.

Se dirigió al cielo otra vez, con una vaga intranquilidad en el estómago. Eso le molestó. Había visto sitios horribles de batalla, tortura y muerte. Era un guerrero Carpato y su falta de emoción le servía bien. Sin una compañera para equilibrar la oscuridad en él, necesitaba la falta de emoción para permanecer cuerdo tras más de mil años de ver crueldad y depravación, pero la vista de la sangre en esa cueva y saber que las mujeres habían sido llevadas allí por los hombres jaguar para ser utilizadas como ellos desearan, le enfermaba. Y eso nunca debería suceder. Intelectualmente, quizás. Una reacción intelectual era aceptable y el honor en su interior se alzaría para aborrecer tal conducta, mas una reacción física era completamente inaceptable e imposible. Pero…

Inquieto, Dominic expandió su búsqueda para incluir los precipicios encima del río. La lluvia continuaba, aumentando en fuerza, convirtiendo el mundo en gris plateado. Incluso con las nubes como cobertura, sentía el calor brillante que lo invadía todo mientras irrumpía en el claro sobre el río. Había un cuerpo desplomado y sin vida en el río, atrapado entre las piedras, golpeado y olvidado. El largo y espeso pelo estaba extendido como un alga, un brazo inmovilizado en la grieta que formaban dos grandes rocas. Estaba boca arriba, los ojos muertos miraban fijamente al cielo, la lluvia caía sobre su cara como una inundación de lágrimas.