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– Hubo una batalla. No pudimos leer la tierra. Ahora la selva tropical contraataca.

En lo más profundo del cuerpo del águila harpía, Dominic sonrió. Él y Zacarías habían acertado en que al borrar toda huella de la sangre vampira de la tierra y los árboles, la selva tropical podría repararse a sí misma. Dominic incluso se había acordado de estimular el crecimiento del bosque antes de permitirse cuidar de su compañera. Ella le había parecido tan bella, allí de pie como el guerrero feroz que había combatido justo a su lado, mirándolo con los ojos de una mujer vulnerable.

No esperaba la marea de emoción abrumadora. Se había sentido protector hacia ella. Deseaba tanto acogerla en sus brazos y sostenerla cerca. La confianza lo era todo con una mujer como Solange. Él tenía que ganarse su lealtad y su respeto, y sobre todo su amor. Entendía que era un regalo y la apreciaba aún más por su reserva. No era un hombre que hubiera compartido alguna vez a su mujer y esa faceta de ella, suave y vulnerable, le pertenecía sólo a él.

Estudió a su enemigo. Había esperado entrar en ese campamento y finalmente morir. Ahora, había ocurrido un milagro. Podía librar su organismo de los parásitos y reclamar a su compañera. Había un futuro para él, para los dos, y eso lo cambiaba todo. Tendría que ser mucho más cuidadoso. Tenía todos los motivos para vivir ahora. Antes, cuando entraba en batalla no había nada que perder. La vida cambiaba dramáticamente cuando uno encontraba la otra mitad de su alma. Quería vivir. Quería pasar tiempo con ella. Podría alzarse cada noche durante el resto de su existencia, mirándola directamente a los ojos.

De repente Giles levantó la cabeza y echó una ojeada rápida a su alrededor. Un rápido y penetrante sondeo embistió a Dominic, un ataque veloz y poderoso dirigido a la zona circundante, un empujón para atraer y sacar a la luz al enemigo. Dominic sintió el dolor lacerante, descartándolo; tranquilizando al pájaro mantuvo los patrones del cerebro equilibrados para no alertar al enemigo de su presencia. La sonda pasó lentamente, pero él permaneció en el interior del águila, manteniéndose inmóvil. El pájaro tenía hambre, buscaba comida, su aguda mirada acechaba en busca de una presa antes de que cayera la noche. La sonda volvió, más dura, más profunda, una lanza dolorosa y precisa. El pájaro extendió sus alas y luego se recolocó mientras Giles continuaba, satisfecho de que no hubiera enemigos alrededor.

– ¿Dónde está Etienne? -exigió Giles.

– Estaba buscando huellas, esperando averiguar dónde podría haber ido Zacarías.

– ¡Stupide! ¡Imbécillité! -siseó Giles con desagrado-. No tiene ni una posibilidad de matar a Zacarías. Ya estará destruido. -Con un gesto de repugnancia, Giles escupió en la tierra. Los diminutos parásitos blancos se agitaron y se retorcieron.

– Los demás deberían estar aquí en pocos días -dijo Beau, claramente esperando que Giles permitiera un cambio de tema.

– Si hemos perdido a Demyan y a sus secuaces, somos pocos para desarrollar los planes. Represento a los maestros. Necesitamos organizar a nuestra gente para un golpe contundente contra el Príncipe. Debe ser puesto de rodillas.

Los tres hombres se dirigieron hacia el laboratorio. Mientras se aproximaban a los guardias humanos, Giles extendió su mano hacia los otros y susurró una orden.

– Dejadlos. Sois humanos.

Dominic estaba impresionado por la forma en que los vampiros asumieron inmediatamente la conducta de un humano, manteniendo los ojos hacia el suelo en lugar de mirar la tentación de la carne y sangre humana. Sentían un desdén absoluto y despreciaban a los hombres humanos con quienes trabajaban, pero no cayeron sobre ellos y se deleitaron con ellos como normalmente harían. Dominic sintió el hambre voraz, la llamada de la sangre, los parásitos que chillaban de deseo por la sustanciosa y cálida tentación, al mismo tiempo que la necesidad de mostrarles cuán inferiores a ellos eran. Pero los vampiros simplemente ignoraron la llamada.

Los maestros habían hecho un buen trabajo imponiendo su voluntad a los vampiros menores. Sólo eso ya representaba un peligro. El comportamiento había evolucionado hacia la inteligencia real. Los vampiros siempre habían sido astutos y letales, pero un grupo coordinado con inteligencia y estrategia a sus espaldas, con habilidad para controlar a esas criaturas mortíferas y poderosas, era impresionante e incluso aterrador.

Los hermanos Malinov habían congregado un ejército compuesto de jaguares, humanos y vampiros. Tenían un plan y éste tenía una semblanza de disciplina. Para Dominic, era la disciplina lo más problemático. Observó a los vampiros desaparecer en el interior del edificio antes de extender sus alas y dirigirse hacia el cielo para encontrar a Etienne. El vampiro no regresaría con su amo, pero sería Dominic quien contribuiría a la feroz reputación de Zacarías.

El águila harpía atravesó la canopia con una velocidad asombrosa, moviéndose rápidamente para cubrir la distancia antes de que Etienne encontrase el lugar de descanso de Zacarías. Dominic sabía que el cazador tenía casas de verdad en la zona. Era posible que hubiera ido a una de ellas. Siglos atrás los hermanos De la Cruz habían establecido una relación con una familia humana que los protegía durante el día, velaba por sus tierras y ayudaba a mantener la ilusión de que eran humanos. Habían construido un imperio, sus ranchos de ganado eran bien conocidos, pero sus enemigos a menudo iban también tras los miembros de la familia. Zacarías tendría fuertes salvaguardas, pero si el vampiro lo rastreaba hasta su casa, los humanos correrían peligro. A esta hora, Zacarías estaría fuera cazando.

Divisó el lugar donde había tenido lugar la pelea con Demyan y sus vampiros menores. A primera vista, la zona parecía estar tranquila, pero cuando descendió en picado más abajo, pudo ver la vegetación marchita donde se había contraído bajo la antinatural abominación que pisó la tierra cuando Etienne y los otros vampiros fueron en busca de Demyan. Una parte del césped se había marchitado donde los no muertos habían pasado.

El águila harpía voló hacia el río tomando una ruta directa. Dominic estaba repentinamente preocupado por lo que pudiera encontrar. En las lindes de los árboles, el extenso rancho de los De la Cruz estaba enclavado en el valle entre las colinas circundantes. Estaba rodeado de bosque, pero meticulosamente conservado para que el ganado pudiera vagar libremente por la tierra exuberante. La casa de estilo español con gruesas paredes y frescas terrazas tenía forma de U con un patio en medio. El verdor del patio proporcionaba una especie de oasis, con diversos arbustos y flores de todos los colores.

A lo largo del pasillo de piedra, los penetrantes ojos del águila divisaron la brillante y roja sangre. El arroyuelo era estrecho y avanzaba lentamente entre las piedras en una delgada línea de color carmín. Dominic descendió, tomando su forma humana mientras se inclinaba sobre el hombre caído. Había luchado, pero el vampiro casi le había cercenado la garganta. Ya estaba muerto, y Dominic le dejó, encaminándose hacia la casa. La puerta había quedado abierta, proporcionándole una buena vista de la amplia y sombreada habitación.

Escuchó un gruñido y una palmada proveniente de otro cuarto.

– ¿Dónde está? -exigió Etienne, su voz escupía y siseaba, alertando a Dominic de que estaba perdiendo el control rápidamente.

– Nunca te lo diré.

Una voz femenina. Bastante joven. Aterrada. Justo como les gustaba a los vampiros. La descarga de adrenalina en la sangre actuaba como una droga inundando su sistema.

– Así que morirías por él.

– Sí. -La voz tembló, pero las palabras eran firmes.

Dominic irrumpió por la puerta tan dramáticamente como le fue posible, esperando desequilibrar al vampiro. Etienne giró mientras descargaba el golpe mortal, lanzando un golpe directo contra la garganta de la mujer, rompiendo arterias, cuerdas vocales y carne. La sangre salpicó por todo el cuarto. La mujer se sujetó la garganta con ambas manos y cayó de rodillas mientras Dominic saltaba la distancia, golpeando con fuerza al no muerto, alejándolo de la mujer.