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Zacarías no se atrevió a alejarse de ellos, sabiendo que era su presencia solamente lo que impedía que mataran al gato, y que si lo hacían, Dominic los mataría a todos. El Buscador de Dragones estaba en movimiento, su cuerpo fluido y elegante era algo hermoso, tan rápido que fue una mancha, golpeó con fuerza a Etienne mientras el jaguar saltaba hacia atrás fuera de alcance.

Etienne chilló, un extraño sonido bestial que asustó al ganado que dormía a lo lejos. La manada se puso en pie, mugiendo y dando pisotones inquietamente. Cesaro hizo un gesto con la mano hacia atrás, señalando hacia las colinas ondulantes, y sus hombres se marcharon corriendo. Otros salieron de las casas dispersas de las colinas, lanzándose sobre los caballos, precipitándose a calmar al ganado asustado.

El vampiro giró, moviéndose rápidamente como un tornado, girando y arremolinándose, tratando de utilizar los pies como una broca, excavando en la tierra, esperando escapar así del cazador implacable. Dominic giró con él, fuera de la vista en los escombros, mezclado en el tornado que iba de la tierra al cielo. Fluyó con los vientos turbulentos, implacable en su resolución de destruir al no muerto.

El aire comenzó a cargarse. El vello de los brazos se le erizó. Zacarías gritó una advertencia a Solange mientras arrastraba a Cesaro al suelo, cubriéndole con su cuerpo. Solange saltó lejos del aire que se cargaba y casi aterrizó en una fuente. Se aplastó tan cerca del suelo como le fue posible justo cuando el relámpago golpeó, el rayo subió desde la tierra al cielo y volvió a caer otra vez. Etienne chilló horrorosamente. El olor a carne descompuesta y podrida se convirtió en humo, penetrando en el aire con un hedor asqueroso.

Zacarías sólo podía oler sangre a su alrededor mientras yacía encima del capataz. El olor estaba por todas partes, pesado en los pulmones. Los colmillos se negaban a retroceder. El sonido de corazones latiendo se convirtió en un tambor de deseo palpitando por su cráneo. La carne caliente era atrayente, el cebo de sangre caliente fuerte, el pulso justo bajo su boca. Tan cerca. Tan tentador. El susurro era insidioso en su oreja. Esta vez nada más.

La boca casi tocaba ese pulso. Las orejas se le llenaron del sonido, el reflujo y el flujo de la fuerza de la vida en el cuerpo de Cesaro. Su mente se negaba a funcionar, inundada ahora con la necesidad. Esta vez nada más. Podía oler el delicioso temor. La adrenalina que circulaba por las venas. Movió la cabeza hacia atrás, su vista se estrechó ante esa tentación.

El jaguar le golpeó con fuerza, alejándolo del cuerpo de Cesaro. Rodó y se levantó, su mente era una neblina roja de necesidad e ira. Los ojos rojo rubí se clavaron en Solange, furioso porque le hubiera robado la presa. Ella merodeaba de acá para allá entre Zacarías y Cesaro, manteniéndole lejos de esa sangre caliente y picante que su cuerpo necesitaba tan desesperadamente. Siseó su ira, los dos depredadores atrapados en la mirada, cada uno esperando el ataque del otro.

Cesaro se movió lentamente, con cuidado, tratando de no atraer la atención del gran gato. Sus dedos estaban a centímetros del rifle y, palmo a palmo, lo atrajo hacia él. Don Zacarías necesitaba y él proveía, como su familia había hecho siglo tras siglo. Si era su sangre lo que Zacarías necesitaba, Cesaro se la daría. Los dedos atrajeron el rifle a la mano y cerró el puño a su alrededor. Respiró hondo y se puso de pie, con la culata del arma bien ajustada contra el hombro, y la vista sobre el gato. Muy lentamente el dedo encontró el gatillo y comenzó a apretar.

Detrás de ellos, manchado de sangre, con la camisa y el pecho destrozado, Dominic rugió un desafío a Zacarías mientras con una mano le arrancaba el rifle a Cesaro y lo golpeaba para alejarlo con la otra. El golpe fue tranquilo, pero tan fuerte que hizo volar a Cesaro contra la casa.

– Ocúpate de a la mujer -ordenó Dominic, su voz fue una orden baja que no toleraba discusión. Señaló y el hombre se puso lentamente de pie, con aspecto aturdido, los ojos mostraban su confusión.

Cesaro estaba protegido de la compulsión, así que fue sólo la pura fuerza de la personalidad de Dominic la que invalidó la lealtad arraigada del capataz por proteger a Zacarías.

– Está en el dormitorio y necesita atención médica inmediata. -Eso incitó al hombre a la acción. Corrió a la casa, dejando a los dos Carpatos uno frente al otro. Dominic tenía las manos a los lados-. Zacarías. -Sólo el nombre. Una llamada.

Zacarías sacudió la cabeza. Los cuchicheos se negaban a parar, golpeando como un redoble en lo profundo de sus venas, en su mente, hasta que estuvo consumido con el deseo oscuro por sangre.

– Vete. Vete mientras puedas, viejo amigo. Sálvate.

– Ekam. Hermano. Anaakfel. Viejo amigo. -Había angustia en la voz de Dominic, en su corazón y en su mente-. Ésta no es tu elección. Tu elección es servir a tu gente. Te necesito. El Príncipe te necesita. Tenemos que conseguir esta información para él. -Mientras hablaba, Dominic se deslizaba en posición, el corazón tan pesado que apenas podía evitar las ardientes lágrimas que le atravesaban la garganta. Había una bola de ellas alojadas allí. Zacarías. Un hombre noble más allá de la imaginación de cualquiera. Matarlo se sentía como un sacrilegio.

Voy a cambiar, Dominic. Necesito ropa.

La voz de Solange lo asustó. Estaba tan tranquila. Su absoluta serenidad le sorprendió. La sintió en su mente, supo que sentía su amor por Zacarías. Eran antiguos. Habían sido amigos de niños. Pasaron siglos luchando contra el mismo enemigo, a veces lado a lado, otras veces solos, pero siempre habían estado en el mundo compartiendo el mismo destino. El corazón se le rompería cuando matara a Zacarías, pero lo mataría. Le ahorraría la humillación de perder su honor. El pueblo Carpato lo recordaría como al héroe que fue de verdad.

Déjanos, Solange.

Dominic flexionó los dedos. Había recibido una paliza al matar a Etienne. El antiguo había sido un combatiente hábil y Dominic había sufrido varias heridas. Zacarías era uno de los mejores guerreros, de los más experimentados con que se había encontrado jamás. El amor de Dominic por él, su respeto, sería difícil de vencer. No quería a Solange en ningún lugar cerca de esta batalla. Estaba seguro de que mataría a su amigo, pero también existía la posibilidad de que Zacarías lo matara a él.

Hay una oportunidad de salvarlo.

Su primera reacción fue ordenarle que se alejara, pero la absoluta certeza de su voz le hizo tambalearse. Más que nada, la deseaba protegida. Pero Zacarías era lo más cercano a un verdadero amigo que jamás llegaría a tener, y Dominic no quería tener que matarlo.

Ella no esperó a que se decidiera, sino que cambió de forma a su izquierda. Él la vistió con su ropa normal, vaqueros desteñidos y una fina camiseta que era perfecta cuando se movía por el bosque. Había surgido más cerca de Zacarías de lo que le gustaba y sabía que era deliberado.

– Soy tu familia, Zacarías -dijo, dirigiéndose al cazador Carpato.

Con varios siglos de edad, Zacarías era más que intimidante bajo circunstancias normales. Pero estaba cerca de convertirse, gruñía, los ojos ya le estaban cambiando, revelando la neblina roja del vampiro que intentaba poseer su mente.