– Eso creo.
Dominic no perdió el tiempo. Cada célula de su cuerpo gritaba pidiendo sustento. Había utilizado tanta energía para curar a Marguarita y para borrar todo rastro de la batalla, que había palidecido. Se movió hacia el hombre en vez de forzar a Cesaro a caminar hacia él.
– Mi pueblo subsiste con la sangre, así como el tuyo subsiste con la carne de animales. Nosotros no matamos. Sólo el vampiro lo hace.
Cesaro tragó de forma audible. Asintió con la cabeza.
– Don Zacarías nos lo ha explicado. Es… difícil, pero deseo hacer esto por usted.
– Si me lo permites, te ayudaré a no sentir nada. Retendrás el recuerdo sin temor.
Cesaro frunció el entrecejo, pero sacudió la cabeza.
– Quiero saber lo que se siente al servir a los que han sido tan buenos con nuestras familias durante estos largos años.
Dominic prefería tomar la sangre del cuello, como todos los Carpatos, pero no deseaba que el corazón de este hombre estallara. Podía oír la inquietud en su valiente petición y la aceleración del fuerte corazón. Era todo lo que podía hacer para respetar los deseos del hombre y no calmarlo.
Pasó la lengua sobre la muñeca que le ofrecía para entumecer la piel y luego hundió los colmillos a fondo en la vena, casi en un movimiento continuo. Cesaro emitió un único sonido, pero no se estremeció ni trató de apartar el brazo. Dominic comprendió por qué la familia De la Cruz creía en estos humanos. Eran leales en extremo e igual de valientes. La sangre caliente fluyó a su cuerpo, empapando las células, los músculos y el tejido, proporcionando fuerza instantáneamente, reabasteciendo su energía.
Tuvo cuidado de no tomar demasiado, pero cuando pasó la lengua sobre los agujeros gemelos, cerrándolos, Cesaro se balanceó y Dominic lo ayudó a sentarse.
– No ha dolido como pensé que haría -murmuró Cesaro. Le lanzó a Dominic una pequeña sonrisa-. Uno lo construye en su cabeza hasta que tiene miedo, pero ha habido poco dolor.
– Puede ser peligroso -recordó Dominic-. Cuando hemos vivido tanto tiempo y matado tantas veces, ya no hay emociones.
– Don Zacarías me dijo eso. Dijo que usted y su mujer me habían salvado. Y a él.
Dominic sacudió la cabeza.
– Quizás hicimos su elección más fácil. Limpiaré el campo de batalla mientras bebes muchos líquidos. Luego debes llevarme donde el cuerpo y alejar a los otros.
Solange apartó el cabello de la cara de Marguarita. Parecía una muñeca rota allí tendida, tan quieta y pálida. Había círculos oscuros bajo sus ojos y dos medialunas de espesa pestañas oscuras abanicaban sus mejillas. Era una mujer hermosa y vital sólo horas antes. Solange suspiró suavemente. Había tanta violencia en el mundo, especialmente contra las mujeres, le parecía. ¿Qué le había hecho esta mujer a nadie? Había estado viviendo su vida, feliz. Ahora, su padre yacía muerto y la garganta de ella estaba aplastada. A Solange todo le parecía tan insensato. Había pasado casi cada día de su vida trabajando para evitar tales atrocidades, y aún así le parecía fallar en cada vuelta.
– Siento no haber estado aquí -murmuró suavemente. A veces se sentía como si siempre llegara tarde, siempre se quedaba un poco corta, y el último par de días habían sido malos.
Le quitó los zapatos y calcetines y le echó una manta por encima. Sería trabajo de la gente de la hacienda cuidarla ahora.
– ¿Cómo van a explicar esto?
– Tienen médicos en la familia -dijo Dominic por detrás de ella.
Se dio la vuelta con un gruñido. Nadie se le acercaba sigilosamente. Era una gata. Olfateaba la presencia de otros, pero allí estaba él, llenando el cuarto con los hombros anchos y la forma poderosa.
– ¿Cómo has entrado?
– Utilicé otra forma. Parecía más fácil que tratar de permanecer invisible ante los trabajadores. ¿Estás lista para marcharnos?
Habló con esa misma voz suave, pero ella sabía que había un tono de urgencia. Lo había habido desde que le dio su sangre a Zacarías. Trató de averiguar qué había hecho mal. Hacía mucho desde la última vez que había pasado tanto tiempo en compañía de cualquiera, y especialmente en compañía de un hombre. ¿Cómo podría ser ella lo que él deseaba cuando apenas podía forzarse a hablar con él? ¿Se suponía que una relación era tan difícil, o era ella la que la volvía así? No tenía la menor idea de cómo actuar. Qué sentir o pensar. O decir. Especialmente qué decir.
Solange quería decirle que sabía que podía ser todo lo que él jamás podría necesitar, pero ella misma no lo creía. No quería que otra mujer lo tocara, compartiera su tiempo, su vida, su risa o su conversación. Sabía que de algún modo había dado un paso irrevocable cuando le contó la verdatenia miedo de las consecuencias. Una n entregaba su corazón a un hombre para que éste se lo guardara, eso no se hacía. Pero no podía dejar de desearlo.
Él se llevaba la soledad absoluta que había soportado la mayor parte de su vida. Se dijo que no era real, que él había sido su sueño y que le había dado al hombre real las características del hombre de su sueño, pero lo sabía. Dominic era… Dominic. Era también Buscador de Dragones y eso le daba más en qué pensar que el hecho de que fuera un hombre.
Había oído el nombre de Buscador de Dragones. El título había sido cuchicheado, una leyenda. Un mito espantoso. Incluso los hermanos De la Cruz bajaban inadvertidamente las voces al hablar del Buscador de Dragones. Había pensado que no era real, que no era más una historia que se contaba en la sociedad carpato, un gran guerrero, un combatiente feroz, tan fuerte que nadie en su linaje se convirtió jamás en vampiro. Había visto el respeto que Zacarías le mostraba y Zacarías respetaba a pocos. Sabía que Zacarías tenía una reputación violenta también, pero había retrocedido ante Dominic.
Era difícil comparar al hombre que la trataba tan suavemente con la leyenda de la que se susurraba. Le echó un vistazo rápido a la cara. Podía ver el sello de la dureza en esas líneas grabadas tan profundamente. Él le había proporcionado los mejores momentos de su vida en el corto tiempo que llevaban juntos, pero ¿a qué precio? No era alguien a quien pudiera intimidar jamás y ella tenía un temperamento llameante. ¿Qué sucedería cuándo abriera la boca y saliera la cosa equivocada?
– ¿Solange? -animó-. ¿Estás preparada? -Le tendió la mano.
El corazón le saltó en la garganta. Ella nunca podría tomarle la mano en público. ¿Y si alguien la veía? Parecería femenina… débil. Su pulso se descontroló. Frenético. Él la miró simplemente con esos ojos siempre cambiantes, instigándola a dar un paso adelante y a poner la mano en la suya. Las mujeres lo hacían todo el tiempo, les tendían la mano a sus hombres. Se frotó las palmas por los muslos agitadamente.
Él no dejó caer la mano, sólo siguió mirándola. Ella olfateó el aire y se lamió los labios de repente secos, su mirada voló a la puerta, comprobando que no hubiera nadie cerca.
– Mírame -instruyó Dominic-. Sólo a mí. No importa lo que nadie piense o sienta. Sólo yo.
– Es sólo que… -Las palabras se desvanecieron bajo su mirada abrasadora.
¿Por qué no podía hacer una cosa tan sencilla? ¿Qué pasaba con ella ella? Se encontró sacudiendo la cabeza, alejándose un paso, sabiendo que estaba estropeando la única oportunidad que tenía de felicidad, pero incapaz de alcanzar esa mano.
Él no gesticuló. No dejó caer el brazo. Torció el dedo hacia ella.
– Soy consciente de la ubicación de cada persona en esta hacienda y consciente de tus temores. ¿No confías en que te cuide?
Quiso sollozar ante la mirada en esos penetrantes ojos azules. Por supuesto que él sabía dónde estaban todos. No debería haber tenido que recordárselo. Sabía que él no iba a dar ese paso hacia ella. Iba a tener que hacerlo ella. Miró a la mujer, tan silenciosa y pálida en la cama. Marguarita podría haberlo hecho y no se lo habría pensado dos veces.