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Maldiciendo, Dominic dio una vuelta y se dejó caer. No podía dejarla así. No podía. No importaba cuántos muertos hubiera visto. No la dejaría, una muñeca rota, sin ningún honor ni respeto para la mujer que había sido. Por lo que había captado de la conversación entre Brodrick y Kevin, tenía una familia, un marido que la amaba. Ella, y ellos, merecían más que un cuerpo azotado por el agua, abandonado para hincharse, descomponerse y convertirse en pienso para los peces y carnívoros que se darían un banquete con ella.

El pájaro se decidió por la roca que había justo encima del cuerpo y cambió de forma, cubriéndose la piel con una capa pesada con capucha que ayudó a proteger su cuello y cara mientras se agachaba y le agarraba la muñeca. Era fuerte y no tuvo problemas para sacarla del agua y cogerla en brazos. La cabeza le colgaba sobre el cuello y vio las magulladuras que le estropeaban la piel y las impresiones alrededor del cuello. Había círculos, negros y azules en torno a las muñecas y tobillos. Otra vez le conmocionó su reacción. Pena mezclada con rabia. Una pena tan pesada en el corazón que borró lentamente la rabia.

Respiró y exhaló. ¿Estaba sintiendo las emociones de otra persona? ¿Amplificaban los parásitos las emociones en torno a él, añadiéndose al pico que el vampiro recibía del terror que su víctima sentía, el que proporcionaba la sangre con adrenalina? Era una posibilidad, pero no podía imaginarse que un vampiro pudiera sentir pena.

Dominic llevó a la mujer a la selva, cada paso incrementaba su pena. En el momento en que entró en los árboles, olfateó sangre. Aquí había sido donde la segunda batalla había tenido lugar y Brad había resultado herido. Encontró el lugar donde el tercer hombre jaguar había soltado su ropa y había salido de caza, esperando dar un rodeo y atrapar al tirador.

Había pocos rastros que mostraran el paso del jaguar, un pequeño pedacito de piel y una huella parcial que la lluvia había llenado, pero en poco tiempo encontró el cuerpo del felino. Había habido una batalla aquí, entre dos gatos. Las huellas del felino muerto se veían más pesadas y más extendidas, indicando que era más grande, pero el más pequeño era obviamente un combatiente veterano, había matado con una mordedura en el cráneo, después de una lucha violenta. El follaje estaba empapado en sangre y había más en el suelo.

Dominic sabía que los jaguares volverían para quemar al gato caído, así que tras estudiar con cuidado el suelo para proteger las huellas del jaguar victorioso en la memoria, llevó a la mujer al lugar más exuberante que pudo encontrar. Una gruta de piedra caliza cubierta de enredaderas de flores sería su único indicador, pero abrió la tierra profunda y le proporcionó un lugar donde descansar. Cuando la tierra se cerró sobre la mujer, murmuró la oración de la muerte en su lengua materna, pidiendo paz y que el alma de la mujer fuera bienvenida a su siguiente vida, así como pidiendo que la tierra recibiera su cuerpo y diera la bienvenida a la carne y los huesos.

Se quedó un momento mientras los rayos del sol lo buscaban a través de la cobertura del dosel y la lluvia, quemando a traves de su pesada capa para levantarle ampollas en la piel. Los parásitos reaccionaron, retorciéndose y chillando en su cabeza, el interior de su cuerpo era una masa de cortes, así que escupió sangre. Expulsó a algunos de ellos de su cuerpo por los poros. Había descubierto que si no aligeraba su número, los cuchicheos se volvían más fuertes y el tormento imposible de ignorar. Tuvo que incinerar a las sanguijuelas mutantes que se retorcían antes de que se deslizaran en el suelo e intentaran encontrar un modo de regresar con sus maestros.

Movió la vegetación del suelo para cubrir cualquier rastro de la tumba. Los hombres jaguar regresarían para eliminar todas huella de su especie, pero a ella no la encontrarían. Descansaría lejos de su alcance. Era todo lo que le podía dar. Con un pequeño respiro, Dominic verificó una última vez, cerciorándose de que el lugar escogido parecía prístino, y luego cambió de forma una vez más tomando la del águila. Tenía que descubrir a dónde había ido el jaguar victorioso.

A los ojos agudos del águila no les llevó mucho tiempo divisar a su presa a varios kilómetros del lugar de la batalla. Simplemente siguió los sonidos del bosque, las criaturas se advertían unas a otras de la cercanía de un depredador. El águila se deslizó silenciosamente a través de las ramas de los árboles y se posó en una rama ancha en lo alto del suelo del bosque. Los monos aullaron y chillaron advertencias, llamándose unos a otros, tirando ocasionalmente ramitas al gran gato con manchas que se abría camino entre la maleza hacia algún destino desconocido.

El jaguar era hembra, la gruesa piel dorada estaba salpicada de oscuros rosetones y a pesar de la lluvia, con sangre. Cojeaba, arrastrando ligeramente la pata de atrás donde parecía estar el peor de los desgarros. Tenía la cabeza gacha, pero parecía letal, un flujo de manchas que se deslizaban dentro y fuera del follaje, así que a veces, aún con la vista extraordinaria del águila, era difícil distingirla contra la vegetación del suelo del bosque.

Se movía en completo silencio, ignorando a los monos y los pájaros, caminando a un ritmo constante, los músculos fluían bajo la piel gruesa. Dominic estaba tan intrigado por su persistencia obstinada en viajar a pesar de sus severas heridas, que le llevó varios minutos darse cuenta de que los cuchicheos horribles de su mente se habían calmado apreciablemente. En todas las veces que había drenado los parásitos para darse algún alivio, éstos nunca habían cesado con el asalto continuo a su cerebro, pero ahora, estaban casi silenciosos.

Curioso, echó a volar, dando vueltas arriba, permaneciendo dentro del dosel para evitar los últimos rayos del sol. Notó que cuanto más se alejaba del jaguar, más fuertes se volvían los susurros. Los parásitos cesaban su actividad cuanto más se acercaba a ella, incluso los afilados fragmentos de cristal que le cortaban en el interior permanecían inmóviles, y durante un corto momento tuvo un respiro del dolor brutal.

El jaguar continuaba moviéndose constantemente hacia el bosque más profundo, lejos del río, entrando en el interior. La noche cayó y siguió viajando. Él comprendió que no la podía abandonar, que no tenía deseos de dejarla. Comenzó a comparar sopesar la extraña calma de los parásitos ante ella, así como las constantes emociones extrañas. La rabia había amainado hasta una pena y angustia inexorables. Tenía el corazón tan pesado que apenas podía funcionar mientras se movía en lo alto.

Abajo, grandes bloques de piedra caliza aparecieron medio enterrados en el terreno. Los restos de un gran templo maya yacían agrietados y rotos, los árboles y las vides casi habían arrasado lo que quedaba de la una vez impresionante estructura. Dispersos durante los siguientes kilómetros estaban los restos de una civilización de hacía mucho. Los mayas habían sido granjeros, cultivaba maíz dorado en medio de la selva tropical, susurraban con reverencia a los jaguares y construían templos para unir el cielo, la tierra y el inframundo.

Divisó el cenote y debajo las aguas frescas del río subterráneo que en el que había reparado antes por la tarde. El jaguar continuó sin detenerse hasta que llegó a otro emplazamiento maya, aunque éste había sido utilizado más recientemente. El crecimiento de árboles y gruesas enredaderas lo fechaban en casi veinte años atrás, pero estaba claro que habían habido casas más modernas aquí. Un generador hacía mucho tiempo oxidado y envuelto en gruesa lianas y brotes verdes yacía de costado. El terreno lloraba con los recuerdos de batallas y matanzas que habían sucedido aquí. El dolor era tan pesado ahora, que Dominic necesitaba aliviar la carga. El águila hharpía voló por el dosel alejándose del jaguar y quedó inmóvil, mirando cómo el jaguar avanzaba a través del antiguo campo de batalla, como si estuviera conectada a los muertos que gemían allí.