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Solange estaba agradecida de que no la hubiera seguido. Se sentía abrumada por él. De algún modo, había logrado armar un pequeño ropero para colgar varias prendas en un rincón. Tocó la tela del vestido largo más cercano. Al menos, pensaba que era un vestido o algún tipo de traje de noche. Era largo y apostaba que le encajaba perfectamente, pero era un vestido… y ella no tenía vestidos. Hecho de un encaje elástico negro, se ajustaba en la parte superior con finos tirantes. El delantero caía escandalosamente corto, apenas cubriendo la uve entre las piernas, y la espalda era una larga cola que llegaba a los tobillos. El encaje era finísimo. Transparente. Sólo unas pocas tramas más oscuras de tela trataban de ocultar algo y provocaban más de lo que ocultaban. Si se ponía la cosa, estaría exhibiendo su cuerpo curvilíneo. No había bragas o sujetador.

Se aclaró la garganta.

– ¿Quieres que me ponga esto?

– Cuando estemos solos.

Esa misma voz suave e irresistible. Sin exigencias. Sería su decisión. Pero él había dicho que eso le agradaría. ¿Querría hacerlo por él? ¿Podría? Sus dedos tocaron el encaje con una especie de veneración. No era el tipo de mujer que podía hacerlo, pero…

Solange extrajo el siguiente para ver si tal vez ese le daría más confianza. Era un trozo de tela de un rojo metálico brillante que caía hasta el suelo. Al principio, dejó escapar un suspiro de alivio, pero cuando lo investigó, se dio cuenta de que la tela se estiraba y encajaría como un guante sobre sus pechos, le ceñiría con fuerza la cintura y destellaría hasta el suelo con el frente completamente abierto desde la cintura hacia abajo. Una generosa porción de sus pechos estaría expuesta por el escote en uve. Dio un paso atrás, tragando saliva.

– ¿Has oído hablar de la ropa interior? -se atrevió a preguntar porque no podía verlo.

– Me encantaría que mi mujer estuviera disponible para mí cuando estemos solos -contestó con esa misma voz tranquila. Pero la forma en que ese tono bajó cuando dijo “disponible para mí” hizo que otra oleada de violenta excitación la atravesara.

Ella respiró hondo y miró el siguiente. Esta vez estaba más preparada, pero aun así se sorprendió cuando vio el vestido… si se le podía llamar así. No era más que velo y tiras, un vestido cortísimo anudado en el cuello, con una parte delantera transparente que apenas existía y la espalda no era más que pedazos de tiras finas todo a lo largo, ciñendo la figura de tal modo que los propios bordes de su trasero asomarían con cada paso. Habría más piel que tela en la parte posterior.

– Nunca he usado algo así en mi vida. Ni siquiera ha visto nunca algo semejante.

– No estás cómoda con tu cuerpo, kessake. Vistiendo de esta manera no sólo me complacerás, sino que te hará muy consciente de lo sexy que realmente eres.

Solange tragó saliva y se obligó a mirar el vestido verde esmeralda. Una vez más, era cortísimo. Hecho para ceñir su curvilínea figura y lucirla, la tela se estiraba y se pegaba a la piel. Éste también tenía tiras finas, que sobresalían del bajo en la parte delantera. Una uve de tiras recorría la parte delantera y trasera del vestido, revelando la piel desnuda. La mayor parte de su pecho estaría desnudo y lo que estuviese cubierto podría ser visto claramente a través de la fina tela. Debido a las tiras, el vestido estaba tan abierto en la parte delantera como en la espalda.

Ella se miró ceñuda en el espejo.

– He estado en una batalla. Necesito…

– ¿Darte un baño? El agua está caliente. Y luego puedes ponerte tu elección y venir a comer.

Ella se estremeció. Otro baño delante de él. Pero si podía hacerlo, entonces seguramente podría usar uno de los vestidos de Dominic.

Se obligó a quitarse la camiseta, a la vez que se miraba en el gran espejo de cuerpo entero. Sus pechos eran altos y llenos, los pezones se le pusieron de punta con el frío de la caverna. Su cabello era salvaje y con sus ojos rasgados de gata se veía… exótica… si no se miraba con demasiada severidad. Nunca había sido tan consciente de sí misma como mujer… y ése era, ése era el problema, se dio cuenta con un jadeo. Dominic Buscador de Dragones la hacía sentirse completa, extremada y absolutamente femenina cuando estaba a solas con él.

Se quitó los pantalones vaqueros y se quedó mirando su cuerpo. Era bajita, pero tenía una figura de reloj de arena. Juliette una vez la había descrito como una “Venus de bolsillo” y ella lo había buscado. Para su sorpresa, la descripción había sido la de una mujer voluptuosa y hermosa. Bien, no era hermosa, pero definitivamente era voluptuosa.

– No tengo maquinilla de afeitar. -No quería caminar desnuda delante de él y no podía encontrar mucho para envolverse-. Y necesito una bata. -En el momento que las palabras salieron de su boca, se mordió con fuerza el labio. Él le había pedido que no se cubriese el cuerpo y esa era la primera cosa que buscaba hacer. Pero honestamente, ¿las mujeres de verdad se paseaban desnudas delante de sus hombres? ¿Sin afeitarse las piernas primero? Debería haber hecho esa pregunta a Juliette o a Mary Ann, también.

Dominic apareció de repente detrás de ella en el espejo, unos buenos centímetros más alto que ella. Parecía dominar el pequeño espacio y no sólo por su físico, sino por el poder que emanaba de él. Tenía poder en los ojos y en la voz, obligándola sin fuerza física a hacer lo que él quería. O tal vez era ella en realidad, demasiado desesperada por mantener esa mirada que amaba muchísimo en el rostro de él.

Por reflejo, trató de cubrirse los pechos con las manos, pero él atrapó las muñecas y le mantuvo los brazos extendidos, lejos del cuerpo.

– Mira lo hermosa que eres. Sólo para mí. ¿Tienes alguna idea de lo atractivo es esto para un hombre que no ha tenido nada propio durante siglos? Eres mi otra mitad y te encuentro increíblemente sexy.

Ella le sostuvo la mirada en el espejo. Había lujuria oscura allí, un atisbo de hambre extrema y en carne viva que la hizo temblar con anticipación. Su pesada erección, la evidencia de que en verdad la encontraba sexy, se apoyaba caliente contra la parte baja de su espalda desnuda a través de la delgada tela de los pantalones. Había algo muy decadente en estar desnuda, mirándose fijamente en el espejo, con los brazos extendidos y con Dominic completamente vestido, observándola con mirada depredadora y pegado a ella.

Sus brazos la rodeaban aún cuando las manos subieron para acunar el peso de los pechos llenos en las palmas. La miraba en el espejo. Ella podía ver sus propios ojos volviéndose felinos, somnolientos, las pestañas cayeron cuando el cabello de él le rozó el hombro desnudo.

– Quédate así para mí -murmuró él en voz baja mientras bajaba la cabeza al pulso que latía tan frenéticamente en el cuello-. Abierta y dadivosa. Mi mujer.

Ella sintió el roce de la lengua, una caricia de terciopelo que envió un temblor a través de su cuerpo.

– ¿Eres mi mujer?

Era una pregunta. Cuando él hacía una pregunta necesitaba una respuesta, sin importar lo difícil que fuera ésta. Ella estaba temblando, su cuerpo estaba necesitado sólo por la forma en que esas manos levantaban sus pechos tan posesivamente.

– Sí. -Fue apenas un susurró, pero se las ingenió para contestar.

– Tu piel es tan suave, mi gatita. Al igual que el pelaje de tu jaguar, sólo que mejor. Suave como la seda.

Los dientes de Dominic le rasparon a lo largo del pulso y el aliento salió de prisa de los pulmones. Los pechos levantados, los pezones tan duros que eran pequeñas cuentas. Los pulgares rozaban contra ella ligeros como una pluma y a continuación sus uñas enviaron un rayo de fuego desde los pezones y a través del vientre, hasta alojarse con un calor al rojo vivo en su clítoris.