– Dime que deseas esto -murmuró. Una tentación-. Dilo por favor. Pídemelo.
Ella se tragó el nudo de la garganta. Su mente ya estaba aceptando… no, no aceptando, anhelando… el erótico mordisco. Los dedos acariciaron los pechos, luego hicieron rodar y tironearon de los pezones hasta que creyó que podría desplomarse. No podía apartar la mirada de la imagen de él. Tan apuesto. Todo ese cabello negro cayendo como una cascada brillante e intensa en la noche más oscura. Sus ojos ardiendo de pasión, de deseo, sus brazos tan fuertes alrededor de ella. Nunca había visto una visión más erótica que esta de los dos en el espejo.
– Pídemelo -la apremió, sus dedos pellizcaron ligeramente, enviando rayos de fuego por sus venas.
Ella apenas podía respirar y mucho menos hablar, pero deseaba este momento tanto para sí misma como para él.
– Quiero que tomes mi sangre -susurró Solange.
Él esperó. Un latido. Dos.
Su útero se tensó. Su vagina sufría espasmos. Por un momento pensó que estaba al borde de un orgasmo. Estaba tan cerca, cabalgando en el filo, y él no había hecho más que tocarle los pechos y darle pequeños pellizcos sobre el pulso. Estaba húmeda y necesitada, la presión aumentaba a una proporción alarmante, empujándola más lejos y más rápido de lo que nunca había ido. Su felina siempre había impulsado sus necesidades sexuales y este anhelo era aterrador pero imposible de ignorar.
– Por favor toma mi sangre -susurró, sabiendo que su necesidad era tan grande como la de él.
Los dientes se hundieron profundo y ella gritó cuando el placer y el dolor se fundieron, atravesándole el cuerpo como una estrella explosiva. Le bailotearon luces blancas detrás de los párpados. Su cuerpo se volvió de gelatina, por lo que se sintió como si se fundiese dentro de él. Los dedos de Dominic estaban en los pechos, pero ella los sentía entre las piernas, acariciando, penetrando profundamente. ¿O era su lengua acariciándola en lo más profundo de su ser? La presión aumentaba y aumentaba, a la vez que el placer ardiente la consumía.
No quería que él se detuviera jamás. El fuego rugía en su útero y se diseminaba por el cuerpo. Su cerebro pareció detenerse, hasta que no hubo nada en su mente excepto puro placer. Todo pensamiento desapareció, toda vergüenza. Sólo existía Dominic, su boca mágica y sus manos. Sólo existía el fuego ardiéndole a través del cuerpo. Sintió las primeras oleadas de un orgasmo y jadeó, sin emitir sonido. La acometida era fuerte, las ondas cobraron fuerza, reuniendo velocidad e ímpetu, atravesaron su cuerpo como un terremoto masivo y desgarrador. Ella oyó su propio sollozo sofocado de placer como si fuera lejano. Sus piernas se debilitaron, pero la fuerza de Dominic la sostuvo.
Abre los ojos para mí.
La orden suave fue un susurro pecaminoso imposible de ignorar. Las pestañas se agitaron una vez hasta que ella logró encontrar la capacidad de levantarlas. Se encontró clavando la mirada en el espejo. Su cuerpo estaba placenteramente excitado. Tenía la boca abierta, los ojos vidriosos y brillantes, los pechos inflamados y acunados en las grandes manos de Dominic. Detrás de ella, él surgía amenazadoramente grande y poderoso, rodeándola con los brazos, con la boca contra el cuello mientras el cabello largo caía en una brillante cascada de seda.
¿Ésa era ella? ¿Sexy y desinhibida con el hombre más sensual de la tierra? Podía sentir la pesada erección presionar con fuerza contra ella. ¿Ella había hecho eso? ¿Llevar el cuerpo de él a semejante estado? Su útero casi se convulsionó ante una visión tan erótica. Solange nunca se había considerado un ser sensual, pero Dominic la veía de ese modo, y mirándose en el espejo, no tuvo más remedio que verse de la misma manera.
La lengua se deslizó sobre los pequeños pinchazos, cerrándolos. Dominic apoyó la barbilla en su coronilla y la observó en el espejo, sujetándola mientras los temblores se moderaban en su cuerpo.
– Mira lo hermosa que eres, Solange.
– Así es como tú me ves.
– Así es como eres. Veo la realidad.
Ella no podía reunir suficiente ánimo para preguntar en voz alta, pero quería darle la misma clase de placer. Apartando la mirada y dejándola caer en el espejo, logró utilizar la manera más intima de comunicación. No tengo ni idea de cómo ocuparme de tus necesidades del modo que tu te ocupas de las mías, pero me gustaría intentarlo… por favor.
Él gimió suavemente y rozó un beso sobre su cabeza.
– Éste es tu momento, kessake. Cuando llegues al punto en que mi necesidad sea tu necesidad, te enseñaré todo lo que necesitas saber. La belleza está en dar. Tú necesitas esto en este momento, sentirte cómoda con quien eres realmente, no darme placer a mí. Eso es sólo una complicación adicional para ti y una cosa más por la que estás nerviosa. No quiero que tengas miedo de quién eres, no cuando estás conmigo.
– ¿Quién crees que soy?
Él sonrió y el mundo de ella se tambaleó.
– Eres una mujer sensual y apasionada en todos los sentidos. Sólo necesitas tiempo para descubrirlo.
Ella no estaba segura de cómo se sentía, una mezcla de desilusión y alivio. Él, en efecto, había permitido que se relajara un poco ahora que sabía que no se esperaba nada de ella, pero aún así existía la dolorosa presión continua e implacable y la acogedora humedad que no parecía desaparecer. Y, si era honesta, el deseo de explorar el cuerpo masculino. Quería ser la mujer que le pudiese dar placer.
Dominic tendió una mano, todavía manteniendo la posesión de su pecho izquierdo con la otra, el pulgar rozaba, casi perezosamente, el pezón. Mientras ella temblaba contra él y las réplicas le recorrían el cuerpo, una túnica larga apareció en la palma de la mano de él.
– Para ti, Solange.
Adoraba su voz, ese tono bajo y sexy que la hacía sentirse tan especial. Lo contempló mientras la envolvía en los suaves pliegues. La túnica cubrió su cuerpo. Sensual. Transparente. Casi inexistente. Podía verse el cuerpo, cada curva, a través del azul medianoche de la tela a pesar de la constelación de estrellas plateadas en forma de dragón diseminadas por ella. La túnica realzaba y enfatizaba sus curvas en vez de esconderlas.
– Gracias, Dominic -murmuró, pasándose rápidamente la mano por el muslo.
Se sentía tímida. Un poco avergonzada por su conducta lasciva. Una vez más, pasó un momento difícil para mirarlo a los ojos. Los jaguares no tenían problemas para sostener una mirada y en toda su vida nadie, hombre o mujer, había podido mirarla a los ojos y no apartar la mirada primero. Con Dominic no parecía poder encontrarse con su mirada directa.
Ella no sabía qué pensar sobre su propia apariencia. Él la hacía sentirse tan diferente de sí misma. Era difícil no quedar atrapada en el hechizo que tejía. Se sentía no sólo femenina, sino sensual. Su cuerpo estaba muy sensible, cada terminación nerviosa estaba en carne viva y concentrada en él.
– Ha sido un placer.
Dominic dio un paso atrás, permitiéndole pasar. Era extraño caminar con la túnica transparente, la luz danzante se derramaba sobre la constelación de manera que el dragón brillaba como si estuviese en el cielo nocturno. Podía sentir sus ojos sobre ella y cada paso que daba hacía que más calor se precipitara veloz por su cuerpo. Estaba tan húmeda que sabía que la evidencia de su necesidad le brillaba entre las piernas. Él era carpato; no podría dejar de olfatear su excitación.
Se obligó a continuar caminando, y si había un bamboleo agregado a sus caderas no podía detenerlo, iba a echarle la culpa a la túnica. ¿Quién podría usar algo semejante y no sentirse particularmente sexy, sobre todo bajo la ardiente mirada de Dominic y con sus elogios dándole vueltas y vueltas en la cabeza?
Llegó al borde de la charca y se quitó la túnica con un encogimiento de hombros, casi a regañadientes. Tal como los pantalones vaqueros y las camisetas eran su armadura de pelea, la lencería sensual la hacía sentirse femenina y atractiva. La tela parecía esconder tanto como revelar. Se sentía perfecta llevándola, pero en el instante en que se la quitó, se sintió extrañamente expuesta.