Capítulo 2
Mi vida era una angustia, mi familia me fue arrebatada.
Mi rabia me ha sustentado. Había perdido la esperanza.
Mis lágrimas cayeron en la selva, y mi corazón sangró en la tierra empapada en sangre.
Mi padre me traicionó. Apenas podía soportarlo.
De Solange para Dominic
La lluvia caía firmemente, empeorando aún más el calor miserable. Un aguacero implacable, nada de llovizna ligera, sino sábanas de lluvia interminable y cegadora. Los pájaros se ocultaban en las ramas gruesas y retorcidas de los árboles, bien alto en la canopia, con la esperanza de hallar alivio. Las ranas arbóreas punteaban los troncos y ramas mientras los lagartos utilizaban las hojas como paraguas. El aire permanecía inmóvil y sofocante sobre el suelo del bosque pero en lo alto, en la canopia, la lluvia parecía inclinada a empapar a las muchas criaturas que allí vivían.
A través de la lluvia gris y el calor húmedo, el jaguar caminaba silenciosamente sobre la vegetación putrefacta y los árboles caídos, y a través de la variedad de helechos gigantes como encajes que brotaban de cada hendidura o grieta concebible. El pequeño arroyo que estaba siguiendo conducía desde el río amplio y rápido, pasando por los límites exteriores de la selva hasta el profundo interior. Había trotado por este sendero dos veces al año durante los últimos veinte, recorriendo el camino de vuelta a donde había comenzado todo, una peregrinación a realizar cuando estaba cansada y necesitaba recordar por qué hacía lo que hacía. No importaba cuánto hubiera cambiado el bosque, no importaba cuánta vegetación nueva hubiera emergido, ella conocía el camino infaliblemente.
Las flores estallaban con sus colores llamativos, serpenteando hacia arriba sobre los grandes troncos, ensortijándose alrededor de las ramas, con los pétalos empapados y goteando agua, con su belleza vívida que pasaba a través de los diversos tonos de verdes que subían hacia arriba en la selva. Las raíces de apoyo emergentes de los árboles gigantes que atravesaban la canopia, predominaban sobre el suelo del bosque. Las formas retorcidas y elaboradas proporcionaban sustento al igual que apoyo a los árboles más altos de la selva. El sistema de raíces era enorme y las había de todas las formas, colores y tamaños; laberintos oscuros y retorcidos que proporcionaban refugio a criaturas lo bastante desesperadas como para desafiar a los insectos que cubrían como una alfombra los estratos de hojas en descomposición, compartiendo ese espacio con pequeños murciélagos diurnos que hacían de la enorme red de raíces del impresionante árbol Kapok su hogar.
A gran altura sobre el jaguar, siguiendo su progreso, volaba una gran águila harpía mucho más grande de lo normal, con las alas oscuras extendidas de par en par unos buenos dos metros. Se movía en silencio, manteniendo el paso en el cielo, serpenteando a través del laberinto de ramas sin dificultad. Con dos depredadores al acecho, los animales se agachaban, temblando miserablemente. El águila miró hacia abajo con atención, ignorando la visión tentadora de un perezoso y una bandada de monos, para examinar el progreso del jaguar a través de la maraña de vegetación sobre el suelo del bosque mucho más abajo.
Las raíces culebreaban a través del suelo, buscando nutrientes y convirtiendo el suelo en una masa de obstáculos a veces impenetrable. Enroscadas alrededor de troncos enormes había miles de plantas trepadoras de naturaleza variada, que utilizaban los árboles como escaleras hacia el sol. Lianas leñosas, tallos e incluso raíces de enredaderas colgaban como enormes cuerdas o se entrelazaban, de árbol en árbol, proporcionando a los animales una autopista aérea. Lianas y enredaderas, retorcidas en marañas, estaban llenas de hendiduras y surcos, escondites ideales para los animales que se refugiaban arriba y abajo de los troncos y en las ramas.
El jaguar dudó, consciente de que la gran ave de rapiña viajaba con ella. La noche caía con rapidez y aunque el gran pájaro continuaba rastreando su progreso, algunas veces se deslizaba en círculos en lo alto y otras veces se zambullía entre los árboles, alborotando a la vida salvaje hasta hacerla caer en un estrépito frenético y tan fuerte, que el jaguar consideró rugir una advertencia. Decidió ignorar al pájaro y seguir sus instintos, moviéndose hacia su meta.
Las colinas y cuestas estaban plagadas de riachuelos y corrientes de agua dulce, que fluían sobre rocas y vegetación mientras se apresuraban hacia los ríos mayores. Ríos de aguas espumosas llenos de sedimentos, que parecían del color del café cremoso. Llenas de vida, las aguas eran el hogar de los raros delfines de río. Los ríos de aguas negras parecían claros y tal vez más invitadores, ya que estaban libres de sedimentos, pero casi no tenían vida, sus aguas eran innaturalmente claras, con un tinte marrón-rojizo y envenenadas por los taninos que rezumaban desde el suelo a causa de la vegetación putrefacta. El jaguar conocía la caza en las aguas ricas de los ríos espumosos, de donde sacaba fácilmente el pescado de los bancos cuando estaba hambrienta.
Arriba abundaban las garrapatas y sanguijuelas, afrontando el calor y la lluvia con frenesí y necesitadas de sangre, buscando cualquier presa de sangre caliente. El jaguar ignoró a los fastidiosos chupasangres, que se veían atraídos por su calidez y la herida abierta en su costado izquierdo. El trueno retumbó sacudiendo los árboles, un amenazador portento de problemas. Un perezoso se movía con lentitud infinita, su pelaje verde cubierto de algas ayudaba a camuflarle con las hojas del árbol en el que actualmente cenaba. Pero el jaguar era muy consciente de lo que pasaba en lo alto, como era consciente de todo en la selva… consciente del águila harpía que continuaba siguiendo cada uno de sus movimientos, alta en el cielo, a pesar del avance de la noche. En vez de molestarla, esta presencia inusual la consolaba, aquietando el creciente temor y el absoluto cansancio mientras andaba con paso pesado a través del laberinto de vegetación.
La maraña de lianas se hizo más espesa cuando el jaguar avanzó silencioso a través de la vegetación, sobre troncos caídos y a través de hojas como paraguas que goteaban agua. Se movía con absoluta seguridad, un mar de puntos fluían a través de la pesada maleza a pesar de su obvia cojera. El sonido del agua era ensordecedor cuando se aproximó a las cuestas donde el agua atravesaba el banco y se volcaba en el río de abajo.
Mientras el gran felino atravesaba la selva y el ave de presa flotaba en el cielo, los monos y pájaros gritaban a los pecaríes, venados, tapires y pacas una advertencia de que tales depredadores podían considerarles comida. Los aulladores gritaban asustados, llamándose unos a otros. El mordisco de un jaguar podía romper sus cráneos como si de una avellana se tratara. Trepando a los árboles o nadando con una habilidad similar, podía cazar en tierra, en los árboles o en el agua. El águila harpía podía arrancar fácilmente a la presa de una rama, dejándose caer silenciosamente desde una posición aventajada para arrebatar una víctima incauta.
Bajo el pelaje liso y moteado del jaguar ondeaban cuerdas de músculos. Sus rosetones tenían más manchas que las de un leopardo, y su pellejo era a la vez del color de la noche y de las sombras del día, permitiéndole moverse como un fantasma silencioso a través del bosque. La marta dorada estaba marcada con rosetones, algunos consideraban su pelaje un mapa del cielo nocturno y la cazaban por semejante tesoro.
Se movía con nobleza a pesar de su obvia herida, recorriendo sus dominios, exigiendo respeto a todos los demás ocupantes de la selva. Constituida para el sigilo y la emboscada, tenía garras retráctiles y una visión seis veces mejor que la de un humano. Los animales se estremecían a su paso, gritando advertencias y vigilando con ojos cautos, pero ella seguía trepando, sorteando la fina tira de tierra que apenas cubría lo alto de la cascada, sabedora por viajes pasados de que el fino puente cubierto de plantas era un peligro traicionero, a la espera de que el incauto diera un paso equivocado. Siguió la ruta más indirecta, abriéndose paso a través de la maraña viscosa y oscura de raíces y enredaderas, hacia el interior aún más oscuro.