Solange inspiró profundamente, intentado despejar lo bastante su mente para confesar. Era necesario. Debería hacerlo hecho días antes.
– Dominic. -Apenas fue capaz de decir su nombre, pero tenía que contárselo. Tenía que saberlo-. Nunca he estado con un hombre. -No podía calmar sus inquietas caderas que le buscaban, mientras él se arrodillaba tan cerca, a sólo unos centímetros de su cuerpo hambriento.
Él frunció el ceño.
– Por supuesto que sí. Eres un jaguar. He visto las imágenes. El hombre desnudo, tú… -Su ceño se intensificó. Obviamente no quería hablar del pasado sexual de ella-. No importa.
– Importa. Estoy tratando de decírtelo.
– No necesito saber. He visto las imágenes en tu mente. Solange. Cada vez un hombre distinto cuando tu felina estaba en celo. Estuviste con ellos…
Ella cerró los ojos, avergonzada.
– Lo siento, sé que te dejé creer eso, todo el mundo lo piensa, incluso Juliette y Jasmine, pero no es verdad. Lo intenté. Mi gata me arrastra con sus necesidades, pero ni siquiera pude dejar que me tocaran. Cada vez, entraba en pánico. El pensamiento de permitir que un hombre me tocara me ponía enferma. Es sorprendente cómo los vómitos les matan las ganas a los hombres.
– Dime que estás segura, Solange.
– Sabes que sí. Te deseo. Deseo esto.
– Necesito oírtelo decir.
Ella no apartó la mirada, la suya firme, pero apenas pudo expulsar las palabras, la respiración áspera e irregular. Estaba ardiendo de necesidad y estaba más que desesperada por él. Una parte de su ser deseaba tirar de sus caderas hacia las de ella y que se clavara en su interior.
– Más que nada, Dominic, confío en ti. Quiero que estemos juntos a tu manera. Tengo miedo, pero sólo por lo desconocido, no por ti o por nosotros. Estoy segura.
Él dejó caer las manos hacia los muslos y los abrió todavía más, levantándolos sobre sus brazos. Se inclinó sobre la mujer, forzándola a subir más las piernas para brindarle un mejor acceso. Su erección se frotó contra la sensible entrada y ella gritó cuando dardos de fuego le atravesaron el cuerpo. Cerró los ojos, con miedo de lo que iba a venir, pero tan desesperada porque él aliviara esa terrible hambre creciente que parecía no poder saciar. Temía que nunca consiguiera suficiente de su placer. Sus manos y boca eran tan increíbles, no podía imaginarse de qué era capaz su cuerpo.
– Solange, sigue mirándome. -Sus ojos brillaron con determinación y firmeza-. Te avio päläfertiilam, eres mi compañera.
No sólo le dijo las palabras; las cantó. La musicalidad de su voz siempre la había atraído. Sentía cada palabra mientras las pronunciaba en su idioma natal y luego las repetía en el idioma de ella para que pudiera entender lo que significaban. Su corazón empezó a latir incluso más rápido cuando notó la punta ancha de su pene empujar dentro de ella.
– Éntölam kuulua, avio päläfertiilam, te reclamo como mi compañera.
Las palabras vinieron de algún lugar en lo profundo de su interior y resonaron profundamente dentro de ella. Adoraba ser reclamada, pertenecerle exclusivamente a él. Lo quería con cada aliento que entraba en sus pulmones. Necesitaba su placer más de lo que necesitaba el propio. Y pertenecerle era tan correcto.
Las manos de él aferraron las de ella con más fuerza, obligándola a mantener el contacto visual. Ella nunca había estado tan excitada, o cachonda, en su vida. Adoraba alzar la mirada hacia él, sentir la gruesa y dura pasión estirándola mientras la invadía. Se sentía vacía por dentro y necesitaba ser llenada por él, con su esencia.
– Ted kuuluak, kacad, kojed, te pertenezco.
El cuerpo de Solange se inundó una vez más con una oleada de pura pasión. Notó la resbaladiza humedad entre sus muslos, la excitación le tensaba los músculos del estómago. Él le pertenecía. Cada centímetro. Y ella se ocuparía de su cuidado… de su felicidad y de su placer. Dominic empujó dentro de los apretados pliegues otro centímetro, estirándola hasta que ardió, justo al límite de la incomodidad.
– Élidamet andam, ofrezco mi vida por la tuya.
Ella entregaría su vida por la de él, pero eso no era lo que esas palabras significaban exactamente, era muchísimo más. Cada aspecto de su vida estaba en sus manos. No podía evitar que sus caderas se movieran, intentando atraerlo más profundo, aún cuando lo notaba demasiado grande para encajar. Él parecía saber lo desesperada que estaba, pero también lo estirada que se sentía. Permaneció quieto, esperando que el cuerpo se adaptara a su tamaño.
– Pesämet andam, te doy mi protección.
Sabía que él siempre, siempre, tendría su protección a cambio, y podía vivir con eso. No la trataba como si no pudiera ocuparse de sí misma. Respetaba su habilidad para luchar contra un enemigo. Él siempre la protegía, incluso esperando a que el cuerpo se le adaptara a la invasión del suyo.
– Uskolfertiilamet andam, te ofrezco mi lealtad.
Las lágrimas ardieron. La mayor parte de su vida se había sentido sola, luchando por una causa que no podía ganar. Se hizo cargo de Juliette y Jasmine, y de cientos de otras mujeres. Este hombre siempre estaría a su lado, sin importar lo que ocurriera, su primera lealtad sería con ella. Empujó más hondo y se detuvo cuando ella gritó estremeciéndose ante el terrible ardor. Le sentía enorme, imposible de acomodar en su estrecha vagina. Pero aún así, su cuerpo no parecía saberlo, desesperado como estaba por su invasión.
Una vez más él esperó, respirando profundamente, luchando por controlarse. Los dedos apretados con los de ella. Sus ojos eran increíbles, intensos, cambiantes, hermosos.
Respira para mí. Relájate.
Ella tomó aliento, siguiendo el ritmo de los pulmones de él, haciendo un esfuerzo consciente por relajar los músculos tensos. Había tenido más miedo del que pensaba, cerrándose sobre él. En el instante que su cuerpo lo aceptó, Dominic se deslizó otro centímetro dentro de ella.
– Sívamet andam, te ofrezco mi corazón. Sielamet andam, te ofrezco mi alma. Ainamet andam, te ofrezco mi cuerpo. Sívament kuuluak kaik että a ted, tomo los tuyos a mi cuidado.
Solange sintió la diferencia profundamente en su interior, diminutos hilos los entretejían, como si su corazón y alma fueran uno con los de él. Él había alcanzado su barrera, la delgada membrana que la protegía, esa línea que no había permitido que nadie atravesara para poseerla. Las lágrimas le bajaron por el rostro. Ya no tenía miedo de confiar en él; había dado ese salto de fe y se había entregado a su cuidado sin reservas.
– Ainaak olenszal sívambin, tu vida será apreciada por mí para siempre. Te élidet ainaak pide minan, tu vida será puesta por encima de la mía siempre. -Su voz se hizo más grave. Más firme.
La intensidad de su declaración la hizo temblar. Sus ojos resplandecían de un cálido turquesa. Él bajó la cabeza, le lamió el pulso y hundió los dientes en ella mientras sus caderas avanzaban, rompiendo la barrera. El dolor fue una aguda quemazón casi cubierta por la conmoción de los colmillos. Se detuvo de nuevo mientras ella respiraba, alejando la sensación de quemazón y estiramiento. Muy lentamente levantó la cabeza de nuevo para mirarla a los ojos, con sus cuerpos unidos.
– Te avio päläfertiilam, eres mi compañera. Ainaak sívamet jutta onleny, atada a mí para toda la eternidad. Ainaak terád vigyázak, siempre a mi cuidado.
Se inclinó y se apoderó de su boca durante un breve y vertiginoso momento, luego le soltó las manos y empezó a moverse, un lento y largo deslizar que hizo que cada terminación nerviosa ondulara por la sensación. El fuego la atravesó. Solange jadeó, con los ojos abiertos de par en par por la sacudida.
Se retiró y avanzó, más fuerte, más rápido, la fricción enviaba relámpagos que se arqueaban sobre ella. Nunca había soñado que nadie pudiera volar tan alto o sentir tanto placer. Era aterradora la pérdida de control, y aún así excitante. Clavó las uñas en sus bíceps, intentado encontrar una manera de anclarse dentro del creciente remolino de ardiente pasión.