El cuerpo de Dominic se movió de nuevo y ella apretó los músculos, oyéndole jadear.
– Estás tan apretada, Solange, calor ardiente.
¿Eso era bueno? No lo sabía, pero él se estremeció contra ella, su respiración se volvió incluso más áspera que antes, y cada vez que ella se levantaba para encontrarlo, sus fuertes manos la animaban. Se sentía tan bueno, esas largas y profundas caricias de fuego abrasador. No quería que se detuvieran, y aún así temía quemarse viva si no lo hacían. Él no se detuvo. Sus primeras caricias delicadas dieron paso a un ritmo más fuerte, más rápido, que le quitó la respiración y la envió a escalar más alto de lo que se imaginó que fuera posible.
Él se sumergió profundamente y ella gritó, un bajo y casi maullante sonido. La presión creció y creció, sin aflojar mientras él se fundía más profundamente y perdía todo el control. El fuego se extendió por el cuerpo de Solange. Calor ardiente que se precipitó por sus venas. La tensión estiraba sus nervios hasta el punto de quebrarse, y más lejos aún, hasta que se esforzó por lograr la liberación, las lágrimas le bajaban por el rostro, una tormenta de fuego la consumía. Siempre entrando en ella, terciopelo sobre acero, entre sus muslos, cabalgándola duro, penetrándola muy profundo.
El ritmo feroz siguió una y otra vez hasta que sólo pudo jadear, la aprensión la llenaba, su cuerpo ya no le pertenecía. Se retorció impotente, meneándose bajo él, sacudiendo la cabeza salvajemente, mientras él la sujetaba, su cuerpo llevándola más y más alto. Ella abrió la boca para gritar pero no salió ningún sonido. Cada uno de sus sentidos estaba concentrado entre sus muslos, centrado en la profunda y dura fuerza que se enterraba en su cuerpo una y otra vez.
Rachas de fuego se volvieron feroces llamas y la tensión se enroscó más fuerte mientras el frenético movimiento todavía profundizaba más. Dominic. El nombre fue un grito agudo en su caótica mente.
Déjate ir para mí, la convenció.
¿Podía ella volar así de alto sin morir? Abrió los ojos y miró su amado rostro. Las líneas de lujuria y amor grabadas tan profundamente, la sensualidad y la feroz intensidad de sus ojos, la boca perfecta, y esas manos fuertes que la agarraban con tanta firmeza. El largo cabello caía alrededor de su rostro como un ángel caído.
Él se movió ligeramente y la fricción sobre su sitio más sensible envió su mente a un descontrolado placer. Ella jadeó, se tensó, clavó la mirada en la de él mientras todo su cuerpo se apretaba alrededor del pene, sujetándolo casi violentamente, apretando y ordeñándolo mientras sensación tras sensación desgarraba su cuerpo. El orgasmo ardió en su interior, una tormenta de fuego fuera de control, llameando en su estómago, extendiéndose a sus pechos y a sus muslos. Gritó mientras el pene crecía aún más y él se vaciaba, el condón la mantenía a salvo. Podía sentir el calor abrasador, cada terminación nerviosa estaba viva de placer.
Dominic se derrubó sobre ella, luchando por respirar, sujetándola con fuerza, tenía las piernas femeninas todavía atrapadas sobre los brazos, su cuerpo todavía estaba enterrado en el de ella. No quería dejarla jamás. En el momento que tuvo fuerza, la atrajo a sus brazos y rodó colocándola encima como si fuera una manta, con la cabeza en su pecho yla oreja sobre su palpitante corazón.
Por primera vez en su vida se sentía completo. Durante demasiados siglos se había sentido completamente solo y ahora nunca más lo estaría. Abrazarla se sentía correcto. Permitió que su mano se deslizara por la curva de la espalda hasta la redondeada curva del trasero. Ella era suya y se había entregado a sí misma libremente, sin reservas, abriéndole mente y corazón. Lo había aceptado en su cuerpo, su cielo privado, su santuario.
Enredó la otra mano en su abundante cabellera. Adoraba sentirla, toda seda y satén. Su suave piel parecía fundirse en él, convertirse en parte de él. Se movió ligeramente, sintiendo la reacción instantánea en el interior de los muslos de ella, cómo le agarraban y latían en torno a él, abrazándolo como si no quisiera que abandonara su cuerpo.
Sus sentimientos por ella eran tan abrumadores que no pudo hablar durante un momento. Sabes que te amo, Solange, lo hizo sonar como una afirmación, porque no había manera de que ella pudiera no saberlo.
Sintió su sonrisa. Solange hizo un esfuerzo por levantar la cabeza lo suficiente para lamerle el pulso, un lento y lánguido movimiento que un compañero de vida haría naturalmente. Su cuerpo respondió con una sacudida de su miembro. Quería, no, necesitaba, sentir su mordisco, intercambiar sangre en la forma carpato.
Ella depositó un beso sobre el latido que palpitaba frenéticamente. Sí, puedo sentir que me amas, su voz se tornó tímida. Espero que sientas lo mucho que yo te amo a ti.
La rodeó con sus brazos y la apretó contra él, esperando hasta que la sintió acurrucarse contra él. Gracias por tu confianza. Siempre la guardaré como un precioso regalo.
Ella frotó la barbilla contra su pecho y luego le acarició la garganta con la nariz.
– Dices cosas que me vuelven del revés, Dominic -tragó con dificultad-. No sabía que un hombre pudiera ser como tú.
– Me parece perfecto que pienses así. -Y se lo parecía. Su mujer era sólo suya, y le gustaba que nadie más hubiera visto nunca este lado de ella. Ella reservaba su confianza y fe para él.
– No creo que pueda ser capaz de moverme de nuevo -dijo ella, mientras deslizaba una mano por su pecho para curvarla en su garganta-, ¿se vuelve mejor que esto? Porque si es así, no lo soportaré.
Él se rió suavemente.
– Vivirás. Veré que lo hagas. Porque es mi intención repetir esta experiencia tanto como sea posible.
– Claro que sí.
– Pero sin condón. Quiero sentir cada centímetro de ti envolviéndome. -Permitió que su cuerpo se separara de ella.
– Te dije que los parásitos evitarían entrar en contacto conmigo.
– Me niego a correr el riesgo.
El silencio saludó su declaración, aunque él detectó un pequeño mohín en sus labios.
– ¿Acabas de poner los ojos en blanco? -preguntó él.
Ella rió suavemente.
– Pudo haber pasado -admitió.
Rodó sobre ella abruptamente, inmovilizando su cuerpo bajo él, su expresión se mostró severa mientras le estudiaba el rostro sonriente. Le enmarcó el rostro con las manos y la besó. No era lo que quería hacer, pero no pudo evitarlo. Era tan hermosa para él, tan milagrosa. Solange Sangria Buscador de Dragones. Suya.
Adoraba su boca, su sabor, su calor, los largos y adictivos besos que ella nunca rechazaba. Ella se abrió a él, besándolo una y otra vez hasta que ambos se quedaron sin aliento y volvió a derrumbarse sobre ella.
Su risa burbujeó y Solange empujó su cuerpo pesado.
– Me estás aplastando.
– Lo sé, pero no puedo moverme.
Intentó empujarlo, pero la risa retumbaba en el pecho de Dominic y no pudo moverse. Él le acarició el cuello con la nariz.
– ¿Estabas intentando moverme?
– Estoy despertando al gatito y él saltará sobre tu trasero desnudo.
Él rodó de nuevo, con más rapidez que gracia. La idea de las garras del gato sombra acercándose a ciertas partes de su anatomía era suficiente para asustar a cualquier hombre, incluso a un guerrero carpato.
Sonrió.
– Eres todo un bebé. Déjame levantarme. Tenemos que despertarlo y resolver cómo vamos a alimentarlo.
Él permitió a regañadientes que sus brazos se separaran, dejándola libre. Solange se levantó con piernas temblorosas, sonriéndole. Esta mujer le robaba el aliento. Su cuerpo brillaba con un fino brillo tras hacer el amor. Le gustaba que no intentara cubrirse. Sus pechos se levantaban orgullosos y podía ver las marcas dejadas por sus dientes, boca y manos. Su pelo estaba salvajemente despeinado y su boca un poco hinchada por los besos. Parecía que le hubieran hecho minuciosamente el amor, pero quería ver su semilla bajando por el interior de esos muslos.