Un rayo de luna cayó sobre la cara de Dominic, destacando los bordes oscuros, la línea de su fuerte mandíbula y su brillante, larga y suelta melena. Parecía exactamente lo que era: un peligroso depredador, y toda persona o cosa se apartó de su camino. Lo había visto de muchas maneras: como guerrero dispuesto a ir a la batalla, como hombre, ayudándola a aprender a apreciar el hecho de ser una mujer, y como amante, ferozmente apasionado e infinitamente tierno. Pero nunca había visto a la leyenda en acción.
Todos le dieron un amplio margen, sobre todo los vampiros, que reconocieron a la leyenda que caminaba entre ellos. Se dispersaron mientras él atravesaba deliberadamente su círculo. Nadie le habló, pero no le quitaron los ojos de encima, ni siquiera cuando anduvo directamente hasta la puerta. Los guardias de hecho la mantuvieron abierta. Desapareció en el interior y los vampiros cerraron filas y comenzaron a susurrar.
No me gusta esto, protestó Solange. ¿No podrías haber entrado sin ser visto?
Dominic tenía en la cabeza el plano del laboratorio a partir de los dibujos que Solange había hecho para él. Ella había pasado horas escondida dentro de las instalaciones, prestando atención a los detalles. Tenía que entrar en la zona que alojaba los ordenadores, y disponía de los códigos de seguridad para ello.
Esto es lo que hago mejor, kessake. Estaré bien. Sólo estáte lista y mantente alerta. No pueden detectarte o nuestro plan fallará.
Solange le bufó, y en el fondo él sonrió ante el bufido de su gatita. Yo también te quiero.
Ella se calmó y él atravesó la entrada principal hacia la sala que conducía a las salas de experimentación. Ella había dicho que había al menos cinco científicos trabajando en varios experimentos. Eran humanos y participaban con la sociedad para detener a los vampiros. Desafortunadamente para ellos, estaban en connivencia con los mismos a los que trataban de erradicar. Los vampiros los guiaban hacia los carpatos, y los miembros de la sociedad humana hacían todo lo posible para matar a tantos como fuera posible.
Abrió la puerta y el olor de la sangre asaltó sus sentidos. Se había alimentado de los trabajadores de Zacarías, haciéndose fuerte para la larga noche por venir. Iba a estar en dos lugares al mismo tiempo, una hazaña difícil para cualquiera. Él era experto en ello, pero aún así, la clonación de uno mismo drenaba fuerza con rapidez y tenía que estar al cien por cien para la batalla.
Nadie levantó la vista cuando entró. Había cuatro hombres con bata blanca rodeando a un quinto que no era humano. Iba vestido con ropa de combate y su rostro era hermoso, los ojos oscuros irresistibles, cada cabello estaba en su lugar a pesar de la humedad y el calor. Estaba pasando un mal rato conteniéndose, con el olor de la sangre tan fuerte en la sala.
Dominic prestó poca atención a cualquiera de ellos, su atención estaba centrada en el sexto hombre de la habitación. Éste era el que mantenía al vampiro a raya, el que impedía que cayera sobre los técnicos de laboratorio y les chupara la sangre. Él era el que mandaba, el que se aseguraba que el vampiro de la silla permitiera que los humanos le extrajeran sangre de las venas. Había estado dos veces a punto de morir a manos de Dominic. Su nombre era Flaviu, y se detestaban el uno al otro desde jóvenes. Flaviu había demostrado ser proclive a dañar animales incluso antes de perder sus emociones. Dominic no se sorprendió al verlo traicionar el camino del honor carpato tan pronto.
Flaviu se levantó bruscamente, dejando al descubierto sus colmillos amenazantes, pero retrocediendo un poco para darse más espacio. Su mirada se dirigió con disimulo hacia la puerta.
– No te… esperaba.
Dominic no le hizo caso, tratándolo como a un vampiro inferior, con desprecio, como si no fuera digno de su atención.
Los colmillos se descubrieron de nuevo, traicionando el rasgo narcisita tan frecuente en los vampiros. Cuando hablaba, la voz de Flaviu era ronca, como si su voz no pudiera evitar los colmillos. El vampiro se movió inquieto en la silla, lo que le valió una reprimenda de uno de los hoscos técnicos del laboratorio.
– ¿Qué estás haciendo aquí, Buscador de Dragones? -exigió Flaviu, en tono agudo-. Se supone que nadie tiene que estar aquí. Tienes que irte.
Dominic dejó de moverse por la habitación, examinando cada uno de los experimentos y comprobando las diapositivas bajo la lente del microscopio. El silencio se prolongó y alargó. Dejó que el vampiro se retorciera bajo su penetrante mirada. Varios latidos de corazón más tarde incluso los técnicos levantaron la vista de su trabajo.
– ¿Realmente piensas que voy a obedecer a un gusano como tú? He venido por la llamada, pero por nadie voy a entrar a ciegas en la trampa. Hazte a un lado o desafíame, pero piénsalo cuidadosamente antes de hacerlo -su tono goteaba desprecio.
El cuarto se oscureció. La tensión se extendió hasta un margen tenso y delgado. Siseando, Flaviu se apartó de Dominic. El vampiro que estaba sentado en la silla se puso de pie de un brinco, apartando a golpes a los técnicos.
– Henric -dijo Flaviu bruscamente.
Al instante el vampiro menor detuvo su movimiento hacia adelante, pero sus ojos brillaban de rojo con odio. Sin otra palabra, los dos vampiros salieron de la habitación. Dominic se permitió un breve brote de satisfacción.
Van a estar esperándote. A la primera oportunidad te tenderán una emboscada.
Soy muy consciente de eso. Les llevaré directamente a tí.
Buena idea. ¡Me estoy aburriendo mientras tú estás teniendo toda la diversión! Haz funcionar tu magia, Dominic, y entra en la sala principal.
Escaneé a los técnicos cuando entré, y ninguno de ellos conoce el código de seguridad de la habitación.
Miró a los hombres, quienes de inmediato desviaron la mirada y volvieron a sus respectivos puestos de trabajo, cada uno sosteniendo un vial de sangre. Se acercó a uno de los puestos. Varios frascos de sangre estaban etiquetados con diversos nombres, Brodrick era el más destacado. Alguien quería ver si los hombres jaguar tenían algún efecto sobre los parásitos. Se acercó y probó la resistencia del técnico más cercano.
Su cerebro estaba abierto, lo cual tenía sentido. Los vampiros querían trabajando en los ordenadores del laboratorio a hombres los que pudieran influenciar fácilmente. Atacó con rapidez, penetrando en la mente del hombre en busca de información sobre los experimentos. Compartió sus hallazgos con Solange.
Los técnicos creían que los hombres que trabajaban en esta región habían sido infectados con un parásito desconocido y estaban trabajando en una solución. Se les había sugerido que los hombres que vivían y trabajaban aquí, es decir los cambiaformas, aunque estaba claro no entendían que fueran cambia ormas, podrían haber desarrollado una inmunidad contra los parásitos. Así que estaban haciendo pruebas con su sangre y la sangre infectada. Habían obtenido algunos resultados con la sangre de Brodrick.
Solange acarició su mente, un roce suave y amoroso que lo sacudió con la intensidad de los sentimientos contenidos en ese pequeño gesto de ternura.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -la voz fue dura y dominante.
Dominic se volvió lentamente, su mirada cayó sobre el guardia. El arma estaba apuntándole con firmeza al pecho y sus ojos eran inexpresivos y fríos. Le dio un empujón al cerebro del técnico que estaba más cerca de él.
– Tiene una consulta conmigo, Felipe -respondió de inmediato el técnico.
– Lo siento, tío -dijo Felipe, sacudiendo la cabeza-. Tienen gente que viene de todas partes y se ven raros. Pensé que tal vez fuera uno de ellos.
Dominic sonrió tranquilamente.
– Sí yo también tengo esa mala sensación. Todos ellos parecen un poco arrogantes, como si estuviéramos por debajo de ellos o algo así -le tendió la mano-. Dominic. Con suerte, espero no estar aquí tanto tiempo.
– Felipe -dijo el guardia, tomando su mano extendida.