Выбрать главу

Un poder fluyó hacia su mente. Zacarías. No había nervios, como si la constante llamada del vampiro hubiera sido empujada lejos por pura fuerza de voluntad. Zacarías tenía más voluntad, coraje y corazón que ningún otro guerrero que Dominic hubiera conocido. Cumpliría con su deber, protegería a su familia, y no habría ninguna otra distracción hasta que la misión se hubiera completado.

Te oigo. He enviado la noticia a mi familia y está siendo enviada al príncipe en estos momentos. Joseph ya casi ha terminado de copiar los datos de los ordenadores. ¡Sal de ahí!

Dominic sonrió un poco ante la absoluta autoridad en la voz de Zacarías. Esperaba obediencia. Todo el mundo obedecía a Zacarías. Siempre lo hacían. Zacarías era rápido y mortal, y ostentaba un poder tremendo. No tenía paciencia para los que no seguían sus órdenes. No hablaba a la ligera, y si decía algo, ese algo se convertía en ley.

Lo haré tan pronto como haya completado mi tarea.

Dominic interrumpió la conexión, necesitaba centrar su atención en Solange. Estaba en los árboles, moviéndose rápidamente, atrayendo a los dos vampiros lejos de la seguridad del cónclave. Él se movió un poco más dentro del círculo de vampiros, queriendo estar seguro de que le veían y no lo pudieran culpar más tarde de la desaparición de esos dos. Más que nada, quería destruir a Giles. El vampiro se había vuelto poderoso y arrogante.

Solange ¿Puedes matarlos?

Solange suspiró. Por supuesto que podía matarlos. Dominic insistió, preocupado. Antes, se hubiera sentido insultada por eso, pero ahora sabía que amar a alguien significa que siempre estás preocupado por su seguridad. Ella se sentía ciertamente aprensiva por el hecho de que Dominic estuviera rodeado de una multitud de no-muertos hambrientos.

Henric se disolvió en vapor, buscando a través de los árboles al guardia que faltaba o el rastro de sangre que le llevara a él. Solange se colocó las flechas en el hombro, la ballesta en la espalda, y utilizó una liana para resbalar desde el dosel al suelo. Hizo lo que pudo para parecer indefensa, se ahuecó el pelo tarareando, tratando de parecer una turista perdida. Vagó sin rumbo fijo, dejando huellas que un aficionado podría encontrar, pero todo el tiempo dirigiéndose hacia el segundo vampiro, el que Dominic había llamado Flaviu.

Flaviu salió de detrás de un árbol y le hizo una reverencia.

– Pareces perdida.

Solange le dedicó una sonrisa tentativa. Había practicado un millón de veces con la ballesta, ahora tenía que hacerlo bien.

– Estoy perdida. Mis amigos y yo estamos de acampada y me separé de ellos.

Mientras hablaba, tomaba posición. Ahora o nunca. Henric no estaría muy lejos. Ahora, Dominic.

Solange no esperó una respuesta. La ballesta se deslizó a su mano, la flecha se ajustó suavemente mientras la levantaba y disparaba casi en un movimiento continuo. La punta de la flecha atravesó el pecho de Flaviu y se incendió, un fogonazo al rojo vivo. Él abrió la boca pero el corazón se le había incinerado en el pecho y su cuerpo se derrumbó hasta el suelo lentamente, el fuego se extendió desde el interior hacia fuera. El vampiro estalló en llamas y rodó, con su grotesca y delgada boca estirada sobre sus colmillos largos y manchados. Intentó morderla, arañando la tierra, tratando de arrastrarse a través de la vegetación para alcanzarla. El humo se elevó, rojo negruzco, extrañas formas con bocas abiertas aparecieron y luego se apagaron.

Solange se apartó del muerto viviente mientras las restantes llamas estallaban en una brillante bola de fuego y llovían cenizas.

Sal de ahí, siseó Dominic. Corre.

Ella salió huyendo de la evidencia del vampiro quemado. No había viento por debajo del dosel, pero un trueno retumbó a lo lejos y la espesa capa de niebla que se había desarrollado comenzó a convertirse en una llovizna constante. Eso podría ayudar a eliminar su olor, pero lo dudaba. Henric vendría tras ella.

Saltó por encima de un tronco podrido, corriendo a toda velocidad hacia el pequeño alijo de armas que había escondido a noventa metros en la enorme y extensa maraña de raíces. Su felina saltó repentinamente, golpeando con fuerza contra sus huesos, desesperada por salir. Instintivamente Solange cambió de dirección. Detrás de ella oyó un grito agudo.

– ¡Para, mujer! – Henric envió la orden, empujando con fuerza en su cerebro.

Solange se detuvo bruscamente y se volvió hacia él, sus movimientos no eran coordinados, eran espasmódicos como los de una marioneta. Lo miró parpadeando, moviendo la cabeza con el miedo estampado en su expresión.

Henric sonrió, ahora que la tenía bajo su control. Quería su terror, quería la adrenalina que fluía por su sangre. El subidón que le daba era mejor que el sexo para él. Dobló el dedo meñique hacia ella.

Solange no sintió la presión en su cerebro. Sacudió la cabeza violentamente y dejó escapar un pequeño chillido. ¿Qué hacían la mayoría de las mujeres cuando estaban aterrorizadas? Cuando ella estaba aterrada, y se había asustado bastantes veces, su mente corría pensando en todas las armas posibles que tenía a su disposición. Hacía mucho tiempo que había aprendido que su intelecto y su capacidad para mantener la calma eran sus dos armas más poderosas. En esta situación, estaba segura de que una pistola, un cuchillo y, definitivamente, su ballesta serían más útiles.

Hizo un movimiento como si fuera a correr pero sus pies se negaran a moverse.

– ¿Qué quieres?

– ¿Estás teniendo problemas para huir? -se burló Henric. Deliberadamente dejó que su máscara civilizada se deslizara, mostrándole la piel tirante por encima del cráneo, sus ojos color rojo sangre brillando intensamente y sus dientes oscuros manchados de sangre revelando la parodia de una sonrisa.

– ¡Socorro! -Solange se retorcía frenéticamente-. Qué alguien me ayude por favor.

– Nadie va a venir en tu ayuda -Henric dio un paso hacia ella y vio cómo las lágrimas empañaban los ojos de Solange-. Nadie va a venir. Nadie puede salvarte.

– ¿Qué eres? -deliberadamente retrocedió, retorciéndose las manos.

Henric se acercó arrastrando los pies, prolongando su miedo, alimentándose de él. Se miró la mano. Las uñas se alargaron convirtiéndose en garras largas y afiladas. Sonriendo, la volvió a mirar.

Solange sujetó la ballesta y sonrió. Ahora, Dominic.

– Entonces, supongo que será mejor que me salve a mí misma -dijo en voz alta mientras disparaba una flecha.

Henric trató de disolverse, pero ella estaba muy cerca, casi demasiado cerca. La flecha le atravesó el corazón, casi saliéndole por la espalda cuando se incendió. Henric, medio sustancia medio niebla, gritó y aulló. Escupió maldiciones, mientras trataba de desalojar la flecha que ardía al rojo vivo desde su espalda hasta el corazón. La flecha había atravesado el centro del corazón marchito, empalando el órgano y sujetándoselo en el pecho.

Solange colocó tranquilamente otra flecha en la ballesta y le disparó una segunda vez, mirando con frío distanciamiento como ardía hasta convertirse en cenizas. Respiró hondo y soltó el aire.

Están muertos, Dominic. ¿Dónde me quieres?

¿No hay heridas? ¿Ni siquiera un rasguño de correr a través del bosque?

Ella oyó la preocupación en su voz y cuidadosamente inspeccionó su cuerpo para asegurarse de que no tenía cortes o arañazos.

Estoy bien.

Vuelve a tu posición original. Conseguiré que las cosas funcionen aquí. Todo está en su sitio. Cuando el infierno se desate, estos son los líderes que quiero que trates de liquidar.

Solange estudió las imágenes en su mente. Reconoció a Giles y a sus vampiros menores. Dominic había prestado atención a otros cuatro. Uno parecía más viejo, algo inusual que un vampiro hiciera esa elección. Un hombre distinguido de pelo plateado que llevaba, algo de lo más inusual, un traje de negocios.

Atiende al nombre de Carlo. Lleva tanto tiempo viviendo en que se cree parte de la mafia.